Divididos se presentó en La Vieja Usina ante poco menos de 5mil personas. Repasando su historia, difundiendo su último trabajo y haciendo sonar hasta los dientes, en una noche corta pero demoledora.
El show estaba previsto para las 22 horas, pero la mayoría del público llegó pasada la hora estipulada. Trapos que tomaban posesión de cuanta baranda estuviera disponible y algunos cantos de «guerra» que hacía rato no se oían por la docta, preparaban el clima de una noche que se esperaba con ansias.
La banda regresaba a la capital cordobesa luego de copar el Orfeo el año pasado y revalidar su título de «peso pesado» del rock de esta parte del continente en el Cosquín Rock 2003. El show marcó el retorno de una gran banda, pero también el reencuentro de los roqueros de años, que venían perdiendo terreno frente a aquellas bandas que acarrean miles de adolescentes; pero esta vez los «viejos» fueron mayoría en la convocatoria y se adueñaron del ritual.
Ricardo Mollo (aparentemente sin la compañía de la Primera Dama), Jorge Araujo y Diego Arnedo llegaron a las 23:00, cinco minutos antes de subir al escenario. El repertorio no fue muy diferente al de anteriores presentaciones en Córdoba, pero la magia puesta sobre la mesa hacía olvidar ese detalle. El público aturdió con sus coros en cada uno de los temas que iban pasado por la garganta de Mollo. Los primeros temas en sonar fueron Cajita musical, Ay, que Dios boludo y Tomando mate en La Paz.
Como no podía ser de otra manera, las zapatillas no demoraron en llegar hasta el escenario. 23:45 y Ricardo ya se encuentra interpretando Despiértate nena con el calzado de algún fanático que quiso estar representado al menos por sus «championes». Con una pelotita de tenis, los dientes, un DNI y con una que otra tarjeta de crédito que llegó a sus manos; cualquier cosa, como todos sabemos, le sirve a Mollo para hacer sonar cada una de sus guitarras.
El homenaje a Sumo no podía faltar y temas como La rubia tarada y Mejor no hablar de ciertas cosas sonaron para refrescar esos amores eternos que nunca se olvidan.
Tanto anteojo, Vida del topo, Dale azulejo, Camarón Bombay y Como un cuento fueron algunos de los temas que al promediar el show habían sacudido las más de 4.500 almas presentes. No hablaron demasiado con la gente, pero la química sorprendería a más de un observador desprevenido. «Dedicado a todos los Pepe Lui que cada uno tiene guardado en el corazón. ¿Quién no tiene un Pepe Lui en el corazón?», dijo Ricardo y la marea de aplausos introdujo a uno de los temas de «Vengo del placar» de otro más aceptados por el público cordobés.
El desfile de clásicos continuó: Sobrio a las piñas, Rasputín, Cielito Lindo. Ala delta marcaba el supuesto final que se prolongó por unos 15 minutos: con El 38 explotó el público y con un último tema se despidieron definitivamente. Mollo se coló entre las vallas de seguridad para saludar a sus «santos en remera» y Araujo junto a Arnedo dieron su último saludo desde las tablas.
Un show mucho más corto en comparación a los acostumbrados por Divididos (que superan ampliamente las dos horas y media), pero con la misma fuerza de siempre. Y un paisaje que se repite: gente que satisfecha se vuelve a su casa, otros que juntan las monedas para comprar un chori en la puerta o entrar a uno de los tantos espectáculos que las bandas brindan en el ex abasto. Miles de roqueros desparramados por las calles a los que todavía les retumba en el odio la distorsión de la viola ya sin cuerdas sobre el retorno y la ovación retribuida a los responsables de tanta euforia.
Colaboración de Paola Toschi