Alrededor de 40.000 personas disfrutaron de las distintas facetas de Diego Torres en Velez. Hubo humor, romanticismo y reggae. La crónica de Laura Gentile, para Clarín.
Casi las diez y el público del Estadio Vélez aplaudía cada falsa alarma en el escenario, la aparición de humo, un asistente probando un micrófono. Tantas eran las ganas de verlo al cantante argentino que fusiona, como nadie, el pop, los ritmos latinos, el reggae, la autoayuda y el romanticismo.
En la platea ya se habían ubicado Araceli González junto a su hija Flor, la eterna malvada televisiva Carina Zampini, la modelo Teresita Garbesi, cuando a las 10 en punto apareció: una ovación gigante para un hombre pequeñito, Diego Torres.
Todo vestido de negro fue directo al grano, cantar los temas de su disco MTV Unplugged, el más vendido en Argentina en el 2004 y ya presentado con 20 shows en el Luna Park, en junio pasado.
Recién después del tercer tema, Sé que ya no volverás, el ídolo saludó a su público. «¡Buenas noches Buenos Aires», lanzó en un pseudo tono caribeño, tal vez influido por su reciente gira mexicana. Y le agradeció: «por ser siempre cómplices míos en todo lo que hago, por perfumarse y bañarse para venir a verme».
Con un escenario cuidado, dominado por un gran ojo- pantalla a través del cual podían deslizarse tanto imágenes del país como fotos antiguas de inmigrantes o algún intento de video arte, Diego Torres presentó un show impecable de casi tres horas de duración que incluyó «sketchs» improvisados, bailarinas, el acompañamiento de dos violines y dos chelos, la actuación del «hombre electrónico», Miguelius, y hasta la interpretación de un tango: Nostalgias.
Bastó una rápida mirada a la platea para dejar claro que lo suyo, es sin dudas, el multitarget: niñitos de 3 a 10 años, adolescentes exaltadas, cincuentonas, parejas, mujeres solas, treinteañeras… Cada uno puede disfrutar de sus distintas facetas. «Me llega al alma», comenta Cristina (45 años) después de escuchar Tratar de estar mejor (faceta auyoayuda). «¡Potro!», grita una veinteañera emocionada por la letra de No lo soñé (veta romántica). También está su onda reggae, netamente marplatense, el costado caribeño, intensificado por su coro Alexander Batista, y la imagen de chico bueno que hasta le cantó Color Esperanza al Papa Juan Pablo II.
Las suegras pueden quererlo por el amor incondicional a su madre (la entrañable Lolita Torres, figura nacional) a quien en el show de Vélez le dedicó la canción Tal vez.
Todo regado por alta dosis de humor y soltura y gran capacidad de burlarse de sí mismo (compararse con Juan Alberto Mateyko, asegurar a los de la última fila que si no lo escuchan no se están perdiendo nada interesante).
Capacidad, también, de domar, con los años, a un público femenino que, en sus comienzos pelilargos, sólo veía en él un símbolo sexual a quien tirar ositos de peluche.
Aún quedan resabios de aquel modo y su reacción. Ante el primer amague de «A ver, a ver, como mueve la colita…», Torres responde entre comprensivo y resignado: «Siempre seguimos con la misma boludez». Obedientes, sus fans aportan, entonces, sólo gritos dosificados. O un discreto «Te queremos Diego».