«Piensa en la muerte o en algo horrible y canta», le pidió David Gilmour, sin demasiadas especificaciones, en nombre de quienes, liderados por Roger Waters, pretendían revolucionar la escena del rock internacional. Clare Torry lo entendió a la perfección y nos dejó un legado inigualable: The great gig in the sky, una de las piezas más emocionantes de la gran obra que es Dark side of the moon. ¿Qué hay detrás de esta mujer, que aún hoy conocemos como una voz sin rostro, oculta detrás del gigante Pink Floyd?
“Tengo que fingir que soy un instrumento”, se dijo Clare cuando, después de un par de vueltas en la cabeza, entendió por enésima vez que no entendía lo que la banda quería. Ni ellos lo sabían, parecía. Ni Roger Waters, tan seguro y pagado de si. Pero la consolaban. Sabían que pedían algo raro, y la alentaban. Entonces, Clare fingió. Y cómo.
Corría 1972. El escenario era Abbey Road. El nexo fue Alan Parsons, con quien también colaboró Clare en otra ocasión (con The Alan Parsons Project). La canción, compuesta por Rick Wright, es inconcebible sin la voz que hoy la caracteriza. La colaboración de Torry es emblemática: quienes nos vimos en algún momento obsesionadas u obsesionados con la muerte, volvemos a ella como quien vuelve a un olor de la infancia mezclado con pasto.
«Yo era una compositora del staff de EMI —diría ella años más tarde—, recién salida de la escuela, que había empezado a hacer algunas sesiones vocales. Recibí una llamada telefónica para ir y hacer una sesión para Pink Floyd. No significaba nada para mí en ese momento, pero acepté y fue arreglado: 7 a 10 PM del domingo 21 de enero, Studio 3. Cuando llegué ellos me explicaron el concepto del álbum y pasaron la secuencia de acordes de Rick Wright. Dijeron: “queremos un poco de canto sobre ella”, pero no sabían lo que querían, así que sugerí meternos en el estudio y probar algunas cosas. Empecé usando palabras, pero ellos dijeron. “oh, no, no queremos palabras”. Así que en la única cosa en la que pude pensar fue hacerme a mí misma sonar como un instrumento, una guitarra o lo que fuera, y no pensar en una vocalista. Lo hice y ellos lo amaron».
Pero las cosas no fueron tan simples: después de varias grabaciones, Clare supo que no podía intentar más. Se había vuelto repetitivo. Entonces, les dijo que ya tenían suficiente con el material conseguido y se fue. Triste, tal vez, pensando que su pasaje con Pink Floyd bastaría como experiencia laboral a futuro, pero no saldría en ningún disco por lo demás.
Uno de los solos vocales más increíbles de la historia del rock
Quien la haya escuchado, lo sabe. Quien no, no sabe lo que se pierde. El solo de Clare es potente, cambiante, crece, decrece, se vuelve sutil y recarga violencia en cuestión de tiempos cortos, breves, mortíferos. Es erótico, es triste, es esperanzador. ¿Cómo puede ser que logre tantas cosas? Me atrevo a postular que la clave es la muerte: en el trajín de poner en una escala vocal algo inexplicable, el resultado también lo es pero no así incomprensible. La muerte, según Clare Torry, es evidentemente una paleta de colores.
Después de grabar
No fue hasta marzo del año siguiente que, casi por casualidad, la voz detrás de The great gig in the sky se encontró con un póster en la ventana de una tienda de discos que anunciaba el último lanzamiento de la banda con la que había estado hace un tiempo: The dark side of the moon de Pink Floyd. Se preguntó si sería lo que había grabado meses atrás. Entró a la tienda y al abrir el LP se encontró con artistas que desconocía y canciones que no le habían presentado.
Entonces halló The great gig in the sky y supo que su trabajo se había usado, pero sin reconocérsele la autoría. Y entendió que lo que ahí sonaría si se le diera por darle play, era su trabajo. Con un nombre que no podría ser mejor, teniendo en cuenta que lo que había pasado era algo que incluso años después aún no terminaba de entender. Se quedaría grabado en su memoria como un accidente extraño, un incidente en el tiempo normal, algo que escapa a la rutina y en el trajín la hace pasar a la historia de la música, como por casualidad pero no sin el mérito de su enorme talento y la sensibilidad para poner en voz, mas no en palabras, qué es la muerte y si es que en serio resulta algo horrible, o es la perspectiva del final de todo erótica, sensual, sexual hasta el reviente.
30 libras no son nada
Más de 50 millones de copias vendidas en todo el mundo. 15 años consecutivos en la lista de álbumes de la Billboard. Continuamente, tras décadas, clasificados entre los 10 mejores álbumes de todos los tiempos en todas las encuestas. Pero Clare Torry recibió 30 libras esterlinas por lo que Pink Floyd consideró un trabajo esporádico, una colaboración.
Según Roger Waters, “Clare vino al estudio un día y le dijimos que no había letras, que el tema trataba sobre la muerte y que cantara sobre eso. Creo que sólo hubo una toma. Y todos dijimos: ‘Lo ha conseguido. Aquí tienes tus sesenta libras.’» Pero según Clare, las tomas fueron dos y media y la paga de treinta libras. Es peor, aunque si vamos al caso… de cualquier manera es una locura, si tenemos en cuenta la poca cantidad de gente que debe haber entre los oyentes de música que no reconozca esa maravillosa voz, portadora de tanta vida, tanta muerte, tanta locura y tanta pasión.
¿Para qué sirve un ama de casa?
“Habíamos pensado en Madeleine Bell o Doris Troy y no dimos ningún crédito cuando vimos entrar a esta mujer con pinta de ama de casa. Pero cuando abrió su boca, bueno, no fue lo rápida que pretendíamos, pero nos descubrió ese torrente orgásmico que todos conocemos y adoramos», dijo David Guilmour sobre Clare. ¿Cuáles serán las virtudes de una ama de casa para él? ¡Cuántas voces nos estaremos perdiendo, delegadas a tararear una melodía entre pasadas de aspiradora!
La voz de la muerte, renacida
En 2004, Torry le hizo un juicio a la EMI y a Pink Floyd reclamando derechos de autor: sostuvo que su interpretación vocal había nacido de su improvisación, es decir, que ella era la compositora de la melodía vocal. La justicia estuvo de acuerdo: en todas las ediciones del disco posteriores a 2005, la canción figura como compuesta por Richard Wright y Clare Torry, lo cual es un logro, aunque tardío. Una banda con ganancias millonarias y muchísima experiencia musical, ¿no debería reconocer automáticamente cuándo una música tiene un papel fundamental en la composición y no sólo en la ejecución? ¿En serio podrían estos gigantes haber ignorado que Claire Torry no había sido sólo una sesionista? ¿Podrían ver semejante obra improvisada como el simple uso de una voz?
La voz de la muerte, renacida. La interpretación de la muerte, renacida. Clare Torry ha dejado un legado insuperable, y ni recuperar todas las regalías del disco por la larga espera podría retribuirle lo que genera cada vez que el disco suena y en pleno éxtasis nos choca con ella. Lo que ha logrado va más allá de las leyes del mercado: ha traducido a la muerte y la ha fusionado con sexo, mejor que cualquier diccionario o gramática existente.