Poco público en el estadio Obras. Muy poco, si lo comparamos con el que fue a ver al mismo Moris a fines del año anterior. Y aquí es necesario detenerse un momento para analizar algo: debido seguramente al momento económico que vive el país, el público no va —a menos que sea fanático— dos veces a presenciar un mismo espectáculo. Ya son varíos los grupos que lo han comprobado.
Y nunca más acertado que en esta oportunidad podemos utilizar el término “un mismo espectáculo”, ya que el recital ofrecido por Moris y su banda en el estadio Obras como corolario de una gira que abarcó presentaciones por’ diversos puntos del país, fue prácticamente el mismo que el brindado pocos meses atrás.
Quizás la diferencia más notable estuvo en que esta vez no hubo —debido al poco público— la excitación de la oportunidad anterior. Y eso se verá reflejado en el disco grabado en vivo durante este concierto.
Musicalmente, Moris no mostró nada nuevo, salvo una nueva versión —improvisada— de “De nada sirve”. El resto del show estuvo constituido por una interminable sucesión de rock’n’rolls clásicos y algunos temas viejos (“Pato trabaja en una camicería”, “El oso”, “La balsa”, “Muchacho del taller y la oficina”, y una pudorosa versión de “Tengo cuarenta millones”).
En donde se nota que los meses no han pasado en vano es en el ensamble de la banda. Poderosos y compenetrados con la música, los tres músicos de apoyo realizaron una demoledora tarea, dentro de la simpleza de los temas. Nuevamente el punto más alto estuvo en la batería. El francés Dannyel Assante es una estremecedora locomotora rítmica que hizo poner de pie al estadio con . cada uno de sus pasajes percusivos. Su solo fue cortado varias veces por un público admirado.
Que sólo atinaba a aplaudir. Además de un impresionante derroche de energía, Assante hizo un sinfín de malabarismos con sus palillos y pegó acrobáticos saltos en su tarima, completando un verdadero show aparte.
El argentino Marcelo Fuente volvió a aportar justeza con su bajo y se complementó muy bien con Assante en la base. El español Antonio Molina tuvo más trabajo que en la anterior presentación, ya que Moris optó reiteradamente por dejar su instrumento y hacer las veces de cantante solista, por lo que todo el trabajo de guitarra recayó sobre el español. Este mostró su buena digitación en un “Eurorock” —tal la denominación del espectáculo— que es un show claramente pen“sado y dirigido para un movimiento de rock incipiente: el de España. Aquí cae en el peligroso riesgo de ser tomado por viejo. Y ya es hora de comprender que la nostalgia, las reuniones y los años «60 han pasado junto al tiempo. El escaso público que apoya estas manifestaciones es la prueba. El resto de la gente —la gran mayoría— está ávida de escuchar otras cosas. En los músicos está el elegir entre dárselas o seguir viviendo aferrados a un tiempo que fue hermoso, pero que ya pasó.