La irrupción en la escena nacional de Zas, y su líder Miguel Mateos, se remonta a los comienzos de esta década.
El es una suerte de veterano entre los más nuevos, un músico que ya recorrió los primeros tramos del camino. Eso queda patentizado en el energético espectáculo realizado en Obras; con una excelente puesta en escena la banda desgranó los mejores temas de sus tres álbumes, siendo calurosamente secundados por el público. Mientras que la mayoría de las nuevas bandas se deshacen tratando de obtener un sonido «moderno», aunque sonar no sea lo mismo que ser, Mateos superó el problema aplicando el sonido a su propia, esencia musical. Su rock es americano en su estructura y conserva las lógicas influencias a las que Mateos les imprimió su propio enfoque musical. Por eso hay ritmo y hay fuerza pero no se desdeña la melodía y la preocupación por entregar un mensaje digno. El show estuvo muy logrado en todo el aspecto escénico: luces, efectos y los breves gags que apoyaron aalgunos temas, como una pareja adulta bailando sobre el final de «Ochentango». Mateos cantó con potencia y convicción mientras tocaba los teclados y eventualmente la guitarra, siendo acompañado ajustadamente por el guitarrista Sanz, el tecladista Lala, el bajista Chevalier y su hermano en batería, con la participación especial de Oscar Kreimer en vientos. Es difícil saber por qué Mateos todavía no obtuvo el reconocimiento masivo que sin duda merece, lo cierto es que nadie salió defraudado del estadio, todo había sido entregado. Tal vez la respuesta sea que no todos los que suenan son los que están, y tampoco todos los que están suenan …
Javier Lago