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La violencia del rock

  • Revista Pelo
  • 5 febrero, 1973

Nadie quiere hablar de la violencia en el rock, porque —suponen— que mencionarla, darle estado público, significaría la determinación, el desprestigio del surgiente negocio del rock. Decir que algunos chicos cortajean butacas, romper marquesinas o roban en los tumultos de las colas traería una secuela de espantos y lamentos que culminaría en represalias hacia todo el movimiento. Cosa que puede ser cierta que ocurra pero que, en definitiva, si el movimiento es tal, tendría que estar capacitado para bancárselas. Pero no es solamente la cuestión táctico —económica la que pone una mordaza en la boca de quien pudiera tener una opinión.

violencia

La gran autocensura contra los actos de violencia actuales proviene de un gran contrasentido, de una carencia de análisis proyectivo que todos tuvimos: periodistas, músicos, productores y hombres metidos en la cosa. Muchos nos llenamos la boca diciendo que el rock proponía una cosa distinta, una vida sin violencia y con tendencia al desenvolvimiento pacífico de la vida. Esa imagen —creída o no— por quienes la divulgaban le quedó colgada al movimiento como una etiqueta. Pero esa etiqueta es importada, porque no corresponde a la Argentina de hace cuatro años y muchos menos a la de hoy. La Argentina es violenta. Y punto. Sepámoslo de una buena vez. O cada vez que se agarran a las trompadas en las canchas de fútbol vamos a seguir echándole la culpa a la barrita brava de tal club. O cada vez que revientan a balazos a un sindicalista en la calle vamos a seguir pensando que el fulano se las tenía merecidas. Hasta cuándo vamos a seguir creyendo que la Argentina es una hermosa tierra edénica en el confín del océano Atlántico en vez de asumir que estamos parados sobre un volcán en Sudamérica.

Qué cuentos nos quieren vender de la paz y el amor cuando hay un secuestro por semana y se vive en la incertidumbre. Es precisamente porque el rock es una música de esencia popular que refleja los problemas y las pautas reinantes en el país real. Y qué paradoja la otra música, la complaciente, la de entretenimiento, sigue haciendo oídos sordos a todo lo que pasa en el país y sigue hablando de que hay que divertirse, tomar algunas copas más, y entristecerse mucho porque fulanita se fue con otro. Una canción de Aquelarre (quizás el grupo más lúcido en cuanto a la realidad argentina) explica el fenómeno de la actual generación con síntesis preclara: «La ventana tiene un aspecto muy normal. Pero vemos que cada día se agita más».

Todo esto no es para justificar la violencia del rock. Es simplemente para demostrar que la violencia por diferentes circunstancias sociales está implícita en todos los acontecimientos del país: en el deporte, en la calle, en la policía y por qué no iba estarlo en la música.

Pero es necesario diferenciar esa violencia, producto de un estaco de ansiedad de la Argentina con la violencia dirigida, gratuita o provocada por el mismo rock.

Muchos añoran los calmos recitales de tres o cuatro años atrás, cuando todavía se creía en el «flower power» y en la paz de los hippies. Pero eso ha quedado en el pasado, precisamente porque el rock es música destinada al pueblo y no a las élites, y en consecuencia está recibiendo aportes de público perteneciente a todo el espectro social. Debe ser por eso que muchos elitistas se sienten molestos por «la invasión», y los intelectuales (que también el rock los tiene) no comprenden demasiado bien como es «eso de mezclarse con el pueblo», más allá de las teorías. Las clases más oprimidas, que también ahora han accedido al rock, vienen con muchas cargas de opresión y tensiones de represión. Claro, resulta, entonces, mucho más fácil que analizar el contenido, deducir rápidamente por el continente que «ahora el rock está lleno de: negros de mierda». Y esta frase no es literatura, esta frase puede ser escuchada en cada recital, en cada festival. Y demuestra la actitud snobista, clasista de gran parte del público (y de los músicos también) de rock. Ese encono puede estar produciendo violencias ya y, seguramente, las va a producir con mayor ímpetu en el futuro cercano.

Pero hay otro tipo de violencia, esta vez manejada, dirigida. En el último festival B. A. ROCK, donde se produjeron algunos conatos de peleas y hubo una seguidilla de tumultos con fines de hurto, se pudo detectar que hubo (por lo menos en dos de su tres fechas) una patota de aproximadamente doce personas que fueron pagadas (sí pa-ga-das) para que ocasionaran disturbios y peleas. Los fines, además de propender a la suspensión del festival, eran un obvio desprestigio para la música de rock y para todos los que están luchando por ella, inclusive el público. Llama . además la atención la profusión de notas que aparecieron en medios informativos de la Capital (revistas, Gente. Antena, Así, etc.. diarios Clarín, Crónica, La Razón, La Nación) sobre los acontecimientos del Luna Park magnificando, en todos los casos, lo ocurrido. Contrariamente, del festival B.A. ROCK, donde por la fuerza (sí, por la fuerza) y por la previsión !a violencia pudo ser más o menos contenida, no hubo una sola nota en los mismos medios informativos. ¿Qué pasa?

Los sucesos de amenaza a organizadores de recitales, y la violencia en los conciertos de determinados conjuntos ya fueron .comentados en el número anterior y también entran las claves para analizar este proceso. Pero es necesario aclarar algo: hay gente interesada en que esto, que es el rock, no funcione. Así que no. nos entretengamos más pensando que cierto tipo de músiCa provoca violencias, o que ciertos músicos incitan a la violencia. Esas son mentiras anecdóticas que nos hacen perder la visión real del enemigo. Sí porque de eso se trata: porque si alguien te rompe la cara más de una vez tenés que empezar a pensar que de pronto hay alguien interesado en hacerlo, y que ya no es el producto de la circunstancia de un día.

No es cuestión de proponerse escuchar música en paz. Eso no basta porque sería creer que el mundo está sólo hecho de y para la música. Y eso no es cierto. El rock es música y todas las circunstancias del mundo que nos rodea. Esta argentina de hoy.

Pero todos, por una u otra razón, se lavan las manos. Los músicos no quieren hacer declaraciones, ni reunirse úna sola vez para ver qué se puede hace, el público se aleja de ciertos recitales y fustiga sin ningún tipo de análisis coherente, los productores y representantes no quieren ni nombrar da violencia porque se vuelan los mangos.

¿Qué queda por hacer entonces? Es difícil el camino cuando todos tratan de ganar su carrerita personal, es difícil cuando el enemigo es invisible y tiene dinero para pagar a tu propia gente, es muy difícil cuando a la mayoría nos hace falta un buen par. Esta columna y esta nota de Pelo, por todo eso, no termina aquí, no se cierra. Sigue abierta para escuchar propuestas (ojo: propuestas, no protestas. ..) sea del público, de un organizador de recitales o del mejor músico de la Argentina.

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