Cuáles son las bandas de la provincia de Mendoza que mejor se posicionan a nivel local y nacional. Por Leonardo Rearte, para el Diario Los Andes, de Mendoza.
En abril de 1997, Karamelo Santo recibió una propuesta tentadora por donde se la mirase: sumarse al entonces potente sello TTM Discos (subsidiaria de la más importante distribuidora del país, DBN), grabar un disco y radicarse en Buenos Aires. Goy Ogalde, fundador de la banda, no dudó; hacía varios años que había decidido vivir de la música, a como dé lugar. Y la música argentina, como movimiento e industria, reside en la gran metrópolis. Hasta allí se fueron los karamelos con la guitarra al hombro, más de un resquemor flotando y un puñado de canciones listas para integrar lo que sería Perfectos Idiotas; incluida esa que dice «yo nací aquí y no me fui, porque eso de subir los cerros me hizo bien».
Hoy, Piro (segunda voz y percusión) recuerda: «Vivíamos todos en La Boca, y laburábamos mucho. Tocamos con los Muertos dos o tres veces en Cemento para dos lucas de gente… Esos dos años nos sirvió para inyectarnos de energía para lo que vendría. Bajó el tornado de buenos momentos y caímos en el mundo real. Tuvimos que buscar otras alternativas para vivir, porque el grupo no daba económicamente. El 2000 fue el momento más crítico; la convivencia ‘mata’ y a la vez ‘te mata’. Nos empezamos a cuestionar todo, y ese cuestionamiento casi nos derrumba. Algunos se bajaron del proyecto y otros seguimos». TTM, inmersa en la crisis de las discográficas del país, se achicó. El entonces niño mendocino mimado fue relegado al punto de hasta impedirle proseguir normalmente con su carrera artística, freezando la edición de su tercer CD. Un dato, por aquellos años había dos bandas nuevas que resaltaban en el catálogo de DBN: Karamelo y Catupecu Macho. En el achique, los segundos se llevaron todas las energías de la Distribuidora Belgrano Norte. Hoy son unas de las bandas más importantes de la escena nacional.
Piro prosigue: «Los Guachos, el disco independiente que estamos por sacar en junio, nos costó tres años de sacrificio. Tres años de toparnos con gente fea que nos cajoneó nuestros trabajos, productores y sellos multinacionales que nos ofrecieron de todo para luego cagarnos. Quizá esta gira por Europa que vamos a iniciar y este disco sea la dulce venganza por todo aquello». A tres cuadras de la cancha de Boca Juniors, a cinco años de haber decidido «tomarse el palo», a 1000. kms de Mendoza quizá él encuentre la respuesta a la recurrente pregunta: «¿Por qué fracasan las mayorías de bandas que deciden radicarse en Buenos Aires? Quizá muchos vayan sin proyectos fijos, con el típico ‘vamos a ver qué pasa’. Y allí tenés que batallar como el Quijote con los molinos. Hay que trabajar mucho tiempo, dos años por lo menos, para luego ver los frutos». Y, al parecer, lo corriente es perecer en el intento.
La única banda que salió airosa y se proyecto hacia el continente desde Mendoza fue los Enanitos Verdes. Luego de grabar su primer disco en 1984, la banda de Marciano Cantero la peleó firmemente en Buenos Aires, dispuesto a ser parte del flamente rock nacional post dictadura. «Ellos tuvieron mucho más aguante que cualquiera. Cuenta la leyenda que dormían en los camarines de obras y había noches que comían un pancho entre los cuatro. Además salieron con contactos realizados a partir de la edición de un primer disco en Mendoza. Creo que, de todos los que partieron desde aquí, fueron los que más confiaron en su proyecto», comenta el músico y periodista Roly López, quien, además, con su banda Los Salvajes Unitarios, sufriría en carne propia la imposibilidad de hacer pie en Capital Federal (ver recuadro).
Luego de la experiencia de los Enanos, bandas como La Montaña o Caín Caín, intentaron seguir el camino trazado. El objetivo era hacer cabeza de playa en Buenos Aires, tentar a los sellos y las radios, y luego, quién te dice, hasta saltar a las capitales de Latinoamérica. No les fue tan mal, grabaron discos con sellos importantes, y los segundos hasta se subieron al éxito de Tango Feroz con su tema El amor es más fuerte. Pero con el tiempo las aspiraciones iniciales se fueron esfumando. Freddy Pacheco, antiguo integrante de La Montaña, sostiene: «Es muy simple, el desarraigo es fuerte, sin entrar en melodramas. Tenés que cambiar tu vida, no tiene que ver con el hecho artístico, tiene que ver con lo económico. Además allá no es la misma cultura. Te miran y te dicen: ‘Acá están Las Viejas Locas, la música del barrio ¡y vos no sos del barrio!’ La música de los Enanos concordó con la etapa musical del país. Ahora eso sería imposible, las movidas de Buenos Aires y las nuestras son absolutamente distintas», afirma.
Javier Segura, ex La Rebelión, ex Altablanca y actual Moebius, acuñó la frase: «la maldición del Arco Desaguadero». «El proceso de selección natural de la música impidió que los mendocinos sobrevivieran en Buenos Aires. Primero hay que adaptarse al desarraigo, y el ostracismo no se lo banca todo el mundo. Bono (U2) decía que él a los 10 años ya quería ser estrella de rock, y a los 13 ser más famoso que Los Beatles, y que era capaz de cualquier cosa por lograrlo. En Mendoza ese tipo de sentimiento no se suele despertar. Durante mucho tiempo hacer música aquí era como un juego, mientras te preparabas para trabajar en otro tipo de cosas». Segura advierte que aquellos que superen la primera prueba de fuego, y logren aguantar el «hielo en el corazón» de radicarse en otro sitio, luego tendrán que sortear un obstáculo quizá más difícil: el de consensuar con la industria. «La prueba del estilo, definitivamente, es la fundamental. Lo que vos hacés tiene que encajar en el mercado, tiene que vender…», dice uno de los rostros de las, tal vez, bandas más representativas del rock cuyano. Bandas que no tuvieron difusión en los medios nacionales.
Como Karamelo en los ’90, La Rebelión y La Montaña en los ’80 y Altablanca en los ’70, Las Vacas Sagradas es por estos días uno de los grupos mendocinos más convocantes de la escena rock local. Su vocalista, Juan Pablo Barboza, dijo oportunamente: «En Buenos Aires no está buena la mano. Charlando con Iván Noble (ex Caballeros de la Quema) nos comentaba que allá tampoco hay lugares para tocar, y a diferencia de aquí, hay miles de bandas peleándola. Por ahí el camino para los grupos mendocinos está por Chile y Perú -donde a nosotros nos trataron muy bien cada vez que fuimos-. Algunos grupos de Mendoza han decidido tomar este rumbo… En la música como en el teatro, la gente de afuera valora más lo nuestro que nosotros mismos. Los músicos locales estamos pagando un derecho de piso que nos puede terminar matando».
Otros artistas más radicales como Gabriel Oros de Los Silver Mangiacazzi preferirán mirar hacia dentro, y ser duros con la realidad de la música vernácula: «El rock mendocino, muy distinto de la música que se hace en Buenos Aires, es más bien el hijo bastardo del rock chileno». Y, por si quedan dudas agrega: «Creo que el rock mendocino no se la juega, no podés estar arrastrando 20 años Rocas en mi mente. Hay que jugársela con algo novedoso». La provocadora agrupación afirma que, como primer paso, hay que reconocer la mediocridad de nuestra música… Y después «tener los cojones para provocar algún cambio».
Problemas artísticos, culturales o, simplemente, de voluntad de sacrificio, la realidad es que la movida del rock local (que incluso ha generado músicos reconocidos internacionalmente como Gustavo Meli, Diego Vainer, Tito Dávila o Natalio Faingold) no obtiene mayor eco a nivel nacional. El mentado federalismo es, casi siempre, una fachada detrás de un país que se estrangula más allá de los límites de Buenos Aires. Un mapa con un sólo centro que obliga a los artistas a enfundar los instrumentos y subirse el micro, incluso para llegar a ser reconocidos en su propia provincia. Una paradoja de esas que ya no nos asombran.