El cantante más importante del metal se despidió oficialmente del país el pasado viernes. Crónica de un recital con pocas fallas.
“¿La están pasando bien? ¿Deberíamos volver pronto?”, dice Ozzy Osbourne antes de “I don’t want to change the world”. La pregunta suena un poco extraña, sobre todo considerando que está dando su último show en la Argentina. O al menos, así se presentó el concierto, que se dio en el marco de la gira “No more tours 2”.
Osbourne es el único personaje que logra que un barbudo con remera de Manowar y unas cuantas décadas exclame en voz alta: “La puta madre, ¡qué viejo lindo!”. Porque Ozzy tiene eso: además de ser el príncipe de las tinieblas, es el más carismático y divertido sobre el escenario. Desde sus esfuerzos por ajustarse el cinto en “Fairies wear boots” hasta el momento en el que le revolea torpemente una botella al público y le pega a alguien antes de “Suicide solution”. Sobre el escenario, el tipo gana porque no está interpretando ningún personaje. Ozzy es Ozzy.
“¡Pónganle un poco más de huevo!”, se ríe el cantante mientras le pide a la audiencia que grite un poco más fuerte antes de “War pigs”, el clásico de Black Sabbath. Pero aunque pueda parecer que habita en un mundo paralelo, Ozzy no es para nada ingenuo.
El “madman” tiene todo bajo control: desde su subida al escenario con una capa colorida que no le dura más que unos segundos -¡como si le hiciera falta una prenda así para recordarnos que el príncipe de las tinieblas es él!- hasta el poquísimo disimulado pedido de que el sonidista le suba el volumen al tecladista Adam Wakeman durante la épica “No more tears”.
La voz de Ozzy suena pareja durante la hora y media de show, aunque los temas sean interpretados algunos semitonos más abajo de lo normal y cuente con coros. La banda -que completan Blasko en bajo, Zakk Wylde en guitarra y Tommy Clufetos en batería- es un lujo, y sólo se puede objetar el obsesivo uso de los armónicos del violero, pero el asunto ya fue comentado hasta el hartazgo.
Esencialmente, este es un tour nostálgico. Por eso no hay guiños a su último disco “Scream” (2010) ni perlitas que se hayan desempolvado para la ocasión. Casi en su totalidad, esta lista de temas es la misma que Ozzy presentó en sus últimos shows en el país. Teniendo en cuenta este factor, más el elevado precio de las entradas (que junto con los costos de servicios rondaban los $2.500), era casi obvio que GEBA le iba a quedar demasiado grande.
La decisión de trasladarlo al predio abierto de Obras fue acertada, sobre todo porque el clima acompañó y se pudo disfrutar de un set de visuales, lásers y sonidos dignos de un show de estadio… pero con la comodidad de estar junto a menos de diez mil personas.
Además del elevado precio para volver a ver un mismo concierto reciclado, la gran falla de la organización fue no haber tenido en cuenta que semejante cantidad de público no iba a poder salir fluidamente abriendo una única puerta. Y menos aún cuando las filas de los baños se mezclaban con los que empujaban por salir hacia Avenida Del Libertador.
Ozzy sigue siendo el máximo exponente de su generación. No sólo por haber sido la voz de Black Sabbath, sino también por una carrera solista arriesgada y con pocos altibajos. Ahora, mientras suenan los bises con “Mama, I’m coming home” y “Paranoid”, los argentinos ya nos alistamos para la parte 3 de la gira. Porque si todos sus shows “despedida” son así, no nos faltarán excusas para volver a decirle adiós al rey de la oscuridad.