Gabo Ferro abandonó la escena hardcore para estudiar historia. Se recibió, se doctoró y volvió a la música como cantautor folk. La entrevista de Patricia Cravero, para La Voz del Interior.
Rara la historia artística de Gabo Ferro. En los ‘90 capitaneó Porco, una banda hardcore del under porteño. Pero una noche del ‘97, se bajó del escenario y no quiso saber nada más con la música. Y se puso a estudiar historia. Se graduó, luego se doctoró (su tesis de maestría recibió una mención especial del Fondo Nacional de las Artes) y, casi por vía de una iluminación, volvió a la música aunque como solista folk.
Gabo es quien suscribió el disco Canciones que un hombre no debería cantar, señalado por la crítica como «el mejor de 2005». Se trata de una obra musical sensible, con poesías delicadas y atravesado por un folk que puede mutar en folklore. Debe su nombre a una frase que Edith Piaf le dijo a Jacques Brel luego de escucharlo entonar Ne me quitte pas. En ella, Brel imploraba no ser abandonado.
–¿Con qué panorama del rock te encontraste a tu regreso?
– Pasó bastante poco. Pero eso no significa que la música no haya crecido. La industria creció. Se hicieron mucho más fuertes los elementos que me empujaron a alejarme de la música.
–¿Cuáles son esos elementos?
–Las empresas, los managers, las compañías, las revistas, las radios. Música y negocio fueron creciendo de manera inversamente proporcional. El negoció creció, y la música decreció. La lírica del rock quedó anquilosada, gorda, achanchada.
–Si el panorama no se modificó, ¿la vuelta tuvo que ver con un cambio operado en vos?
–Exactamente. Me paré en otro lado. Sucede que ahora puedo elegir. En ese entonces, cuando empecé con Porco, tenía 22 años. Todos entendíamos que para jugar el juego había que hacerlo con esas reglas, desde adentro. Y ahora cuando se me cruza y me cruzan la idea de la vuelta la rechace de movida.
Cuando Gabo dicen «me cruzan», abre un espacio para que se filtren los nombres de Ariel Minimal, Flopa y el poeta cordobés Vicente Luy, quienes fueron clave su regreso al ruedo. Ellos se encargaron de que Gabo evalúe reencontrarse con su perfil de compositor y cantante. «Probé cantar, y todavía podía hacerlo; probé tocar, y también podía. Intenté componer y todavía podía componer. Estaban los factores dados. Y me largué. En 10 días salió todo el disco», dice.
–¿Reconocés ese linaje que te adjudican con la música de Miguel Abuelo de los 70?
– Sí, pero cuando era chico odiaba a Los Abuelos de La Nada. No me gustaban. Cuando grabo el disco y la gente me dice del parecido con Miguel Abuelo, me pongo a escucharlo y me sorprendí. Desconocía ese material. Creo que definitivamente está emparentado, porque mi disco adolece de todas esas cosas de las que adolecía el rock como industria. Los discos se grababan en pocos días, no había managers, ni grandes productores.
–¿Qué hace falta?
–Unos cuantos canales y, por sobre todo, canciones incómodas. Nunca me gustaron los lugares cómodos. No me siento bien haciendo algo que ya fue hecho. Siempre canté lo inconveniente. Así entiendo al rock, como compromiso y revolución.
–¿Te pasaron factura por tu alejamiento del hardcore?
–El 98 por ciento de la gente me dice que ahora soy mas heavy que antes, y hay uno, dos a lo sumo, que me insulta porque siente que lo traicioné. Lo lamento. Es su problema. Tendrá que resolverlo con sus padres a eso de la traición. Al manos, yo no me traicioné a mí mismo.