Acorazado Potemkin brindó una verdadera fiesta en la temprana noche de Niceto. Con su sonido característico que escapa a las etiquetas fáciles, entregó un show centrado en su último disco, visitando sus producciones anteriores. Corriendo la Voz estuvo presente en una noche en la que no faltaron ni los pañuelos verdes
No somos los mismos, no se puede ocultar
Era la noche de Acorazado. Esa cita de tantas que se imponía casi como obligación: había que estar. Se sabía de invitades, de visuales y de la potencia. Habría recursos y despliegue. Sobre todo, habría en el escenario una banda que está pronta a cumplir sus primeros diez años de vida y que desde sus comienzos propone un sonido diferente, difícil de encasillar, para muches hasta difícil de procesar en las primeras escuchas.
Acorazado Potemkin no se sienta en el confort del indie, aunque dialoga. No tranquiliza con una impronta power trío, aunque por momentos pueda ser aplanador. Más bien, invita a un paisaje desgarrador, pos apocalíptico, invita a un abrazo, a un pogo, a la melancolía, a la denuncia. Sobre todo: invita a escuchar, prescindiendo de poses e imposturas que mucho pueden encontrarse –también- en el under local.
Tulús fue la banda encargada de abrir la noche, recibiendo al público que comenzaba a poblar Niceto y entregando un puñado de canciones de su repertorio para amenizar la espera. Minutos antes de las diez de la noche subió Juan Pablo Fernández, saludó, agradeció y declaró: “Esto es Acorazado Potemkin”, para arrancar con la tríada inicial. Sonaron Soñé, Roto y descosido y Haz de luz casi sin pausas, todas piezas de Labios del Río, disco lanzado el año pasado y repasado íntegramente a lo largo de la noche. A la izquierda, Federico Ghazarossian, bajo al hombro colgando desde las alturas y con un trance introspectivo: parece perro malo, pero se endulza entre sonrisas al saludar a algún habitué perdido entre el público, y se desarma en su ir y venir por las tablas. Al fondo, pecho el frente, asoma entre la bata Luciano «Lulo» Esaín, quien marcará el paso de los tres y será el complemento de Fernández, oponiendo a sus graves una segunda voz más estridente y furiosa. Los tres acumulan larga historia en el under nacional: desde Don Cornelio y la zona hasta las vigentes Valle de muñecas o Me darás mil hijos. Son esa historia también. Son y no son: hay invención, hay creación desprendida de la nostalgia del todo tiempo pasado fue mejor.
Un nido, una casa, un medio para hablar
Fernández se sacude como convulso, sus brazos llevan y traen descargas hacia la guitarra. El primero de los clásicos de Remolino (2014) fue A lo mejor, que dejó caer casi al pasar una autodefinición: “a lo mejor es un camión chocando en tus columnas”. Si era muy temprano para descifrar los motivos arrabaleros en las canciones del trío, subió el primero de muches invitades: el Cardenal Domínguez, referente de la escena under del tango local, puso su voz en Reconstrucción: “Y recordarás que eran las seis / y gritarás que adónde está / y bajarás corriendo esa misma escalera”. Las visitas siguieron: Juliana Moreno subió con flauta traversa y pañuelo verde al hombro. Antes de comenzar Dos de nosotros, versión Potemkin de aquel epílogo beatle, y en medio del primero de los parates por problemas técnicos que también se hicieron presentes en Niceto, apareció otro de los infaltables de la noche: “aborto legal / en el hospital”, emanando desde el público que dejaba ver en lo alto los pañuelos verdes de la Campaña por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Beto Siless, una de las visitas siempre esperadas en los conciertos, aportó su voz para Miserere, y Christine Brebes el violín eléctrico para Sopa de alambre, el western triplefronterizo de Santo Tomé y la balada Hablar de vos, con Juan Pablo Fernández entregando su gravedad más sentida, bien pegado al micrófono, y Lulo Esaín como apoyo, entregando un paisaje urbano de dolor y desolación posmoderno: “todo parece igual / la gente siempre está / mensaje o celular / y hablar de vos”.
La lista siguió mezclando canciones de su corta pero riquísima discografía: el primero de Mugre (2011) fue Desayuno (“hay un desayuno servido / en la mano del carcelero / y no hay más que hablar”), y siguió con El Rosarino, uno de los nuevos favoritos del público, tema que abre Labios del Río. Las visitas se completaron con la presencia de Mariana Päraway en Flying Saucers (¿pueden volver a tocarla sin ella?), y la esperadísima Flopa Lestani en La Mitad, esa ofrenda a la (buena) humanidad, ese himno de los corazones rotos que uno quisiera que se repita en un loop infinito y sólo poder gritar una y otra vez “si es cierto que lo nuestro se termina / si es cierto que hay que hacerle un final / entonces quiero que te lleves mi hombro izquierdo / que sin tu pelo no lo voy a usar jamás”. A Flopa se la saludo y se la despidió, también, con pañuelos verdes y entonando las estrofas alusivas (también la queremos como invitada permanente).
Con dedicatoria a senadores, había pasado también otra de las piezas esperadas: El pan del facho. El final bajó los decibeles para irnos más calmos a casa: sonó Smiley Ghost y esa suerte de canción de cuna trash titulada Los Muertos. Mimos que llegaron desde los primeros días del Acorazado.
Los Potemkin volvieron a demostrar que se sienten muy cómodos con las canciones de su último disco, cada vez más consolidadas en escena. Demostraron que tienen un público fiel y otro que se va acercando a ver de qué se trata. Demostraron también que son un lugar en la música que todavía puede habitarse, en tiempos de bandas que no reconocen el guión de la época y donde pueden respirarse aires de esos que andan haciendo falta por estos días, que nos deja hacernos un espacio para seguir agitando pañuelos, abrazarnos al final de una semana dura y elegirlos como parte de la banda sonora de todas esas caídas que, más temprano que tarde, llegarán.