Se presentó ante unas 45 mil personas en el estadio de River, como cierre de su gira «Un mundo diferente». La crónica de Mauro Apicella, para La Nación.
Anteanoche, en el estadio de River y ante unas 45 mil personas, Diego Torres se dio el gusto de cerrar para la Argentina el ciclo de presentaciones del álbum «Un mundo diferente», prolongado durante más de un año y medio gracias al arrollador éxito del tema «Color esperanza».
Pero no será por esto que el concierto llegue a ser recordado durante un tiempo, sino por el frío. En ese habitual muestreo de clases que ofrecen los shows con muchas sillas en la cancha -los que pagan entradas de 30, 50 u 80 pesos, separados prolijamente por vallas según la calidad de la hacienda- hubo, sin embargo, un denominador común: todos inauguraron con los gorros, camperas y sacos más abrigados la temporada otoño-invierno 2003.
Pasada la medianoche la sensación térmica andaba por los 7 grados, y las almitas más devotas de este cantante que ocuparon las plateas superiores y el fondo del campo habían llegado antes de las 21 (horario programado para el inicio), cuando Magalí y Rubén Rada pasaban como números soporte.
Después de las 21.30 las luces se apagaron, pero sólo fue un amago. Hubo otra media hora más para repasar con la vista los carteles de publicidad -compañías automotrices, petroleras, cerveceras, de gaseosas, shoppings- y las imágenes, también publicitarias, en pantalla gigante que se repitieron por enésima vez. No fuera cosa de que alguien no estuviera enterado de que Diego Torres es uno de los protagonistas de la película «El juego de Arcibel», que se estrena el 29 del corriente.
La demora y el frío jugaron a favor de cafeteros como Juan, un desempleado de 65 abriles que, a poco de jubilarse, pudo ganarse unos pesos con este trabajo temporario en la platea VIP. Entre cafés, en ese sector el público anónimo se pudo entretener viendo caras famosas: cantantes, actores, actrices, modelos, representantes de modelos y hasta el vicepresidente electo, acompañado de su esposa.
Por fin a escena
Y así se hicieron las 22 y por fin Torres abordó el escenario. Sin nada nuevo para ofrecer -no tuvo problema en repetir una anécdota muy graciosa de México que había contado varias veces en su ciclo de recitales en el Luna Park-, pero, como de costumbre, al frente de una banda que da gusto escuchar, con las canciones que lo acompañan hace más de diez años y con su enorme calidad de showman. Hijo no reconocido del café concert (él mismo admitió que ésas son las tablas que más lo atraen), este cantante hasta puede ser capaz de conseguir la complicidad de quienes no escuchan su música. Siempre con cierto tono humorístico, a sus comentarios políticamente correctos sumó declaraciones sobre el ballottage («Gracias por haberte retirado», deslizó), arremetió contra los pastores mediáticos («no crean en esas cosas que hacen daño») y se proveyó de imágenes de Bob Marley, entre otras yerbas. Porque en este show también logró que las pantallas de video fueran un buen complemento de sus propósitos. Dejar su discurso antibelicista y ambientalista, o traer el recuerdo de su madre, Lolita, en varios momentos del recital.
Las canciones transcurrieron por segmentos. Sonaron esas que lo emparientan al grupo Ketama, las de un set cercano al reggae («Deja de pedir perdón» y su versión de «Chalamán»), las que bajan el pulso hacia la balada («Conmigo siempre», «Alguien la vio partir», «Quisiera») y el hit «Color esperanza» -con estribillos en portugués, para adelantar la salida de su disco en Brasil-, que llegó para el cierre como un buen abrigo.