En la segunda entrega de 50 discos de rock argentino para escuchar en cuarentena vamos por aquellos sonidos fundadores. Cinco trabajos que abrieron un camino que, en vez de repetir fórmulas, crearon un estilo innovador y que se quedaron para siempre en la cultura musical de los argentinos.
El primer blues argentino y para argentinos de Manal, la libertad poética y músical, entre la calle y las estrellas de Almendra, la re-significación del sentido en las creencias de Vox Dei, la búsqueda de un puente que una rock clásico y la tecnología en un sonido más allá de tiempo y espacio de Soda Stereo y la furia como búsqueda, pero no como fin, en el que el primer grunge argento se abre a debates sociales y metafísicos.
«Almendra», Almendra (1969)
El disco debut de la banda de Luís Alberto Spinetta, formó, sin dudas, la tríada fundacional del Rock Argentino con Manal y Los Gatos, pero con la diferencia que la poesía y la música de Luis, dividida en tantos estilos distintos como canciones en la placa, influyó en todas las ramas.
Almendra es raíz y fruto en nuestra mirada de mundo. Nos atraviesa y nos interpela, mientras camina con nosotros en esta búsqueda de sentido eterno al que algunos llaman vida.
Eran años de revueltas sociales, políticas y filosóficas, en el país y en el mundo. Hablamos del Cordobazo, del movimiento hippie, del asesinato del Che Guevara en Bolivia y del Mayo Francés, entre otros. El Planeta planteaba un antes y después. Un punto y aparte para una humanidad que, resquebrajada y hedionda, pedía cambios.
En ese contexto, el talento inconmensurable del Flaco aparece acompañado por una banda del carajo, no siempre reconocida. Edelmiro Molinari en primera guitarra (hace magia en «Color humano»), Emilio del Guercio en bajo y Rodolfo García en una batería con cadencia y explosión.
Los seres que habitan el disco vagan entre lo sublime y lo cotidiano, siempre encumbrados por una poesía que se deja entender poco a poco y que escapa de la linealidad. La ternura de un amor joven de «Muchacha, ojos de papel» (uno de las canciones más hermosas escrita en castellano, jamás), de «Fermín» o de «Laura va» (la historia de una mujer que debe dejar su pueblo para ir a la ciudad, que cuenta como nadie la tragedia de los éxodos y el desarraigo), contrastan con la fuerza liberadora de «Ana no duerme» («Ana no duerme, espera el día, sola en su cuarto, Ana quiere jugar»).
La libertad, siempre presente en la obra de Luís, lleva a que las canciones generen varias atmósferas y varios sentimientos al mismo tiempo. Cada tema lleva una vitalidad propia, en el que el rock psicodélico encuentra un lugar para dialogar con la más absoluta paz (presten atención al bandoneón de «Laura va») y hasta con los silencios.
En el medio el dolor de los olvidados («Laura ve, los años le han dado la resignación»), en el medio los perdidos («figúrate que pierdes la cabeza y sales a la calle, sin embargo el mundo, sigue bajo el sol»), en el medio la locura («las manos de Fermín, giran y el también, gira y da más vueltas»), en el medio la rebeldía («Ana de noche, hoy es un hada, canta palabras, canta y se torna en luz»), en el medio la vida que se escapa («Muchacha piel de rayón, no corras más, tu tiempo es hoy»). En el medio Luis, siempre Luis. Que como él nos dijo, se nos volvió canción.
«Manal», Manal (1970)
Es otro de los sonidos fundacionales del Rock Nacional. Como no podría ser de otra manera, la firma Mandioca fue quien lo produjo y se transformó en el primer L.P de blues en castellano del mundo.
Son siete canciones, en un poco más de media hora, que se convirtieron en un puente multicultural, para acercar a una generación, no solo a lo que estaba sonando en el planeta, sino a las raíces tangueras y nostálgicas, matizados con movimientos socio culturales e inmigratorios que ocurrían en el país.
«Jugo de tomate frío» (el gran hit de la obra) y «Una casa con diez pinos» son los dos temazos de apertura, que con un sonido en el que conviven Deep Purple, Led Zepelin, B.B King y Piazzola, cuentan historias bien urbanas, de un tipo que se siente oprimido por la ciudad y sus parámetros de falsedad y competitividad.
Luego, el sonido se mueve entre lo psicodélico y experimental al blues bien desgarrador de las comunidades afroamericanas en mitad del Siglo XX en Estados Unidos, pero con tremendas letras que hablan de laburantes, esfuerzo y desarraigos en las revoluciones industriales y los movimientos demográficos de nuestras tierras.
Una de las cosas más llamativas del disco es que no solamente cantan blues en castellano, sino que hacen blues para la gente que habla castellano. Esto es algo que, por ejemplo, al rap le llevó muchos más años. No solo transcribir a otro idioma, sino contar historias desde esa idiosincrasia.
El blues argentino desde el Día Uno le habló a los argentinos, quizá eso fue una herencia al rock nacional tan o más fuerte que el tremendo sonido innovador de la época.
«La Biblia», Vox Dei (1971)
¿Qué tiene de revolucionario hablar de La Biblia en 1971?. Nada. Qué tiene de revolucionario hacerlo en plena Revolución Argentina, en un disco del rock naciente, editado en forma de doble álbum por la firma Mandioca y que se convierta en la ópera prima del rock en español?. Absolutamente todo.
Pensemos el contexto: una dictadura militar, un país ultra católico y por ende conservador, un movimiento como el rock, naciente, mirado de reojo, y un montón de preconceptos puestos de cabeza, con la excusa del arte.
Las palabras sagradas se escapaban de libros añejos e inertes y se cantaban en teatros llenos, con lo más más odiado por los que manejaban los hilos de la sociedad: la juventud de los ’70s.
Las canciones fueron compuestas por Ricardo Soulé (voz, guitarra, armónica, violín y piano). En tanto, la música es de Willy Quiroga (voz y bajo), Juan Carlos Godoy (voz y guitarra rítmica), además de colaboraciones de Soulé. La banda se completó con Rubén Basoalto en percusión y Roberto Lar como director de la orquesta y coro.
«Génesis», obviamente, abre un viaje inolvidable. Un bajo hipnótico y la voz de Ricardo como disipando la neblina que explota al minuto y medio. Luego vuelve a bajar, y sube poco a poco hasta terminar con una batería furiosa y solos de guitarra únicos.
En más de una hora de rock puro (desde «Génesis» hasta «Apocalipsis»), el resultado es una obra maestra. Más allá de las posturas religiosas que tenga cada uno, este trabajo trasciende las creencias y te explota en el cerebro, como un antes y un después.
«Sueño Stereo», Soda Stereo (1995)
El último (y séptimo) disco de la banda más importante del continente fue un riesgo que salió perfecto. Si pensamos en la tríada «Canción animal» (1990), «Dynamo» (1992) y «Sueño Stereo» (1995), lo que encontramos es una banda con una capacidad creativa única, en el que cada disco es bien distinto al precedente. Cerati nunca se quedó estático ni trató de repetir éxitos, y quizá por eso sus últimos trabajos fueron los más brillantes.
Un trabajo entero de rock progresivo. Con canciones brillantes y un laburo de mezclas y efectos completamente novedosos. El estilo disco y el rock psicodélico se puede marcar como una constante en un álbum de crimas, de letras de introspección y frases eficaces.
La trilogía que abre el disco es sencillamente genial. «Ella usó mi cabeza como un revolver», «Disco eterno» y «Zoom», parecieran ser una sola unidad, que se caracteriza por una cadencia adelantada 20 años, pero que a la vez se llena de arreglos y solos bien rockeros para volver a la esencia.
Eran años de explosión del Brit-pop con bandas como Blur, The Verve u Oasis, y Gustavo había estado navegando por esas aguas en los dos años de impasse de la banda. Ése estilo de canciones que parecían simples, con estribillos pegadizos, iban a aparecer en «Paseando por Roma», pero no por mucho, porque la cosa se volvía a poner poderosa con «Ángel eléctrico».
Con los años, la búsqueda y la fusión de tecnología con el rock clásico que reina en «Sueño Stereo» terminó haciendo escuela. Hoy los samples, DJ’s y mezclas psicodélicas conviven perfectamente con los riffs furiosos. Aunque, desde alguna nube, Gustavo debe decir «por aquí ya estuve» y, seguro, se larga a reir.
«Cuentos decapitados», Catupecu Machu (2000)
El disco salió en agosto del 2000, cuando la banda conformada por los hermanos Fernando Ruíz Díaz (guitarra y voz), Gabriel Ruiz Díaz (bajo y guitarra); y Abril Sosa en batería, empezó a trabajar con la compañía EMI. Fue, sin dudas, el trabajo que le permitió el acceso a la masividad que representa tocar en Obras, llenar de hits las radios y vender 25 mil placas.
Cuando lograron este hito, la banda ya tenía 6 años de historia y un gran camino recorrido, lo que los hace encontrar la fama con un sonido no solamente innovador, sino compacto y muy bien trabajado.
El comienzo es un gancho al hígado (larga vida a los discos que arrancan con una guitarra en llamas). El clásico «Y lo que quiero es que pises sin el suelo», acompañados por «Eso espero», «Perfectos cromosomas» y «Secretos pasadizos» muestran riffs enérgicos, baterías al palo y un bajo que ronda la perfección de Gabriel Ruíz Díaz (quien en 2006 sufriría un accidente que lo dejaría en estado de coma). La calma aparece recién, un poco, en el track cinco, con «Entero o a pedazos» (otro hit inolvidable).
«Mamá me dijo que no viniera» (denle bola a ese bajo por dió) y el bailable «Eso vive» (que entre luces, ritmo y un estribillo tremendo la rompía en las señales de música de televisión), inauguran la segunda mitad del disco, dando comienzo a algo tan novedoso como excelente.
Más allá de la música, potente y trasgresora, las letras es otro de los puntos altos. Entre pogo y pogo llaman a trascender, a luchar, a arriesgar a mejorar. A que «pises sin el suelo» y te caigas mil veces, lo vuelvas a intentar «Entero o a pedazos».
¿Saben por qué? Porque a pesar de los golpes de la vida, de los 20 años, de la salud del gran Gaby y de los intentos y retrocesos, «Eso vive». Y vivirá para siempre.