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La Falda 1982: Te amo, te odio, dame más

  • Revista Pelo
  • 1 marzo, 1982

Durante tres días consecutivos, la ciudad de La Falda vivió su gran fiesta anual del rock nacional. Este evento, que se realizó por primera vez en 1980, ha adquirido una importancia y una trascendencia inusitada.

Poco quedó de aquél primer espectáculo, hoy se reunieron más de quince mil personas para escuchar en óptimas condiciones a los más grandes exponentes del rock nacional. Como en años anteriores, La Falda volvió a exhibir un heterogéneo espectro de público, cuya única actitud en común es lo de practicar un rancio hippismo. Mucho se habló —y hablamos— sobre éste fenómeno del pasado que año tras año renace en las serranías cordobesas. La desinformación, el aislamiento son algunos de los elementos con los que un sociólogo podría teorizar indefinidamente. Pero son una realidad y existen, aunque sólo sea para vivir esos tres días. Lo peor es que la actitud y la ideología de este público no coincide con las de los músicos, y esto tarde o temprano termina por crear situaciones de tensión entre ambos.

Y, al igual que el año pasado, también la violencia gratuita asomó su rostro deforme entre un público que, paradójicamente, pregonaba la paz mientras exhibía todos los símbolos que alguna vez identificaron a ese movimiento.

Pero como el hábito no hace al pacifista la apertura de la edición 1982 del Festival de La Falda estuvo a cargo de Orión’s, uno de los grupos veteranos del rock nacional que está trabajando para su relanzamiento (disco incluido). La banda de los hermanos Bar sonó ajustada, y sus mejores momentos estuvieron en la interpretación del nuevo material. Al contrario, la ejecución de los viejos éxitos le quitó brillo a una presentación correcta en general.

Raúl Porchetto y León Gieco
Raúl Porchetto y León Gieco

POBRE INTERIOR

El primer grupo del interior que actuó fue Garage, una banda cordobesa que venía precedida por muy elogiosos comentarios. El grupo ejecuta un jazz rock viejo, sin mucha imaginación. Todos sus integrantes tienen un nivel parejo de interpretación, y la banda suena ajustada, pero obviamente eso no pasa de ser lo mínimo indispensable para subir a un escenario. En general, La Falda no mostró ningún hecho relevante a nivel musical, y la presentación de los grupos del interior resultó totalmente decepcionante.

Con la actuación de los Abuelos de la Nada aparecieron los primeros síntomas de la curiosa dualidad que tiene el público de La Falda. Miguel Abuelo y su grupo tienen un show que obviamente escapa a los esquemas convencionales. Sobre todo Miguel que canta y actúa en una forma muy personal. La música de los Abuelos no es fácil, y también fue notorio que aún no consiguieron la interrelación perfecta como para que esa música salga compacta, en un sólo bloque. Pero eso no es justificativo para la incomprensible agresión de que fueron objeto. Recibieron monedas, objetos de todo calibre y, lo más humillante, la contundente repulsa de gran parte del público. La actitud de dar la espalda al escenario aparece como una “creación” local de pésimo gusto, y que habla de la ausencia de un respeto que muchos de esos detractores reclamaban cuando eran escarnecidos en el centro de la ciudad por los lugareños.

León Gieco y Raúl Porchetto
León Gieco y Raúl Porchetto

El cierre correspondió a León Gieco y Raúl Porchetto, quienes durante dos horas sedujeron y condujeron al éxtasis a una audiencia notoriamente agresiva. Gieco realizó su parte con la solvencia y el afecto habitual en todas sus presentaciones, apoyado por el buen sonido de Milrud y la iluminación de Quaranta. Porchetto y su banda fueron presentados por él mismo. Ahí se tuvo oportunidad de escuchar al grupo que mejor tocó y sonó de todo el festival. Apoyado por un público que lo erigió en ídolo desde hace mucho tiempo, Porchetto paseó el repertorio de sus últimos discos en un show compacto, sin baches. Fue una verdadera máquina que funcionó con la precisión de un mecanismo de relojería. Cuando León reapareció para la actuación conjunta fue el paroxismo total. Como hecho insólito, el público reclamó estruendosamente la presencia de Charly García y el PorSuiGieco; y para su complacencia García subió a tocar una eléctrica y vibrante versión de “Pensar en nada”, de Gieco. Como anécdota quedaron las palabras de García pidiendo el mismo apoyo y el mismo respeto para todos los grupos, sean mejores o peores.

Litto Nebbia
Litto Nebbia

El miedo no es tonto, y por eso Gustavo Montesano presentó a su grupo sin el vestuario que suelen utilizar en sus conciertos. Con actitud precavida Montesano presentó la nueva música que está haciendo, notoriamente basada en su anterior y más trascendente experiencia grupal: Crucis. Esta actitud de “control” le sirvió como para salir airoso del acto, ya que además tuvo que ser el grupo apertura del segundo día, un grueso error en la programación. El número central estuvo a cargo de Litto Nebbia, quien actuó acompañado por los Músicos del Centro, una banda cordobesa. Su actuación fue correcta, pero se desdibujó por la extensión del set, transformándose en una tediosa sucesión de canciones sin brillo. Además, Nebbia insiste con la mala costumbre de monologar largamente con el público, lo que hizo que mucha gente abandonara el anfiteatro dado lo avanzado de la hora. Lo mejor de esa noche estuvo a cargo de Alejandro Lerner y La Mágica, una banda que seguramente se hará escuchar esta temporada. Mezclando el rock con el funk y el rhythm & blues, Lerner despertó a una audiencia adormilada con sus canciones ácidas, irónicas, de fuerte contenido crítico. Los temas sobre el albergue transitorio y los almuerzos en televisión fueron verdaderos hallazgos. Cuando Lerner pula su repertorio, especialmente en lo que se refiere a ciertas apelaciones demagógicas, será fácil prever un futuro más que auspicioso. La Fuente con sus ritmos indoamericanos y Virgen con su reconocida solvencia instrumental cerraron una fecha que transcurrió sin mayores hechos destacables.

Charly García
Charly García

PEPERINA FINAL

Ultimo día y gran final previsto para los Serú Giran. Desde las primeras horas la actividad resultó febril para armar el completo equipamento del cuarteto. Mientras tanto, los organizadores se inquietaban ante el demorado arribo de Cantilo Durietz, uno de los dos grupos acústicos que debían actuar antes de los SG.

La apertura estuvo a cargo de Madre Magia, un grupo cordobés que pasó sin pena ni gloria, mostrando un monótono material.

Ante la demora de Cantilo-Durietz, salió a escena el solista Juan Carlos Baglietto, que ya había actuado anteriormente. Baglietto tiene un buen timbre vocal y sus canciones son inteligentes, aunque la temática sea algo arcaica. Su show enfervorizó a la audiencia que varias veces lo obligó a retornar al escenario. Aparecidos Cantilo-Durietz hicieron un buen show intercalando canciones nuevas y de la época de Pedro y Pablo, más algunas de las que Cantilo compuso para Punch.

Charly García
Charly García

Y llegó el final. Cuando García pisó el escenario con toda la intención de mostrar porqué su grupo es el más popular, se encontró con un público enfervorizado que lo recibió con aplausos y… monedas. Semejante apoyo monetario antes de que sonara una sola nota destruyó cualquier intento de comunicación entre él y el público. Lo que ocurrió después trasladó la música a un segundo plano. Más monedas, más botellas, más basura y mucha menos música. Profesionalmente, el grupo soportó estoicamente todas y cada una de las agresiones, tratando varias veces de apelar al raciocinio —ausente con aviso— de los espectadores. “Triste, muy triste. Imposible no sentir indignación cuando David Lebón —justamente él— cantó solo sentado al piano y el clima intimista se derrumbó con el estrépito de esa botella que le dio al piano. Triste fue ver al público aullando histérico para que el grupo hiciera una repetición. Sí, los mismos músicos a los que les tiraron toda clase de objetos. García dedicó con toda acidez “Peperina” a la ciudad de Córdoba, y nadie entendió nada. La banda no sonó bien por un problema de energía eléctrica, y porque sobre el escenario había bronca y frustración, no ganas de tocar con amor.

Muy Paradójico. Allí abajo estaban esos hippies luciendo sus largas melenas y sus medallones de la paz, haciendo la “v” con una mano tirando una moneda con la otra. Esta vez los únicos represores estuvieron allí, entre el público, y nadie hizo nada para pararlos, porque son los mismos idiotas útiles que confunden paz con mugre y rebeldía con violencia. Ese fue el triste saldo de lo que debía haber terminado en una fiesta. Tal vez ese público todavía no está preparado para escuchar cosas inteligentes y aprehenderlas de la misma forma. La Falda ’82 fue éxito en cuanto a la asistencia de público y a la calidad de la música aportada por algunos nombres. Pero como rito humano, como encuentro de gente que se quiere reunir para compartir tres días de paz, amor y música (¿no era así como decían los hippies?) fue una vergüenza. El análisis psicoanalítico de la antigua dualidad atracción-rechazo que genera el artista ya ha sido tratado por los especialistas y en ocaciones más trágicas que esta (por eso murió John Lennon), pero cuando esa contradicción aflora no se puede sentir sino miedo.

Todo terminó, una fresca brisa barre el vacío anfiteatro mientras los asistentes reúnen los últimos equipos, y en el escenario apenas iluminado aún resuenan las últimas estrofas de “Peperina”: “te amo, te odio, dame más”.

La Falda
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