El grupo, que toca canciones de amor y temas sociales con una mezcla de ritmos latinos, será telonero de Goran Bregovic en el Luna Park. La entrevista de Gabriela Saidon, para Clarin.
«A las mujeres les gustaba; entre mis amigos, a ninguno», dice Federico Gazharossian, contrabajista de Me darás mil hijos. Se refiere al testeo que hace tres años hizo el grupo que hoy va a subir al escenario del Luna Park como telonero de Goran Bregovic. «Todos tenían un comentario», agrega Mariano Fernández, voz, guitarra criolla y letrista de la banda.
«Después de unos cuantos ensayos empecé a buscarle un nombre, algo que es difícil hoy —agrega Mariano—. Empecé a abrir libros al azar hasta que apareció esa frase, que me gustó por ser exageradamente romántica. Nos fue gustando cada vez más». Entre los demás, cuenta, «provocaba seguro una reacción». Nadie permanecía indiferente. Y quedó. Lo que no quiere Fernández es revelar el libro ni el autor de dónde salió la frase. Tira la adivinanza: un poeta latinoamericano. Y los dos bromean sobre la posibilidad de armar un concurso: el que acierta gana una entrada gratis por un año a los shows de la banda, «hermana menor» de Pequeña Orquesta Reincidentes. De hecho, Mariano y Santiago Fernández (guitarra criolla y cavaquinho) son hermanos del «reincidente» Juan Pablo, músico invitado del primer disco (al igual que Guillermo Pesoa y Rodrigo Guerra), que tiene el nombre de la banda. Otros invitados son Daniel Melingo en clarinete y Javier Casalla en violín.
Siguiendo con las fraternidades del grupo, la baterista, Carolina Flechner, es hermana de Alejandra, la actriz. El grupo se completa con Damián Rovner, en trompeta. Las edades van de los 25 (Santiago) a los 37 (Federico, ex Don Cornelio y Los Visitantes, el más veterano del grupo, que dice, a su favor: «Promedio, 30»). Esta noche se sumarán una violinista y una acordeonista: Christine Breves y Leonora Poe. Y agregaron a Germán Cohen (trombón) y Rodrigo Guerra (banjo y tuba).
El primer disco tiene un estilo melancólico, tranquilo, y trabaja con una mezcla de ritmos americanos (latinos y de los otros, por ejemplo, en la inclusión de un fox trot), mayoría de letras románticas (Cenizas, Canción de amor lejana, Porque te irás), y algunas de un contenido más «social», como Fusil. Ellos no quieren «etiquetas» y, antes de hablar de herencias, prefieren referirse a identificaciones con grupos como La Portuaria, Adamantino, o solistas como Kevin Johansen o Christian Basso. Pero también citan influencias eclécticas, desde Zitarrosa, Ray Cooder, Buena Vista Social Club, el mismo Bregovic, hasta Troilo, Nino Rota, Chabela…
«La nuestra es como una música de inmigrantes, la que se tocaba en las fiestas viejas. Los nuevos temas son más de banda de pueblo», dice Federico, que dio sus primeros pasos en el rock a los 15 años, hasta que colgó el bajo, dejó atrás «toda esa masa eléctrica de rock y perturbación», y eligió el tango y el contrabajo.
«Más para arriba, menos melanco», describe Mariano los temas que van a formar parte del segundo álbum, que la banda grabará a fin de año. El letrista, que escribe «casi compulsivamente poesía desde los 13 años», cuenta que «las letras más oscuras las escribí a los 17. Ahora buceo en lo cotidiano, más imágenes, no tanta declamación. Trato de hacerlas más asibles, salvo cuando aparece la ficción. Pero no me siento y digo »voy a escribir una canción de amor». A veces sale de una zapada, en otras hay una historia previa (que puede tener conmigo o con otro). Pero las letras son tan abiertas como la música».
El grupo se formó en 2000, empezaron a tocar en lugares chicos, en San Telmo, en bares como El Nacional o El Argentino o la Fábrica Cultural (IMPA), hasta que llegaron al Maipo, donde Carolina trabajaba de acomodadora.
Por eso, aseguran, no le tienen miedo al Luna Park. Porque, además, «estamos bien armados. Venimos ensayando hace dos años», dice Mariano. Aunque, reconoce Federico, «el miedo está siempre hasta que subís. Yo aprendí que cuando llegás a esta instancia tenés que disfrutar, ya estás entregado y tenés que demostrar lo mejor». «Nos da más nervios un lugar chiquito. En un lugar más grande no ves las caras —agrega Mariano—. Es un sueño, queremos disfrutarlo. El nervio está bien puesto en la adrenalina para subirse al escenario».