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Polémica por los shows en el Colón

  • Diario La Nación
  • 2 septiembre, 2002

La apertura del Teatro al rock trajo discusiones que derivaron en la renuncia del director. La nota de Marcelo Stiletano, para La Nación.

Llegaron con ánimo festivo, expectativas imaginables y una vestimenta muy informal. Por el modo en que trataban de satisfacer su curiosidad, acompañando con gestos de sorpresa la observación de cada detalle, quedaba claro que la mayoría de ellos jamás había pisado ese lugar con anterioridad.

La escena se repitió varias veces a lo largo de los últimos meses, con más frecuencia de lo acostumbrado en la larga historia del Teatro Colón. Porque no es habitual que en un período tan corto hayan desfilado por el escenario de la principal sala lírica de la Argentina intérpretes de las características de Charly García, Luis Alberto Spinetta, Dino Saluzzi, Luis Salinas, Gustavo Cerati, Soledad, Los Nocheros o Memphis La Blusera, o que allí se concretara un tributo a la memoria de Atahualpa Yupanqui.

Esta atípica seguidilla de presentaciones de artistas populares, rara para la tradición del Teatro Colón y surgida a partir de iniciativas de distintos organismos públicos o de propuestas con espíritu benéfico, fue saludada desde algunos sectores como un intento por despojar la sala de un supuesto perfil elitista y abrirla hacia otras expresiones creativas.

En otros ámbitos, la experiencia generó, en cambio, quejas y objeciones no menos atendibles. Una carta de lectores publicada el jueves último en LA NACION con el título de «El Colón, violado» sintetizó el punto de vista de quienes, sin dejar de reconocer los valores de los artistas populares mencionados, creen que la sala lírica es el ámbito menos propicio para que puedan desarrollar su arte. Sobre todo cuando una exagerada amplificación -como ocurrió, sobre todo, en los casos de Memphis y de Soledad, los recitales más discutidos-, desnaturaliza las extraordinarias cualidades acústicas que el Colón ofrece como muy pocos teatros en el mundo.

Hace siete días, un artículo publicado en The New York Times («La música clásica quiere sacarse de encima su traje de etiqueta») ilustraba sobre el debate en torno de la apertura de los teatros de ópera hacia nuevas corrientes expresivas y una renovación de su público tradicional, que hoy está presente en la mayoría de las capitales del mundo.

«En todos los teatros líricos del mundo la pregunta clave es cómo hacer para que la gente joven encuentre amigable el entorno de la música clásica», fundamentó, en la misma dirección, el administrador general del Teatro Colón, Pablo Batalla.

El funcionario informó que entre marzo y julio de este año el número de asistentes al Colón con entradas pagas llegó a las 204.000 personas, frente a 160.000 en igual período de 2001.

Según Batalla, por primera vez en los últimos 12 años toda la producción artística del teatro (con un costo anual de unos cinco millones y medio de pesos) se maneja sólo a partir de la recaudación, sin aporte alguno del Tesoro Nacional. De esa cifra total, para el funcionario apenas el dos por ciento corresponde a ingresos por conciertos populares, que dejarían en las arcas del Colón un ingreso promedio de 30.000 pesos por cada función.

Pero en nuestro caso la polémica se encendió al mismo tiempo hacia la conveniencia o no de abrir el teatro a manifestaciones artísticas cuyos protagonistas parecen imaginar al Colón sólo como el lugar de la instancia consagratoria para sus respectivas carreras.

El debate creció también a partir de otros hechos a los que el Colón no está acostumbrado. El 25 de mayo último serios desmanes provocados por manifestantes que agitaban consignas sociales y políticas con pitos y cacerolas obligaron a suspender una actuación de Maximiliano Guerra. En esa función, tras algunas dilaciones, Charly García pudo interpretar su versión del Himno Nacional.

La semana última, los preparativos de la muy comentada presentación de Soledad a beneficio de la Fundación Felices Los Niños pusieron en riesgo el calendario de las óperas «Dido y Eneas» y «El castillo de Barba Azul», obligando a la postergación del espectáculo que integra la temporada lírica oficial.

Como informó ayer LA NACION, en este hecho (al que se sumó la realización en el Colón de un congreso de software) está la raíz de la renuncia de Emilio Basaldúa como director general y artístico.

«Alquilador de salones»

«No quiero transformar el teatro en el museo del siglo XIX, porque me gusta la palabra riesgo, pero tampoco voy a aceptar que el Colón sea un alquilador de salones», dijo Basaldúa a LA NACION en la tarde del jueves último, muy pocas horas antes de decidir su alejamiento.

Durante esa entrevista, el ex titular del Colón se declaró «decepcionado» por algunos de los resultados de la presencia de artistas populares en la sala, sobre todo porque en algunos recitales «quedaron desvirtuados los conceptos de amplificación e iluminación propios de la sala y rigió un concepto de show». Una de las últimas resoluciones de Basaldúa fue prohibir todo espectáculo con más de 90 decibeles de amplificación.

Cuando habló con LA NACION hace tres días, aún en funciones, Basaldúa había subrayado que sus afirmaciones contaban con el explícito respaldo de la Secretaría de Cultura del gobierno porteño. Tras la renuncia de aquél, habrá que ver si el organismo que encabeza Jorge Telerman ratifica esa línea o la modifica. El nombramiento de Gabriel Senanes como nuevo director general y artístico -de lo que se informa por separado- es, por lo pronto, una señal inequívoca que apunta a mantener la tendencia aperturista.

Como titular de la Dirección de Música del gobierno porteño, Senanes -de formación clásica, pero para nada ajeno al mundo de la música popular- impulsó la presentación en el Colón de artistas como Saluzzi, Salinas y Spinetta. En cambio, las actuaciones de Cerati, Memphis y Los Nocheros formaron parte de un ciclo de la Secretaría de Cultura de la Nación a partir de las fechas que la Orquesta Sinfónica Nacional dispone para actuar en el teatro.

«Gracias a estos conciertos que conjugaron lo clásico y lo popular hemos podido acercar la actividad de la Sinfónica Nacional a gente que no estaba habituada a escucharnos. Además, no se olvide de que en toda su historia el Colón siempre recibió a artistas populares. Hasta hubo bailes de carnaval», sostuvo Pedro Ignacio Calderón, director titular de la orquesta.

Jorge Padín, de aplaudida trayectoria como baterista de jazz en décadas pasadas y hoy responsable empresarial del acercamiento entre las agrupaciones sinfónicas locales y músicos como Cerati, Memphis y Los Nocheros, reconoció que la experiencia con el grupo de blues no fue feliz, sobre todo por el exceso de amplificación, pero a la vez cree que es posible repetir estas experiencias a partir de considerar las exigencias especiales que impone el Colón.

«Debe haber conciertos y no recitales, porque no puedo llevar al Colón a un artista para hacer lo mismo que en el Luna Park o en Obras Sanitarias. Con Los Nocheros se respetaron los cánones de la sala, con amplificación e iluminación mínimas y 3000 personas que ni siquiera conocían la sala», enfatizó.

Padín imagina para el año que viene en el Colón un espectáculo sinfónico con Mercedes Sosa o algún concierto de Ariel Ramírez, «siempre y cuando tengamos por lo menos seis meses de ensayos». Basaldúa, antes de dejar su cargo, dijo que esta tendencia «popular» del Colón «debería ser repensada» y consideró que a algunos artistas «llegar a esta sala no les hace bien».

Por lo pronto, queda claro que con la etapa iniciada ayer en el Colón este debate estará con toda seguridad en la primera línea de fuego.

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