Punk con alma de niño eterno, vegetariano y melómano, ícono independiente y modelo publicitario, Boom Boom Kid está de vuelta con un discazo, «Smiles from Chappanoland». La nota de José Bellas, para el Sí de Clarín.
Boom Boom Kid era un niño cuando eligió a sus propios villanos dentro de la saga «Star Wars»: los jawas.
Para él, esos mercaderes del planeta Tatooine representaban el mal verdadero. «No podía entender cómo un día estaban con Darth Vader y otro, con Obi Wan Kenobi. Sigo sin entenderlos, como a toda la gente a la que todo le resulta lo mismo», dice mientras el humo de un café con leche le da un tono espectral a sus dreadlocks.
Corregimos: Boom Boom Kid sigue siendo un niño. Insiste en oponer inocencia, fe y ganas a todos los males de este mundo. Sus canciones se manifiestan como caprichos y antojos (a veces en inglés, a veces en castellano), pero (por suerte) carecen de todos esos cartelones y comillas que muchos grupos de rock ponen para explicar que, sí, este es un tema que habla de esto o lo otro. Esto es: Boom Boom Kid no te subestima. «Muchos se escandalizaron porque hice una propaganda de ropa, pero una de las razones fue para demostrar que no soy lo que creen que soy».
Su nuevo disco, «Smiles of Chappanoland» es una catarata de canciones de power pop, temas acústicos, funk y hasta electrónica. «Chappanoland es un cementerio y al mismo tiempo la sala de ensayo, que es donde uno canaliza la mala vibra y la intenta cambiar por sonrisas. Es, a su manera, un disco de protesta».
«En cualquier parte del mundo no te vayas a enfermar sin obra social», es lo primero que se escucha y se refiere a sus experiencias: no sólo recorriendo el mundo sino en sus propias experiencias locales. El año pasado se rompió una rodilla tocando y tuvo que estar tres meses parado. Aquel accidente y las constantes giras (una por Europa, dos meses) retrasaron el flamante «Smiles…» más de la cuenta.
Ya van cuatro años desde que te reinventaste como Boom Boom Kid. ¿En que quedó Fun People?
—Hace un tiempo revivió en Japón, más que nada porque me lo pidieron. Como soy fanático de Spinal Tap y ellos sólo se juntan para tocar en Japón, acepté. Y otra vez cuando estaban por desalojar a los chicos de la comunidad Trivenchi, un motivo por el que me pareció justo volver. Siempre hay propuestas. Sería un éxito, pero nunca lo hicimos por el billete y menos ahora.
—El tema de la niñez como el verdadero paraíso perdido es recurrente en tu obra. Ahora cantás «madurar no es crecer»…
—Nunca me despojé de los juguetes que me regalaron. Todavía tengo mi Doo Doo, que es el primer peluche que me regalaron. Lo llevo encima desde mi primer show: cuando iba a actuar en público, lo miraba y me daba fuerzas. Es mi punto de apoyo.
—¿Y cuándo te diste cuenta de que «madurar no es crecer»?
—A los nueve tuve oportunidad de empezar a fumar, tomar alcohol. No me cabió. Cuando estaba oscureciendo, me iba para el sol.