El obispo Giovanni cargó el revólver
y apuntó a la sien de su santidad:
quería hacer un puré de Papa,
pasar a mejor vida aquella vieja amistad.
Tenía 40 años, desde hacía 20
frecuentaba al Papa, su amante infiel,
que lo llevaba a pasear por Roma
en su viejo Plymouth del 56.
Juntos iban de incógnito a beber
al Barrio Rojo, también a Londres,
donde nadie distingue entre el Papa y David Bowie
si pagás por un servicio en el baño de hombres.
El pobre Giovanni era un tipo celoso
y deshizo a tiros a su viejo amor.
El Papa cayó en la moquette en calzoncillos
y el Obispo dijo: «Así lo quiso Dios».
Vino el médico forense y con su bisturí
cortó el pellejo frío y lo empezó a abrir.
Un olor insoportable invadió la morgue
y un líquido asqueroso brotaba en cada corte.
Abrieron al Papa del cuello hasta el ombligo,
pensaron: «Este fiambre no parece algo divino».
En su estómago encontraron una alianza,
el anillo de una boda celebrada en Dinamarca.
El Papa y el Obispo se habían casado
sus nombres en la alianza habían grabado.
Giovanni no pensó al disparar
que en las tripas de su amante iban a encontrar
la alianza que por miedo el Papa se tragó
para no dejar huellas de aquella unión.
Y la autopsia del Papa demostró
que la prueba del crimen era la prueba de ese amor.
La autopsia del Papa…
Cerraron el matambre con hilo sisal,
detuvieron a Giovanni en pleno funeral.
Despechado, el Obispo se persignó
y en un juicio rápido el juez lo condenó.
Llorando en su celda, Giovanni descubrió
que adentro de la cárcel no existe dios.
Y cada vez que lo viola un preso,
maldice: «Santo Padre, te veo en el infierno».
La autopsia del Papa…