Miguel Botafogo Vilanova festejó sus primeros 30 años con la música en el ND/Ateneo. Inolvidable.
La simpleza, la displicencia, la determinación y el carisma de Miguel «Botafogo» Vilanova solo se compara con la del Diego. En este caso, no fue la pelota la elegida sino la guitarra, instrumento que poca gente sabía que se le podía sacar tantos sonidos en una sola noche.
Este eximio guitarrista, más cerca en su apariencia a un profeta musulmán que a una gran estrella de rock, logró en dos horas y media dejar atónitos a toda la concurrencia que colmó el Teatro Ateneo para vitorear cada riff y ocurrencia del Bota.
Con una cuidada gráfica y con una muy bien manejada prensa, se plantó en el escenario para mostrar que realmente 30 años son muchos más cuando están tan bien aprovechados como en este caso. Si el tiempo te permite cosechar compadres de la talla de Ciro Fogliatta, Juan Rodríguez, Luis Robinson, Las Blacanblus, Pappo o un excelente guitarrista de Austria o darte el gusto de volver a tocar 25 años después en el mismo lugar y con la misma gente temas de «Avalancha», eso quiere decir que el tiempo no paso en vano. No solo eso, en este caso particular, saber que las 3 décadas pasadas te hacen llegar a ser embajador de nuestro país en todo mundo, indudablemente 30 años son mucho.
Con un boogie crítico hacia quien lo «hizo todo» arrancó el show y de ahí en adelante una catarata de talento brotando como agua de manantial llenaba el recinto de notas dulces, logrando que uno entrara en trance virtual sin necesidad de enchufarse a nada más que al bello blues que bajaba desde las tablas.
Señores, déjenlo jugar, perdón tocar. Que distribuya juego desde el medio del escenario hacia un teclado que define todo lo que encuentra en el área o que se apoye en un fondo de batería y bajo que sale jugando y no revolea ninguna pelota. Déjenlo manejar los cambios que sabe perfectamente cuándo un saxo o una armónica pueden sumarse a la definición del partido o cuando necesita un socio para que la pelota llegue redonda. Eso solo lo puede hacer un jugador con experiencia, con la mente clara y la pegada perfecta para meterse en el corazón de la hinchada y retirarse ovacionado cuando el telón se cierra.
En definitiva, una fecha de trámite emotivo y plagado de brillos en sus principales jugadores, solo quedó una duda: el recital se llamaba «30 años» o «Botafogo y amigos», en realidad no importa… solo resta saber cuándo se juega el próximo partido.