A los 21 años, se consolidó como el guitarrista de Memphis La Blusera y acaba de sacar un estupendo disco en su debut solista. La entrevista de Wálter Domínguez, para Clarín.
Cuando tenía 14 años, Lucas Sedler volvía de ensayar con un grupo de amigos. Era tarde, por lo que decidió regresar a su casa en un taxi. Orgulloso, llevaba con él la flamante guitarra Gibson Les Paul que había comprado tras un par de años de ahorrar a conciencia. Un poco ingenuamente, puso la viola en el asiento delantero. Cuando bajó y fue a buscarla, el impiadoso taxista puso primera y se la robó. El chico se deprimió, y mucho. Tan mal lo vieron sus abuelos, que decidieron juntar la plata para que se comprara una guitarra de calidad similar. No lo hizo, se compró una Fender. Pero en la casa de música le dieron el nombre del profesor que estaba buscando, alguien que pudiera enseñarle a tocar blues: Miguel Botafogo. Ese día su vida cambió.
Taurino, del barrio de Belgrano («un barrio más bacán que blusero», dirá), Lucas recuerda que la música le interesó siempre. «Hasta los doce escuché lo que escuchaban los chicos de mi edad —recuerda en un medio tono que parece acompañarlo siempre, salvo cuando se sube a un escenario—. Hasta que una vez mi viejo me agarró oyendo un disco de Roxette. Me sacó de mi cuarto de los pelos y me dijo »Vas a saber lo que es bueno en la música» y puso, al palo, hasta se escuchaba el soplido, un compilado de blues. Me voló la peluca.» En ese disco iniciático estaban los Allman Brothers, Freddy King, Cream, Eric Clapton como solista y, claro, el futuro de Lucas.
Los estudios de música habían empezado a los nueve con Ricardo, un profesor que le dio un buen consejo: empezar por la guitarra española, para presionar más con los dedos. Así, la eléctrica después sería más fácil. Y lo fue. Con Botafogo («mi papá en el blues», afirma sin medias tintas) empezó poco después del taxi y el robo. «Me costó ponerme las pilas —reconoce Lucas—, pero en un momento hice un click y supe que iba a ser profesional.» A los dos años, cuando Botafogo se iba de gira, le dejaba sus alumnos a él. Tenía 16 y ya tocaba en la banda de Jorgelina Alemán, la nieta de Oscar. Con ella tuvo su primera gira: dos meses por la costa atlántica. Luego fue el tiempo de su propia banda, Blues Deluxe, un módico mito en los clubes de blues local.
«Y ahí me puse a pensar que quería saber más, tocar más. Se me dió por anotarme en Berklee (célebre colegio de músicos en los Estados Unidos). Averigüé por una beca, mandé todos los datos y… me aceptaron.» Pocos días antes de comprar el pasaje de avión, otra vez la suerte. Sonó el teléfono y Adrián Otero le ofreció el puesto de guitarrista de Memphis. El 19 de mayo de 2000 —el día en que cumplía 19 años— hizo su debut con la banda en el Parque de la Costa. «A veces los miro a Adrián, al Ruso y al resto de los músicos y me parece que soy un pichón que no entiende nada de la vida. Pero me siento híper elogiado. Y muy agradecido.»
Contento con su rol en el grupo, dice que lo presentan como parte de Memphis y que todos comparten las mismas rutinas, los mismos hoteles. Con la vida del rock and roll, asegura, se lleva bien. «Con los músicos salimos a divertirnos, pero no soy de ponerme en pedo, me gusta tener el control de mi cuerpo.» También se reconoce familiero y que cuando las giras se hacen un poco extensas empieza a extrañar a papá Hugo («siempre le gustó la música, hoy vive un poco por mis ojos»), a mamá Angela, a sus hermanos y a la chica con la que está empezando a salir (por eso no menciona la palabra novia).
Riverplatense de pequeño, cuenta que le agarró la fiebre mundial, pero que se le enfrió con la eliminación argentina. Para el final, cuenta lo que fue tocar con Memphis en el Colón, compartiendo un concierto con la Sinfónica Nacional. «Fue como jugar la final de México 86 y salir campeón. Los músicos se matan por tocar ahí y yo ya tuve esa suerte», se sorprende con la ingenuidad de un chico.