El cantante y guitarrista recuerda el segundo álbum de la banda, a 30 años de su salida. Además explica por qué cree que las canciones siguen vigentes, y adelanta lo que se viene para el grupo.
“El proceso fue una locura total”, dice Germán Daffunchio mientras hace memoria. “Yo vivía en las sierras, con mis cuatro hijos chiquitos, y me tenía que ir a Buenos Aires a tratar de grabar. Era el único lugar para hacerlo, porque Las Pelotas no tenía una compañía -agrega-. Lo único que habíamos logrado era que distribuyeran nuestro material con DBN, que fue muy importante. Sino hubiera sido mucho más difícil. Pero eran los medios con los que contábamos”.
El frontman se refiere al período 1993-1994, mientras se gestaba “Máscaras de Sal” (1994), su segundo álbum. Al hablar del otro lado del teléfono -justamente desde las sierras-, enumera la cantidad de obstáculos con los que se toparon. Y preparate, porque fueron muchos.
“Esa época fue muy difícil. Estábamos en un gran momento, y de golpe se fueron Beno Guelbert (bajista) y Alberto Troglio (baterista). Aparte era muy complejo componer y trabajar con Alejandro (Sokol, cantante). Fue el primer disco en el que nos pusimos con Tomás (Sussmann) a hacer temas, melodías y todo, para acelerar el trámite y ayudar en el disco. Quedamos solos los tres”.
A pesar de las condiciones, así se gestaron canciones que se transformarían en clásicos de Las Pelotas. “Nos encerrábamos en una caballeriza, en un lugar donde había monturas, que usábamos como nuestro estudio de grabación. Teníamos una Fostex de 8 canales, que llevaba cintas de ¼ de pulgada -agrega Daffunchio-. Salieron temas como ‘Senderos’, ‘Si Supieras’, ‘Capitán América’, ‘Peces’ y ‘Sombras’. La cuestión es que, con esos bosquejos, nos pusimos a armarlo. Por ahí me iba dos semanas yo solo al estudio en Buenos Aires, con quien empezó a ser nuestro técnico, Félix Valls. Ahí transcribimos zapadas con baterías de temas como ‘Orugas’, que ya teníamos de cuando tocábamos con Alberto y con Beno”.
A fines de los ‘90, la web oficial de Las Pelotas recordaba la travesía de esta forma: “Fueron años de viajes eternos, de Córdoba a Buenos Aires y viceversa. Llevábamos nuestro kit de viaje (almohadones, cartas, walkman, sandwiches) y comprábamos jueguitos electrónicos en Retiro. Llenábamos Arpegios y Cemento -se leía en el sitio-. Empezamos a trabajar con máquinas y teclados, a explorar otros climas y sonidos, con guitarras acústicas, trompetas. ‘Solo’, ‘Sombras’ y ‘Bwana’ son ejemplos. Este último fue hecho con bidones de kerosene. Grabamos nuestros primeros reggaes: ‘Si Supieras’, ‘Músculos’ y ‘Tucán’. Y como saldo, quedó la férrea voluntad de escapar a la burocracia de los estudios”.
Según el booklet del propio disco, en marzo de 1993 comenzaron a trabajar en el estudio Uanchu, pero la grabación recién terminaría en diciembre, en otro lugar. Todavía iba a pasar más agua debajo del puente. Dejemos que lo siga recordando Germán.
-Además charlaron con Tomás para ver cuál de ustedes dos ponía las voces. ¿Se probaron ambos?
-(Piensa). Miro la historia con un cierto grado de ternura, porque antes de Sumo, con Alejandro tocábamos y cantábamos juntos. Yo siempre lo hice, pero después de haber estado al lado de Luca, la vara era muy alta. No tenía ganas de enfrentarme a eso, de vivirlo, porque sabía lo que era ser un frontman y con qué iba a lidiar… en mi cabeza y en la acción. Fue un ejercicio importante, de hecho sentó las bases de nuestra composición grupal. Es muy distinto cuando escribís en una habitación y llevás una maqueta o una idea al resto, a cuando se va desarrollando entre varios. Esta última siempre es mucho más rica.
-Incluso le pedías a Timmy McKern (mánager) que te dejara solo mientras grababas, para cantar sin que te miraran…
-Sí, porque ya te digo, la vara era muy alta. La composición real, al menos la que yo creo, es la que sale de adentro de uno. Para eso tenés que romper un montón de barreras con vos mismo, y era el inicio de un proceso. Al principio me sentía extremadamente incómodo, porque estaba mucho más expuesto ante los demás. Pero es un trabajo humano, espiritual, que desarrollé a través de los años. Las Pelotas es una banda que nunca dejó de crecer: hay, fácil, para ocho temporadas de una serie de Netflix (se ríe).
-Esa biopic arrancaría con vos así, pero ya estás muy cómodo con ese rol. Hoy tu hijo Gaspar te secunda en la guitarra y recorrés más el escenario. En los shows se ve otro disfrute tuyo, ¿no?
-Sí, ¿sabés que pasa? Soy un convencido de que en la vida siempre hay que tratar de superarse. Con los años crecí y entendí cosas que antes no me llegaban, que por la juventud no sabía ni dónde estaba parado.
-¿Por ejemplo?
-Todo lo que viene con el “éxito”, es una nube que hay que pasar. Ahora hay una cosa muy buena en Las Pelotas, y si fuiste a los shows de La Trastienda -en abril-, viste que tocamos listas distintas. El concepto nuestro con los discos es que todos los temas realmente nos tienen que gustar. No hay cosa peor que hacer canciones de relleno, que después no nos gustan, o que no quedamos muy convencidos. Cuando lo entendés, todo se transforma en algo mucho más divertido, partiendo de la base de que la música siempre fue una terapia en nuestra vida. Aparte de ser nuestro trabajo, trae satisfacción poder vivir de lo que nos gusta, decir las cosas que sentimos y luchar por lo que queremos. Entonces, si a esta altura de mi vida no comprendo lo que es cantar y el contacto con la gente, no entendí nada. Afortunadamente disfruto mucho hacerlo, y también los shows en general. Tocar en vivo nos llena de vida a todos: nos carga de buena energía, y la música es eso.
EL MUNDO ES MUY EXTRAÑO
Volvamos a “Máscaras de Sal”. El álbum, de trece canciones, llegó al disco de oro y se presentó en el Estadio Obras el 4 de junio de 1994, en un show que arrancó con “Bwana” y que incluyó todos los temas. Un año antes, mientras cambiaban de estudios y de integrantes, parecía una tarea complicadísima. Pero Las Pelotas nunca se caracterizaron por rendirse.
-También fue complejo desde lo técnico: antes habían grabado partes en la casa de Pepe Gil Vázquez, en Olivos, y se dieron cuenta de que no servía. ¿Cómo fue?
-En ese momento estaba la transición entre lo digital y lo análogo, ¿no? Y la compatibilidad era un quilombo. Él trajo una mesa y unos parlantes, y armamos como un estudio en una pieza de él. Fueron meses de interminable trabajo, con el shock posterior de que lo que escuchábamos en nuestra “sala de control” estaba lejos de ser real cuando lo masterizábamos o llevábamos a otro lugar. Por eso en los estudios existen tratamientos sonoros. En medio de la vorágine buscamos un reemplazo de Alberto y de Beno, y resultaron ser Gabriela (Martínez, bajo) y Gustavo (Jove, batería). Ellos fueron a esa casa y había una pieza con los cables cruzando, era muy caótico. Pero teníamos mucho afán de seguir avanzando. Hicimos todo lo que pudimos, y después, por la situación donde estábamos y los micrófonos, estaba lejos de lo que buscábamos. Queríamos más. Entonces tomamos la decisión de grabar en los estudios donde trabajaba Amílcar Gilabert, que era un técnico de moda: había trabajado con Charly García y con Divididos. Así empezamos a ir a Valentín Alsina -nota: se refiere a Sonar. Ahí también se mezcló el disco-. Desde donde yo paraba en Hurlingham, y donde también vivía Alejandro, eran varias horas en auto.
Pero los problemas continuaban. “Muchas de las versiones no nos gustaban, entonces tuvimos que recurrir a cosas que habíamos hecho en el otro estudio. Por ejemplo, ‘Sombras’ -nota: es una de las canciones que canta Daffunchio, que cierra el disco-. También llevó mucho trabajo porque en esa época era muy difícil laburar con Ale, él estaba bastante complicado. Por todo eso fue un poco ‘épico’. Después, la resultante, por el simple hecho de no haber tenido una compañía que nos apoyara… (piensa). Con los años se lo conoció más, pero creo que a pesar de todo es un super disco. ¿Tiene ‘Senderos’, no?”.
-Sí, arranca con ese.
-También me da ternura la historia de las composiciones. A “Músculos”, por ejemplo, la hice con un amigo mío, el Negro Di Nápoli. En esa época yo estaba en un programa en Hurlingham, en una emisora pirata, y era parte de lo que hacía para darle un plato de comida a mi familia. Teníamos un espacio que se llamaba “Mercado Negro”, en el que había radio teatro y zapábamos temas. Nunca con un locutor, era una locura, nos divertíamos mucho. Y un día improvisando salió “Músculos” (se ríe). Nos resultó tan gracioso que se terminó incorporando al repertorio. Pero la carrera del artista es una lucha constante, y en ese momento era una prueba de fuego. Todo el tiempo había que pasar materias. En el primer disco (“Corderos en la Noche”, de 1991) fue conseguir a alguien que pusiera la guita para grabarlo, y hacerlo en pocas horas, con un técnico que no entendía absolutamente nada de nuestra música. Los estudios tenían un sistema muy complejo: por ahí te daban desde las seis de la mañana hasta las doce del mediodía. Y no era muy aconsejable en nosotros. Pero fue el preludio para armar nuestro propio lugar: después de todo lo que pasamos, nos dimos cuenta de que era la única forma. Y nuestro viejo sueño, por el que empezamos Sumo, era construir un estudio en Córdoba.
En las sierras, y en un principio con herramientas mínimas, se hicieron gran parte de los álbumes que vendrían de Las Pelotas: desde “Amor Seco” (1996) hasta “Es Así” (2020), casi todos sus lanzamientos pasaron en alguna fase por las montañas. Y lo más importante, todos con la misma base rítmica de “Máscaras de Sal”. Apenas entraron a la banda, tanto Gabriela Martínez como Gustavo Jove se asentaron como miembros fijos. Ellos también cumplieron 30 años con Las Pelotas.
-En una entrevista contabas que el título del disco era por “esa máscara que tenemos todos, y que nos hace aparentar cosas que no somos”. ¿Lo mantenés?
-Ah, sí. Lo sigo pensando, obviamente. Nosotros siempre fuimos consecuentes con lo que sentimos. De todos los temas continúo viendo lo mismo.
-¿Cuáles serían las máscaras hoy?
-La sociedad está más careta que nunca, absolutamente. Los músicos se volvieron unos caretas totales, venden una imagen. En este mundo de Facebook, Instagram y todas las porongas esas, crearon una fantasía de que el ser humano puede ser alguien importante porque tiene gente que lo sigue ahí, ¡boludo! (se ríe). Es una mascarada, el mundo es hiper careta, y la Argentina también: todos aparentan algo que no son. No hay que generalizar, obvio, pero sabemos que es así. ¿A quién le importan las cosas por las que tuvimos que luchar en la época de “Máscaras de Sal”, con la prensa argentina? Hoy, con las redes sociales, hay una cosa que ponés un comentario y un montón te levantan el dedito, otros te lo tiran para abajo, te dicen “sos un desastre”, “hijo de puta” o “divino”…
-Claro.
-Ahí todos los músicos estábamos condenados a las críticas periodísticas: había una especie de defensor que levantaba o bajaba esos dedos. Y ni hablar cuando llegó Rolling Stone, que vino otra vara. En los ‘90s empezó el formato MTV, y todos los videos tenían que ser de alta producción, invertir guita y enfrentar toda una cosa que es muy distinta ahora. Es otra historia, también nefasta, ¡pero en esa época te acusaban! Estaban los grupos que “no transaban” y los que sí. Los que quedaron en la historia fueron los que sí, los Soda Stereo y toda esa camada. No vamos a entrar en críticas. Y los que no cedieron fueron los que quedaron mucho más de culto y desconocidos. En un momento, con “Será”, que nos encantó la energía, pasamos a ser los que se habían “vendido”, los que se habían hecho “los comerciales”, ¿entendés? Es toda una estupidez humana, pero igual hay que enfrentarla. Para tener a tantos imbéciles opinando, hay que tener en claro quién sos y lo que querés.
EL DESTINO NO HACE ACUERDOS
Como si fuera poco, la época de “Máscaras de Sal” no estuvo exenta de problemas con la ley. “En esos viajes al estudio me pasó a buscar Alejandro, nos paró la policía y se armó un quilombo que terminó con la instalación de la probation en la Argentina -explica Daffunchio-. Antes no existía, fue a partir de que nos llevaron presos a él y a mí por tener un gramo, algo así. No sé, es una cosa que decís ‘¡qué ganas de hinchar las pelotas!’”.
-Aparte salió en la tapa de Clarín, con un titular bastante grande.
-Por eso, dentro de la grabación vivimos un proceso judicial. Una mierda total, al final fuimos el chivo expiatorio para que la justicia argentina copiara una modalidad que usaban en otras partes. Cuando hacías algo que para el sistema no estaba bien, en lugar de mandarte con los asesinos, te tocaba el trabajo solidario. Era un boom mediático, y nosotros fuimos el foco. “Grasa de Chancho” (de “Amor Seco”) salió de ese momento. También nos quisieron usar políticamente… tuvimos que ir a hablar con el Ministro de no sé qué, con un montón de gente. En realidad todos buscaban hasta dónde explotarnos, como con la campaña de Maradona de “Sol Sin Drogas”, ¿viste? (se ríe).
Daffunchio continúa: “Fue un disco que nos costó un huevo, y tiene hermosísimos temas. De eso me siento muy orgulloso. Vos me preguntabas si este país es careta, ¡y es re careta! Tendrían que hacer una rinoscopía en el Congreso. Bah, en todos lados, ni hablar si te metés en el sindicalismo o en cualquier lugar. No vamos a entrar en temas ríspidos, porque después llega la lluvia de críticas y no ando con ganas de escuchar a nadie”.
-Pasa en las altas esferas del poder, y lo mencionabas en una entrevista de cuando se presentaron con Sumo en aquella fiesta “paqueta”. ¡Seguro que los dueños eran los peores!
-Nosotros tocábamos en esa época en el Einstein, en Zero, e iba gente muy loca, de la alta sociedad, como Federico Peralta Ramos. Había muchos poetas, artistas, hijos de embajadores y de cónsules, de todo. Ellos coincidían en los antros de esa época, en los que se daba “una cosa nueva”, y Luca siempre se hacía amigo. Resulta que había dos hermanos que nos pagaban para ir a tocar a una fiesta, y dijimos: “¡Vamos!”. Lo único que nos pidieron fue que cayéramos de saco y corbata. Imaginate que, en esa época, con lo que tocábamos nos comprábamos dos metros y medio de pizza y diez cervezas. Todos teníamos familias, y era una oportunidad de laburo muy fácil de hacer. Después, adentro, resultó ser gente de mucha guita: había muchos del poder. Y lo que vimos ratificó lo que siempre creímos, ¿viste? Pero bueno, hay muchas series y películas con las que te podés imaginar lo que pasaba…
-Hablando de los altos mandos: ”Peces” abordaba la promesa del Riachuelo limpio en mil días de María Julia Alsogaray. Incluso el Presidente había dicho que en 1995 íbamos a ir ahí “a pasear en barco, a tomar mate y a pescar”…
-Sí, y yo muchas veces me pregunto, ¿la gente qué recuerda? ¿”Peces” o “Persiana Americana”? (se ríe). Si querés hacer música pensando en la masividad, tenés que cantar pavadas, de minas, de “lo sexy y lo linda que sos”, de “cómo me calentás”, siempre lo mismo. Las Pelotas es mi vida, y siempre fue un canal de descarga para decir lo que sentía. Sino me quemo por dentro, soy un cómplice. Es muy fácil hablar, lo otro es ser real. Lo demás es una moda.
-Ahora que mencionás “Persiana…”, seguro sabés que hubo otro Daffunchio que coescribió la letra.
-Sí (se ríe). Inclusive lo conozco, me lo crucé y vino acá, a Traslasierra. El enigma siempre era cómo teníamos el mismo apellido, porque en el árbol genealógico de mi familia había muchas teorías. No viene al caso, pero es gracioso que justo coincida. Muchas veces hice bromas con eso (se ríe a carcajadas). Nada más distinto, ¿no?
ESCRIBIR, SOÑAR, ¿POR DÓNDE EMPEZAR?
Para Las Pelotas, un presente como este habría sido inimaginable hace 30 años. En 2023, la banda (que además de los ya mencionados completan Sebastián Schachtel y Alejandro Gómez Ferrero) lanzó “Es Clara”, su último single. Pero se vienen más cosas.
“Ese estaba en una partida de otros temas que también hicimos -dice Daffunchio-. El inconveniente ahora es tener tiempo de juntarnos, pero el material viene re encaminado. Estamos en la etapa en la que todavía nos falta más tiempo. Tenemos pensado juntarnos cuando volvamos de Europa, el invierno es una buena época”.
-Sí, pero acá hay distintos lugares: podemos grabar en la casa de ella, en la mía o en el estudio. Somos una banda extremadamente libre en la composición, y tiene que ser espontáneo, con ganas de hacerlo y que coincidan muchas cosas. Estoy muy contento con lo que se viene. Más allá de lo sonoro, el trabajo depende del artista: algunos en cada álbum buscan productores que les hagan todo y compositores que los ayuden. En nosotros, lo que cambia es la vida. Entre disco y disco nos pasan un montón de cosas, no somos las mismas personas. Esto se transcribe a la música que nos une.
Lo cuenta el propio Daffunchio: de un álbum al otro hay miles de variantes, internas y externas. En el caso de Las Pelotas, la evolución es palpable. Pero algo no se modifica: el vivir de los sueños. Tal como cantaba él mismo en “Senderos”, ahí es “cuando la libertad resucita”. Brindemos por las bandas que, por más que tengan un pasado excelente, persiguen el mañana. Por suerte, a la biopic de Las Pelotas todavía le faltan muchas temporadas por escribirse. Que ese siga siendo el motor.