En plena y nueva gira, Luis Alberto Spinetta pasó por la Zona Oeste del Gran Buenos Aires y entibió las salas del Teatro Municipal de Merlo.
Un cielo enorme y blanco se extiende, desde hace días, sobre la ciudad, más parecida a Londres que a Buenos Aires. Bruma que llega hasta el pasto y hasta a las luces. Hasta todas las noches de cualquier lugar
22hs, puntual y luminoso, Luis Alberto aparece paradito detrás del rojizo telón. Con su banda pequeña y rayos por todas partes. Casi fosforescente. Y el teatro parece transportarse, quien sabe a qué tiempos.
Luis deja su voz en aire. En este primer aire nuestro que lo recibe.
Ese hombre alunado de rock sublime, con décadas de sol vino, desde alguna parte, a sonreir su música.
Comienza la noche en viaje inverso, tomando como punto de partida sus últimos trabajos: Agua de la miseria y Sin fin fueron los primeros audios que tuvimos. Regalos de la sonoridad.
Y desde mi butaca, yo siento un terrible puente creciendo, amorfo, por todos lados. El crea y nos une. Nosotros nos entrelazamos y volvemos a él. Un ser enorme de corazón. Sensible a las creaciones. Parecido al Principito. Viajante del alba más hermosa.
El publico se para y con ojos grandes, aplaude al escuchar Un viento celeste, del disco «Los niños que escriben en el cielo». Y así es esta noche: un túnel que viene y que va por el tiempo. Que pincela generaciones tan distintas en amores, tan iguales de enemigos. Llenas de sueños como hormigas. Esperando reacciones de gente escondida para siempre.
El Flaco vuelve a su disco «Pan» y allí se queda por varios minutos. Un tema. Otro. Miles de acordes que jamás recordaré. Poesía en la vida de este momento. Y por segundos veo la experiencia y la sabiduría musical y pienso en la madurez de un árbol muy grande. Pero pienso también en lo pequeño de un día cualquiera, en la pared vieja de la esquina, en el silencio de alguien que duerme. En una calesita que se escapa. Y por alguna razón, todo tiene sentido aquí…
El baterista hace lo suyo, y Nerina cumple con su grave ritual de cuerdas. Pero hay algo que no pasa así como así: esos dedos veloces que alentan los segundos cuando Claudio Cardone los baja sobre el teclado. Todo un mundo permanece allí. La luz empecinada lo enfoca, por momentos, sólo a él. ¡Y hasta siento que está solo! Abundante y prolijo, desparramándose por todo el salón. Completamente en paz. Y, entonces, Luis se acerca y dice que «Esa música viene del alma mas grande del mundo». (Le creemos).
Se abre, ahora, una etapa diamantina de la noche, donde El Flaco y su tecladista interpretan una serie de aladas canciones, sin baterías ni bajos ni electricidad: Laura va, Grisel y Las cosas tienen movimiento (de Páez) vienen desde el escenario directo a nosotros que estamos sumergidos en la dulzura, cada vez más.
Y entonces se va y ni nos mira. Y nosotros estamos tan atónitos que tardamos en parpadear. Y no nos da tiempo y vuelve. Y Seguir viviendo sin tu amor llena la sala como una respuesta.
Sabemos que se está yendo, pero estamos felices y hermosos de tanta enormidad. Etéreos y livianos. Totalmente agradecidos.
Llenos de árboles y sueños
De vientos que desatan y no duelen
De espumas que se venden en ningún lado.
Y salimos aunque no queremos y cada uno a su casa de algún lugar. Y en la dispersión de alejarnos, creo que todos sentimos lo mismo: a veces la neblina nos da la mejor estrella.