16 de Julio. La cita era el Luna Park. Multitud de barbas, pelos y ponchos de colores ante la mirada asombrada de paseantes desprevenidos, convergían hacia ese estadio que conociera tantos hombres famosos y de pronto, como sin saber bien qué está ocurriendo, siente vibrar su cemento bajo los sonidos del rock. La entrada es un colmenar. Se escuchan algunas quejas por el precio de las entradas ($ 300). Era como si el Luna significara una cita de reencuentro, más que la debilidad por ir a ver a tal o cual conjunto. “Somos nosotros, estamos aquí”, parecían decir con su presencia las doce o catorce mil personas que llenaban el lugar. Quizás el sentimiento lo resumiría un rato más tafde León Gieco cuando dijo: “Es hora de que se dén cuenta que no pasamos más desapercibidos”.
Entro y el bullicio me invade. Pienso en la impresión de los músicos al tener que actuar ante semejante gentío. Un intenso movimiento, encuentros, abrazos y ahora sí: puntualmente se apagan las luces y aparecen Alejandro De Michele y Miguel Angel Eurasquin. Aplausos, gritos: Pastoral empieza su actuación. El Luna a oscuras, con solo los reflectores iluminando tos intérpretes, es un espectáculo sobrecogedor. Suenan vibraciones cálidas en el aire, un par de temas finalmente «En el hospicio», refrendado con una ovación: Pástófal termina su parte. Se despiden con el tema “Humanos”. Hay alegría, quizás la alegría de volver a estar juntos por que “hace mucho tiempo que no pasaba nada». Desde aquella memorable noche donde Sui Géneris se despidiera allí mismo. Ahora le toca a Soluna: Camisas a cuadros, vaqueros, botas y un aire visiblemente “country”, en su primer tema. Santaolalla canta alto y afinado; como siempre. Se lo ve calmo y contento. Detrás suyo, otro viejo amigo, “Droopy” Gianello. Un folk-rock en la onda de Dobbie Brothers o Loggins & Messina. Guitarras acústicas, panderelas, tumbadoras y una voz femenina. Gustavo intenta hablar y es abucheado desde un sector. Su pasado sigue despertando controversias. Desde otro se le responde aplaudiéndolo. Dice: “Me parece que no estamos como al principio”. Es evidente. Pasaron muchas cosas y no es esta la hora para lamentarse. La silbatina continúa. Gustavo desiste y canta: quizá sea mejor así. Un hermoso tema con mucha polenta, una música fresca, un folk que no pierde de vista su ingrediente rockero. La partida la gana Santoalalla: termina siendo aplaudido por la mayor parte del público. Entra ahora Crucis. ¡Hola loco! ¿Qué tal toco? y uno no sabe si están saludando o nos están tomando el pelo. Empiezan con “Todo tiempo posible”, su tema de “batalla”. Muchos aplausos, entusiasmo. Siguen tocando: ajuste, fuerza, los sintetizadores llenan el aire y nos hacen viajar hacia otros territorios. Otro tema, “Amigo del diablo”. La luz envía millares de platillos lumínicos que se proyectan con velocidad sobre la concurrencia, mientras el ritmo va creciendo en intensidad. La iluminación es buena, el sonido (Milrud) también. Sigue la música. La gente de pie, los brazos levantados, aplaude, se agita, baila, corea. Gonzalo Farrugia abandona la batería y baila sobre el escenario con una pandereta. Es el apoteosis; Un estruendo infernal como marco del caliente solo de bajo de Gustavo Montesano. Un tema que parece no terminar nunca. Crucis que se da cuenta del estado de ánimo reinante y sigue tocando. Fin. Una actuación de la que seguramente les será difícil olvidarse. Se encienden las luces. Es el intervalo indispensable para el cambio de los equipos. Sirve para reencontrar caras conocidas, ver a los viejos amigos y encontrar otros nuevos. No falta nadie. Nuevamente a oscuras, un profundo silencio. Aparece León Gieco. Aplausos, muchos. Chaqueta de cuero, morral al hombro, guitarra acústica y armónica. Comienza a cantar. Un cierto aire de Dylan y el Village parece colarse por las hendijas. El mundo ha quedado atrás. Sólo una voz cálida dice «Déjate atravesar por la realidad / y que se agite en tu cabeza: porque es muy malo dejar pasar / por un costado / a la historia ésta». El siguiente tema es «Cuando me muera»: «un esparcir sutil de mis cenizas / libres por fin al viento»
Ciertos desajustes en el sonido del trío pero a nadie parece importarle. Hay ganas de dar y ganas de recibir, y eso se nota en los músicos, que tocan con ganas. Un tema más, “El loco y las golondiinas”. El público reclama a gritos la entrada de Charly. Viene “La navidad de Luis”, que es coreada por todos, dándole un clima profundo, impresionante. Bueno, ahora van a entrar otros dos amigos. No hace falta más. Suben Charly Garcia y Nito Mestre. El Luna tiembla, Charly, camisa de seda, unos tiradores payasescos y su extraña barba mitad rubia y mitad blanca. Su imagen parece sacada de algún dibujo animado o una película muda. Otra canción más, y el tiempo se contunde y se disipa, parece condensarse en ese escenario donde un grupo está tocando música de rock’ n’ roll, El tema es “El fantasma de Canterville”. Luego un rock y León que dice —Vamos a hacer nuestro último tema. A esta altura el escenario es un infierno de gente, cables, instrumentos y músicos. El público comienza a corear el clásico “o oooh,..” que acompañara las jornadas de Woodstock. Moro que comienza a acompañar con su batería. Ya no queda nadie en su asiento. Todos quieren participar de algún modo. Charly se desplaza bailando y moviéndose grotescamente por todo el tablado. Un aluvión de música invade el escenario. Está Rinaldo al bajo, Gustavo, Crucis, Soluna, Alfredo, Moro. El tema desemboca en “Rock del levante”, de Sui Generis. El recital llega a su clímax. Bailes, gritos, y ahora sí, es el fin, Todo ha terminado. La promesa del reencuentro es allí mismo, el 6 de agosto, donde va a estar Invisible. Mientras la gente abandona el estadio me doy una vuelta por detrás del escenario. Allí está todo el rock. Miguel Grinberg, Willy Gardi, gente de los Jaivas, Rinaldo, Ciro, Moro, Alfredo, Charby, Nito, Gustavo, Pastoral, Crucis, viejos “cueveros” alternando con generaciones más jóvenes. Hay reencuentros, animación, charlas, Salgo a los ruidos de la calle y mientras remonto Corrientes, desde una disquería suena un viejo blues de Luther Allison que va a mezclarse con las bocinas de quienes están festejando el triunfo de River. La ciudad sigue su curso.
Claudio Kleiman