El trío cumplió 15 años, y lo festejó de la mejor manera posible: renovándose, buscando nuevos horizontes, experimentando.
Nunca pensé que alguna vez iría a escuchar a Divididos en zapatos. Y nunca pensé que los vería sentada en la butaca de un teatro. Pero el jueves 17 de julio al fin llegó, y apenas el Gran Rex abrió sus puertas entré y me senté impaciente a esperar que empiece el recital.
El evento esperado ya había tenido su primer encuentro la noche anterior, y continuaba la siguiente también, pero me había mantenido al margen de cualquier comentario para saborear mejor la sorpresa.
El ambiente de intriga flotaba en el aire, Divididos haciendo un electroacústico… no habría pogo, ni bengalas, ni remeras transpiradas. Solo oídos deleitándose con el virtuosismo que los decibeles elevados a veces no nos dejan detenernos a escuchar. Era un desafío.
A eso de las 22 horas arrancó una proyección con pantallazos de diferentes recitales a través de su historia, y de una íntima muestra de la preparación del trabajo en la quinta «La Calandria». Y después aparece el trío sobre el escenario, abriendo la noche con «Villancico del horror».
El recital se sucedió como partes de algo gigante que lo abarcaba todo, como un gran y largo tema que fue tomando diferentes colores y texturas, a través de distintos escenarios, con diferentes niveles y ritmos. Fue simplemente una obra de arte, a nivel musical y en relación a la creatividad y la puesta en escena.
Interpretaron 26 temas, acompañados por instrumentos como guitarras portuguesa, eléctrica y acústica, bandurria, violín, balalaica y balalaica baja, cajón peruano, udú, bajo eléctrico y acústico, entre otros. Aparecieron instrumentos nuevos de la mano de grandes amigos: Juan Carlos «Mono» Fontana en teclados y efectos, Pablo Rodríguez en saxo barítono y flauta traversa, Semilla Bucciarelli en acordeón, Fortunato Ramos en erke, además de Juanchi Baleirón en guitarra y Tito Fargo en guitarra y bandurria.
En algunos temas el público no se animaba ni siquiera a marcar el ritmo con el pié, aguantaba la respiración para no perderse ningún detalle, como cuando se cerro un telón y Ricardo se sentó solo en una sillita, ahí al costado izquierdo del escenario, y comenzó a tocar y cantar «Spaghetti del rock». A más de uno se nos escurrió una lágrima de emoción.
Y en otros temas no se podía evitar bailar y moverse en el asiento, como en «Agua en Buenos Aires», tema netamente ambientalista. Es que al poder estar sentado, escuchando, prestando todos los sentidos a la música y las imágenes, la letra llega al alma, de una manera mas intensa que nunca.
Aparecieron varios temas que hacía tiempo no se escuchaban, como «Gárgara larga», «Niño hereje», «Andá a lavartelos», «Ortega y Gases», y «Dame un limón».
Pudimos escuchar una maravillosa versión funky de «Gol de mujer», pero a mi entender la mejor versión y la que más me sorprendió de todas, fue la de «15-5», transformada en un jazz intenso, pleno de swing y de gusto delicado. ¡Divididos haciendo jazz…! Sin palabras.
Al finalizar «El arriero», cayó el telón, y por debajo se empezó a ver un juego de luces rojas que bailaban endemoniadas al ritmo de la batería de Jorge Araujo. Un fuego comenzó a subir, acelerando los corazones, y como quien espía por debajo de una puerta, empezamos a ver esa batería incendiándose en las manos del magistral «Magoo», a los que luego se sumaron Diego y Ricardo, arrancando la parte eléctrica con «Salir a comprar».
La emoción nos embargó de nuevo con «Luca», y pudimos ver lo que son capaces esos dedos de Cóndor en «Ala delta», los que volaban sobre el bajo con tal rapidez que casi era imposible verlos.
Después se escucha un sonido extraño…no viene de escenario, se viene acercando. Cuando llega Fortunato Ramos con su erke, los que estábamos en el primer piso entendimos se que se trataba. Y nos regalan una «Mañana en el abasto». Allí se despiden, cierre de telón.
Y luego aparecen en trío de guitarras, una imagen muy fuerte, haciendo «Pepe Lui». ¿Quién se esperaba ver a Magoo tocando guitarra…? Despedida otra vez, cierre de telón. Los que no habíamos mirado el programa para darle aún mayor intriga a la noche, no sabíamos si había terminado o no.
Entonces, el telón devela una escena casi teatral: sillón, lámpara de pié, fondo blanco. Se acomodan Semilla y Diego. Mientras las manos del Cóndor dibujan el infinito con su «Abajo solo», Semilla imprime sobre el fondo sus dibujos. Y estos van mostrando el programa del recital. Cuando el tema finaliza, se levantan, Diego apaga la luz, y se retiran abrazados. Un cierre perfecto, redondo, la última pincelada del cuadro. Recién ahí, después de un suspiro, recobré el aliento y volví a tocar el suelo con los pies. Y no pude evitar sonreír al leer al dorso del programa: «A todos gracias. Por el aguante de estos 15 años en cada proyecto que hacemos. A los santos en remera». Ojalá lleven este espectáculo al interior, los santos de todo el país merece verlo.
