Interpretó temas de Almendra, Pescado Rabioso, Jade y hasta «Grisel», el tango que grabó con Páez. Por Daniel Amiano, para La Nación.
«Me gustaría que mi música ayude a paliar el dolor de los que no pueden», dijo Luis Alberto Spinetta cuando promediaba el recital que brindó anoche en el Colón. Un show íntimo y muchas veces conmovedor, que recorrió sus más de treinta años de carrera.
Y fue un momento especial. Es que la llegada de Spinetta al Colón es significativa no sólo porque confirma la calidad de uno de los artistas más prestigiosos de nuestro medio, sino porque también jerarquiza el significado de la cultura de las últimas generaciones.
Muchos padres fueron con sus hijos; muchos hijos llegaron solos, y algunos padres salieron antes de la oficina para estar presentes en este espectáculo tantas veces coreado en otros espacios.
El Colón lleno, con mucha gente de pie en los pasillos, se convirtió en el espacio ideal para escuchar esas canciones que quedan para siempre en la memoria, como «A estos hombres tristes», «A Starosta, el idiota» o «Para ir», mejoradas por el tiempo y la sensibilidad de Spinetta y los músicos que lo acompañaron: Juan Carlos Fontana (teclados, piano), Claudio Cardone (teclados, piano) y Javier Malosetti (contrabajo).
A las canciones de Spinetta, el clima intimista les va de maravillas. No hay que hacer un esfuerzo para imaginar varios listados de temas posibles. Y, seguramente, nunca van a ser iguales. Y así resultó el puñado de canciones que el Flaco eligió para este momento. Muchas de ellas sorprendieron. Desde el comienzo con «A estos hombres tristes» (del primer álbum de Almendra), a su versión de «Grisel» (que grabó en «La la la», su álbum con Fito Páez) o la conmovedora «Maribel», o la renovada y sutil «Ludmila», o «Lago de forma mía», o «Al ver verás» hasta llegar a «Para ir» (con un sutil cambio en la letra: donde decía «nadie tiene un sueño con laureles» ahora debe cantarse «… sin laureles»), las canciones tuvieron un tratamiento siempre sutil y uniforme en su concepto, y, sobre todo, sin repetir la fórmula en los arreglos (por ejemplo, colchones de cuerdas).
Fue un concierto exquisito, donde el buen gusto melódico y la poética de Spinetta generaron una atmósfera liviana, sutil, de la que se tardó en bajar. No en vano la gente se resistió a abandonar su lugar aún después del bis. Quería más y no hubo, a pesar de que el pedido se extendió varios minutos.
Y si bien no habló mucho (hace años que no habla mucho), estuvo más expresivo que en otras ocasiones. De hecho, le dedicó el recital a Rodolfo García (su ex compañero en Almendra) y nombró a toda su familia (padres, hijos y nietos), seguramente como un acto de agradecimiento por haber llegado a «este lugar sagrado para la música».
Como a los buenos vinos, el tiempo favorece la obra de Spinetta, y él mismo parece relacionarse de una forma distinta con ella (muchas de ellas hacía muchos años que estaban fuera de su repertorio), como si el correr de los años le permitieran al autor regresar a su pasado con una mirada diferente.
Todos esos temas hechos con Almendra, Pescado Rabioso o Jade no sólo permiten tener una nueva sonoridad, sino que siguen conmoviendo desde un lugar que hoy podría parecer ajeno a la realidad que los vio nacer.
El listado, por supuesto, fue caprichoso. No puede hacerse de otra forma después de grabar discos por más de treinta años. Y sorprendente, además, porque en los últimos años la formación que utiliza es la de power trío (es decir: guitarra, bajo y batería), todo con mucho volumen.
Spinetta llegó al Colón. Casi un homenaje para este artista que escribió buena parte de las más hermosas canciones del rock hecho en nuestro país, con características verdaderamente diferentes de las del resto del mundo. Desde la melancolía ciudadana hasta una poética siempre cercana al surrealismo -en lo referente a las imágenes que se permite para hablar de cosas que nos pueden pasar a todos-, pero sin demasiada evidencia, siempre con ese guiño sutil que se permite una imagen bella porque sí. Sólo porque sí.
O tal vez porque tenía razón cuando se sentó a escribir «¿No ves que ya no somos chiquitos?». Y, por lo visto ayer, es cierto. Ya no somos chiquitos. Más de 4000 personas pueden asegurarlo.