Fue una tarde de domingo. Vos no estabas, claro. Te habías ido unos veinte años atrás, pero tu habitación estaba tal cual como la habías dejado, o al menos eso fue lo que me dijo tu vieja. Era marzo y como en casi todos los marzos, Buenos Aires ardía. En tu barrio, ese del que te habías ido aunque nunca del todo, las calles estaban desiertas porque en el Monumental jugaba River a las cinco de la tarde.
Mi peregrinaje hacia tu casa había comenzado unos quinientos kilómetros al sur; aunque en realidad nunca creí en esa distancia porque a cada rato estabas cantando alguna canción y te oía con absoluta claridad. Y yo cantaba con vos, más o menos como lo hago ahora que te canto lo que siento, como decías cada vez que cantabas la canción con la que ahora titulo mi propio canto.
Yo llevaba un walkman, una cinta virgen, dos pilas Eveready y una mentira piadosa preparada por si acaso. «Soy periodista, estoy buscando la casa de Luis Alberto Spinetta». Llevaba una revista en blanco y negro en la que aparecía una foto tuya en la vereda de esa casa de Nuñez a la que me fui arrimando despacio, como acariciando los adoquines con las suelas de los zapatos. Desde Cabildo le di derecho por Quesada y el rugir de los motores desapareció ni bien crucé la vía. «Perdone, ¿falta mucho para Arribeños?», le pregunté al tipo de un kiosco. Seco, me respondió un «acá a la vuelta» que me hizo apurar el paso, galope que acompasó mis latidos, presagios de lo que vendría.
Tu barrio, ese al que como Pichuco siempre volvías, estaba tal como en otra de las fotografías que ilustraba el artículo que hablaba de tus orígenes. «El Flaco y los integrantes de Almendra, junto a la madre de Luis Alberto», rezaba el pie de esa foto tomada en 1969. La fachada de tu casa no había cambiado desde aquel entonces, excepto por el portero eléctrico al que decididamente llamaría porque para eso había llegado hasta allí. Un tilo grueso se alzaba en la vereda y le hacía sombra a la ventana de la habitación que en otras épocas reconvertías en sala de ensayo cada vez que hiciera falta. En esa pieza sonó por primera vez el «Tema de Pototo» y «Muchacha Ojos de Papel», en esa pieza de Nuñez se gestó la poesía que identificó al rock argentino.
Repasé un poco la historia ante de tocar el timbre. No me cabía ninguna duda. El rock nacional otro hubiese sido sin Luis Alberto Spinetta. Había muchos nombres, claro. Y muy importantes algunos, pero no imprescindibles. Y el Flaco sí que era imprescindible. Me imaginé la historia del rock criollo sin ninguna de las bandas cuya alma mater había sido Spinetta. Me imaginé nuestra historia cultural sin Artaud y no me hicieron falta mayores ausencias imaginarias para llegar a la total certeza de que, aún con la riqueza que la caracteriza, la historia de la música y de la cultura argentina serían «otro cantar» sin la obra del Flaco. Habría, si, un universo de referencias, pero su obra le infiere a nuestra música un valor irremplazable.
El calor se intensificaba. Los banderines de River Plate ya hondeaban por las calles de Nuñez, como en la nave del Capitán Beto. Era ahora o no era. Ensayé mi discurso y finalmente toqué el timbre. La espera estuvo acompañada por el cantar de los simpatizantes millonarios de camino al Monumental. Ecuché los pasos acercándose y seguidamente la puerta se abrió. «¿Qué desea?», me preguntó tu vieja con gesto bondadozo. «Soy periodista y me gustaría preguntarle algunas cosas acerca de su hijo», dije sin saber bien qué preguntas habría de hacerle en caso de que accediera a mi entrevista. «Qué lástima…», me respondió. «Por poco se las podés preguntar a él mismo. Almorzó en casa y se fue hace media hora porque está por empezar el partido y él lo escucha por la radio».
Unos años más tarde te conté esta anécdota. Te reíste a carcajadas, me diste un abrazo y me preguntaste «Y te mandaste así desde Necochea a la casa de mis viejos…? Por lo menos te habrán cebado unos mates». Amargos, como en mi viejo umbral, pensé parafraseándote.
Y ayer cuando supe de tu inmortalidad, a la mente me vino este recuerdo que conservo desde hace veinte años, cuando fui a tu casa para ver con mis propios ojos el sitio en el que todo comenzó. Y hoy temprano supe que «si no canto lo que siento», vos ya sabés lo que pasa. Y me puse a cantar.
Foto: Calle Luis A.Spinetta (ex Iberá) 5009, por Nicolás Cazau