La banda estadounidense de metal progresivo instrumental se presentó por primera vez en Argentina. La excusa: presentar «The madness of many», su cuarto disco de estudio.
Una aplanadora. Esa es la palabra que resume, a la perfección, el show que Animals as Leaders dio en Groove. Te llevan puesto, te pasan por arriba con lo contundente de su sonido, con lo implacable de su marcha. Además, son como máquinas. A priori, esto puede tener dos lecturas, ni buenas ni malas: una que sugiere una repetición minuciosa y sistemática de patrones, en este caso sonoros, con énfasis en la técnica. Y otra: que son tres entes inhumanos, en tanto trascienden los límites de la imperfecta humanidad. Acá pasa un poco de las dos cosas.
El trío fundado por el guitarrista Tosin Abasi, y completado por el también guitarrista Javier Reyes y el pulpo baterista Matt Gartska es, en principio, una excelente oda a la técnica y al estudio en profundidad del instrumento, a tal punto que sus guitarras – de 8 cuerdas, las más graves gruesísimas – pueden, por ejemplo, sonar como bajos slapeados. Básicamente porque, sí, las están slapeando. Y ver cosas como esas es una verdadera delicia. Paradójicamente, esta banda – formalmente sin bajista – suena más llena sonoramente, más «patada en el pecho», que muchas otras de formación tradicional. Pero nada más. Lo espectacular, lo increíble de tener adelante a los Animals as Leaders se queda ahí, en el espectáculo de lo extremo, del empujar la ejecución más allá de los márgenes de lo posible. Tocan el cerebro, pero no el corazón. Música analítica, racional que, irónicamente, rompe, destroza los bordes de cualquiera racionalidad posible.
Y ellos, de alguna manera, lo blanquean: abren su primer show en nuestro país con «Arithmophobia», «Ectogenesis» y «Cognitive distortion». Lo técnico, lo maquinal, el conflicto racional-irracional, respectivamente, son temáticas puestas sobre la mesa en el mismo contenido de las composiciones. Lo que escasea son emociones, de las profundas, esas que ponen la piel de gallina. En cambio, tenemos piezas violentas, demoledoras, pujantes, aplastantes, exquisitamente ejecutadas. Que no es poco.
Pasan entonces la exiliada «Wave of Babies» (probablemente nacidos por ectogénesis), «Do not gently», «Tooth and claw» y, en la exacta mitad del show, la única que matizará un poco con algo de afectuosa, aunque breve, melodía: «Nephele».
Aunque apenas habla, por su continua sonrisa sabemos que Tosin está pasándola bomba. Es un goce obsesivo, el placer del pensar. Y, claro, esta sonrisa se contagia a los fanáticos que, contra el prejuicio de muchos, colman la enorme sala. Tosin apenas dice «gracias» un par de veces, pero, sin embargo, el agradecimiento se le ve en los ojos. Otra ironía: una mirada y una sonrisa desbordantes de afecto hacia quienes, a pocos metros, no sin razón, lo idolatran.
La segunda parte de la noche seguirá en la misma tónica: «Tempting time», «Ka$cade», «Physical education», «Inner Assasins», la brevemente acústica «The brain dance» y «The woven web» para el amague al final que no es final.
Para el bis, el primero que reaparece es Javier Reyes: «¡¿Cómo están, ¡¿Buenos Aires?!». Ovación, y continúa: «¿Quieren una más? ¿Cuál quieren? ¿Despacito?». El paso de comedia es secundado por Matt Gartska, que, ya en su banquito, da rienda suelta al ritmo reggaetonero. Risas. Entonces, Tosin vuelve al escenario, y habla, más allá del «gracias», por primera vez en la noche: «Por esto nunca le dejamos el micrófono». Risas, y sigue: «Es la primera vez que tocamos en esta ciudad, y no puedo creer lo fantásticos que son», e inmediatamente, con esa inmensa y contagiosa sonrisa en la cara, anuncia lo inevitable: «Tenemos una canción más, pero esperamos volver pronto». Entonces, suena «CAFO».
Y ahora sí, con el público maravillado y mientras los tres niños prodigios del metal instrumental dejan el escenario, suena Despacito.