La previa, el ambiente, el repertorio, los detalles, el lugar y kilos de emociones. Divididos: el diario de viaje. Crónica de Andrés Battig.
Algo extraño se percibe en el ambiente. Apenas cruzado el desvío en el que nace la ruta 307, dos chicos «hacen dedo», mientras una de sus remeras -roja, que dice «Divididos»- desnuda sus intenciones. Son los primeros, pero no los últimos en aparecer a la vera del camino clamando que alguien se apiade de ellos y los lleve hasta Amaicha del Valle, el lugar a donde todos querían llegar el sábado para ver el anti convencional show que daría el grupo conformado por Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Catriel Ciavarella.
La cuesta de la Quebrada de Los Sosa tiene mucho tránsito, pero eso no llama demasiado la atención, ya que es normal para un fin de semana. Entre unos grisáceos y densos nubarrones, aparecen los cerros que enmarcan el valle de Tafí. Tras cruzarlos rápidamente, la 307 comienza a serpentear nuevamente, abriéndose paso entre la neblina del «Infiernillo».
Cuando empieza la bajada hacia el valle del Yokavil, miles de cardones saludan al viajero. A la distancia, y por las luces de la tarde, el río Santa María se asemeja a un hachazo en el pedemonte. Ya se ven los sauces de Amaicha. Ahora sí, definitivamente se huele algo extraño en el seco aire vallisto.
El pueblo
Lo que suele ser una entrada despoblada, se ha convertido en un estacionamiento de micros y autos, que son inspeccionados al costado de la
ruta. A partir de entonces, recorrer el kilómetro que separa el cartel de bienvenida a la ciudad del predio elegido para hacer el recital más esperado del verano es una odisea. Una lenta odisea, por los cortes de calles -a cargo de las fuerzas de seguridad- y por la cantidad de gente con mochilas, bolsas de dormir, tatuajes y lentes negros que peregrinan hacia el altar del rock que todavía no vieron, pero ya imaginan.
Son las seis de la tarde. La plaza central de Amaicha es un gran camping; sin carpas, pero con mate, pañuelos para cubrirse del eterno sol y mucha música (imposible no notar que Sumo suena en más de un barcito). Perdón, ¿mate…? ¿y la cerveza? Muchos de los 350 policías afectados al operativo hacen ronda al paseo público central (ah, listo).
El epicentro
Todavía hay más gente dando vueltas por el pueblo que en el Club Deportivo Amaicha, donde ya comenzó la acción. Julio Palacios y sus cañas mágicas actúan para un puñado de gente que se agolpa delante del escenario de 30 metros de frente. Luego, pasan por él Civitas Dei y Trilogía, logrando congregar progresivamente un poco más de gente. Cuando el trío tucumano se baja del escenario, el trío bonaerense comienza a ser invocado. A las 19.52 se escucha el primer cántico de guerra: «¡escuchenló, escuchenló… la aplanadora del rock and roll, es Divididos, la p… que los parió!».
El rock show
Amaicha viviría un espectáculo único. Lo sabían quienes habían llegado a la tierra de la Pachamama desde San Miguel de Tucumán, Salta, Jujuy y Buenos Aires. También lo presentía la gente del pueblo, que asistió al evento en familia, con respeto y curiosidad. Aproximadamente 4.000 personas (al final del show, llegarían a ser unas 10.000) ya no pueden esperar más y escudriñan con los ojos los costados del escenario para ser los primeros en divisar al trío en su breve camino al escenario. Finalmente, Amaicha del Valle ruge. Divididos está en el escenario y el momento de la verdad es éste. Ricardo, a la izquierda; Diego, a la dere cha; Catriel, atrás, entre dos vidrios para cuidar la acústica. Todos con bermudas; Mollo con una remera de Hendrix -quizás, para invocar su talento; quizás, para homenajearlo con lo que vendría; por qué no, ambas cosas-. ¿Con qué tema arrancan? Nunca hubo una mejor elección: «Vientito del Tucumán». Mollo, sin su guitarra, deja que su garganta sea la protagonista exclusiva. Luego, se calza su mejor amiga para tocar «Paraguay» y «Haciendo cosas raras», y ser el culpable de los primeros pogos. A esta altura, los desprevenidos que hacían el aguante en la plaza llegan corriendo, bailando y gritando. La valla que separa el escenario del público soporta con elegancia y la gente se porta bien, ahorrándole trabajo a los 150 efectivos de SI.PRO.SA., Defensa Civil y bomberos. Se eleva el rock de «Rasputín» y, con él, los brazos de los fans.
Ahora sí, para honrar al negro que descocía la viola, Mollo entona «Voodoo Chile», de Jimmy Hendrix. La gente se emociona cuando puntea con una zapatilla que le tiraron; pero, especialmente, cuando los dientes le sirven para acariciar las cuerdas durante el solo (¡señores, de pie para ovacionar!).
«Dedicado a todos los nenes de antes», dice el cantante, y arranca -por supuesto- «Nene de antes». Unos relámpagos llegan desde Tafí del Valle, acompañando con negra ironía la frase del tema que dice «cardenales bajo el chaparrón». Pero, en Amaicha, todo quedaría en amagues.
Pasan «Salir a comprar», «Qué ves» (con dedicatoria incluída : «para todos, incluso para nosotros») y llega otro momento sublime, teniendo en cuenta la escarpada ocasión: «El Arriero», la versión blusera del clásico de Atahualpa, que demuestra que no hace falta velocidad para ganar en fuerza y sentimiento. «Con el más sincero respeto a don Atahualpa Yupanqui», anuncia Mollo, que obliga al aplauso cuando congela su voz al final del «se vaaaan… por la misma senda».
Para volver a levantar polvo, «Paisano de Hurlingham» resuena en el Yokavil. Y poco a poco, Divididos concede esos temas que no pasarán de moda. Catriel marca los tiempos con el charleston y la gente ya sabe de qué se trata. «El 38 está cargado», a cuenta de la voz de Mollo, basta para que el pogo más grande estalle, mientras una media luna se insinúa por atrás de las nubes, a las 9 y media de la noche.
Ahora, el momento de gloria del Pájaro Arnedo. Como si quedaran dudas acerca de su omnisciencia en cuanto a popping, tapping y slap, Diego le saca sonidos indescriptibles a su bajo amarillo. Claro, es el inicio de «Cuál es». Para mantener el momento tan alto, enganchan el popurrí de Sumo, que no puede fallar.
Incluso más?
Aunque a esta altura tan solo leer agobie, crean que es posible generar más pogo (¿o acaso olvidaron que estamos hablando de la Aplanadora del rock nacional?). Los tiernos acordes de «Cielito Lindo» nacen en la noche y muchos desprevenidos no imaginan como termina la historia. Después de que la masa de seguidores arma «el círculo más grande del mundo» (Mollo dixit) y se funde en empujones y patadas que, en realidad, representan abrazos -lo curioso del pogo, ¿no?-, es Diego quien no permite ni un segundo de descanso. Dos notas le bastan para que la gente sepa que un «Ala delta» ya sobrevuela el recital. A las 10 y media de la noche -con todo bien «planito»- Divididos pudo marcharse en paz, mientras Strawberry Fields Forever brotaba de los parlantes y unos fuegos artificiales iluminaban el cielo de Amaicha. Evidentemente, Mollo cumplió: si no le hubiese pedido permiso a la Pachamama, difícilmente el show habría resultado así. ¿Cómo es «así»? Fuerte, consistente, tan lleno de sensaciones como vacío de fisuras y con miles de personas comulgando pacíficamente con la potencia de su rock.