Luego de tres años de pegar el faltazo, la banda uruguaya volvió para presentar «Suenan las alarmas» en un concierto de más de dos horas con un recorrido por casi toda su discografía.
La big-band liderada por el argentino Emiliano Brancciari se presentó el sábado 7 de abril en el Salón Metropolitano, emplazado en uno de los shoppings de la zona norte rosarina, luego de los locales Degradé que hicieron una buena previa.
Aunque el Metro recibía lo que se conoce como un «recital de rock», la complicidad entre la organización y la evolución del público que asiste a este tipo de eventos permitió que ambos números arrancaran puntuales. Los rosarinos -con los históricos Nahuel Marquet y Emiliano Cattaneo al mando- tuvieron el interesante despliegue de un grupo de dilatada trayectoria que se formó a principios de los 90.
NTVG, que también nació a mediados esa década dorada para la música popular, empezó su noche con alarmas sonando y «Y el mundo me comió a mi», una canción que Brancciari compuso para un amigo que tuvo serios problemas por su adicción a la pasta base.
Luego de «Destierro», una de «El calor del pleno invierno» (2012), fue el turno de «Al vacío» para darle esa pincelada nostálgica. Los uruguayos habían llegado a la ciudad por última vez en 2015 y la manija de tocar en Rosario se notó en esos 140 y pico minutos de sus canciones.
La lista continuó con «A las nueve», «Sin pena ni gloria» y la poderosa «Ya entendí», y de allí en más fueron mechando entre clásicos y material de «Suenan las alarmas», una ambiciosa placa que fue producida por el prestigioso Héctor Castillo. Una lista armada entre lo que ellos saben que le gusta al público de siempre y lo más escuchado en los servicios de streaming.
Con «Tan lejos» llegó un bello momento reflexivo. «Adentro llueve y parece que nunca va a parar, y va a parar» fue una postal simbólica de lo que sucedía en las calles de Rosario. Mucha lluvia que iba y venía, como los momentos emotivos que esta consagrada banda internacional maneja con sabiduría.
Faltaba aún muchísimo y el baile se desató cuando sonó el ska «Fuera de control» pero volvió esa paz introspectiva por medio de «Ese maldito momento» y la murguita «Clara».
No Te Va Gustar tiene esas cosas; una melodía en acordes abiertos y esperanzadora como la melancólica «No hay dolor» y enseguida una frase: «Yo quiero estar a la izquierda del cero, no me analices, no voy a cambiar», que lleva al público nuevamente a meditar y emocionarse. Para algunos quizás solamente sea una canción. Precisamente «Cero al a izquierda» fue la última antes de los bises que no se hicieron esperar.
Porque cada uno vive la música en vivo como le pinta. Había un casado tirándole los perros a una chica y terminaron a los besos. Había una niña que prefería estar viendo Doctora Juguete pero cabeceaba bolsillos de jeans. También había minas en tacos, chabones haciendo la previa y una mujer con una remera de la primera época NTVG que zafó horas de sicólogo con ese rato que pasó por el Metro.
Así es el espectro de lo popular y el que NTVG surca como pez en el agua. La madurez de estos conciertos como el del sábado, de nivel internacional, permiten ver de lejos el caos y el reviente y que la música se ubique por encima de lo que alguna vez consitió en la futbolización de este tipo de espectáculos. Nadie dice que esté bien o que esté mal, son propuestas, y la de este banda fusión Uruguay-Agentina es heterogénea.