Era un sábado a la noche
tenía plata y hacía calor.
Me dije: viejo, aprovechá sos joven.
Y me fui al cine a ver una de terror.
Salí a la calle, paré un taxi, y me fui (por ahí).
Bajé en Sarmiento y Esmeralda.
Compré un paquete de pastillas Renomé.
En eso siento que un señor me llama,
al darme vuelta me di cuenta que eran seis:
muy bien peinados, muy bien vestidos y con un Ford (verde).
Pesé que se trataba de cieguitos.
Anteojos negros usaban los seis.
Al llegar, me dijeron buenas noches
¿Dónde trabaja? ¿Dónde vive? ¿Usted quién es?
Acto seguido, me invitaron a subir al Ford.
Llegamos a un edificio
y comportándose con toda corrección
me sometieron a un breve interrogatorio
que duró casi cuatro horas y fracción.
«se hizo muy tarde», dijeron, «no hay colectivos».
«Quedesé!» (por favor).
A los tres días de vivir con ellos
de muy buen modo me dijeron: «Váyase!»
Me devolvieron mis cordones y mi cinto.
Los tenían ellos, no les pregunté por qué.
Cuando salía, me prometieron,
lo aseguraron, lo repitieron…
«Nos volveremos a ver!»