En sólo dos meses grabó su nuevo disco, «Parte de volar», en el que puso el acento más en las letras que en las melodías. La entrevista de Gabriel Plaza, para La Nación.
Desde el departamento de Pedro Aznar las calles se ven tranquilas. El ambiente armónico, casi zen, le sirve de refugio ante la furia urbana. La casa es como una delicada burbuja de silencio donde la música, el piano, las pinturas y sus gatos ocupan un espacio importante. Entre tanta placidez y bienestar, el rumor de las manifestaciones cotidianas no pasa inadvertido para el refinado oído del compositor. Es más: los sucesos que se vienen desarrollando desde antes del 20 de diciembre último calaron hondo en su espigada humanidad.
En dos meses grabó «Parte de volar», su regreso a la arena de la canción después de «Cuerpo y alma» (1998). Hasta entonces, ofició de arreglador y productor de otros artistas, como la cantante peruana Eva Ayllón, el guitarrista Alberto Rojo y el Coro Popular de la Ribera. Todas esas producciones coinciden con una nueva etapa del compositor.
«Me siento más libre que antes, cuando exploraba más en lo musical. Era más prejuicioso y le daba menos importancia a la palabra. No entendía a la gente que se enganchaba primero con las letras. Antes tenía a la poesía relegada, porque estaba más atento a la música. Ahora, las letras son una necesidad. No puedo escuchar una música si no tiene un mensaje. Por eso, muchos de los temas de otros autores, que tienen hermosa música, los elegí por su letra. Es el caso de «Como la cigarra», de María Elena Walsh, que para mí es una de las canciones mas trascendentes de nuestra música.»
Tras participaciones en proyectos especiales -puso música a textos de Jorge Luis Borges en «Caja de música» (2000), y de Atahualpa Yupanqui, en «Yo tengo tantos hermanos» (2001)-, el compositor se volcó en su nuevo trabajo a reflejar las impresiones del artista que vive en una Argentina que arde «Muchos de los temas salieron a borbotones. Algunos venían de 2001 y se fueron aggiornando como a pedido de las circunstancias. Los fui escribiendo mientras pasaban muchas cosas. Porque la cosa ya estaba mal antes de los cacerolazos. Sólo era cuestión de estar atento. Igual, creo que la verdad supera a la canción. Uno se termina quedando corto».
El repique de los tambores «como una marcha que avanza por las calles», según Aznar, es lo primero que se escucha en este «disco de canciones urgentes», como lo define. Además de los temas de su autoría, eligió piezas monumentales de María Elena Walsh, Víctor Jara, Ariel Petrocelli, Leguizamón-Castilla y Yupanqui.
«Atahualpa dio una de las mejores definiciones sobre la misión del músico: Nosotros estamos para ponerle una flor al cansancio y desamparo de los pueblos», dice.
-¿Yupanqui cambió tu forma de ver la canción popular?
-Para todos los que estamos en este camino, la influencia de Yupanqui es trascendental. Es como el Lao-Tse criollo. Es un faro que siempre está para alumbrarnos Uno va a su obra y encuentra todo. Por ejemplo, en «El payador perseguido» aparecen las tentaciones del músico y la responsabilidad de aceptar que simplemente uno es un emergente de lo que el pueblo piensa y siente. Como un mensajero que está dejando algo inscripto en la canción popular. No creo en el término «purista», porque la pureza habla de algo que no se modifica. En cambio me siento un tradicionalista (se ríe) en el sentido de que uno toma una herencia, la transmite y la traduce con su propia idea a la cultura popular.
-¿Cómo pensás que vería Yupanqui esa participación tuya, poniéndole música a un poema suyo?
-Seguramente haría uso de su filoso humor. Pero yo tuve una experiencia muy buena con él. Una vez estábamos ensayando con Suna Rocha, y salió una versión de «La Añera», con un teclado de fondo que teníamos en la sala. Suna se entusiasmo y se la mostró a don Ata. El la escuchó atentamente y dijo: «Me gusta cómo canta el mocito, lástima ese aparato que suena abajo. Justo en ese momento sonó el teléfono y dijo: «Mire, otra versión de «La Añera».»
-Parece que con el tiempo te empezás a reconocer en un espacio más concreto de la música popular argentina.
-Charly García solía decir: «Para qué ir a buscar algo tan lejos, con lo que tenemos acá». Es notable, pero parecería que los músicos argentinos siempre tenemos que pedir permiso para hacer lo nuestro y que esto no suene a falso chauvinismo. Pero para mí cantar una zamba es algo que fluye con total naturalidad. Es como estar en casa.
-Pero antes no pensabas así. ¿Qué cambió?
-Conocer a Leda Valladares fue una bisagra en mi vida. Ella nos invitó a varios rockeros a participar del disco «Grito en el cielo» y a cantar bagualas. Fue algo liberador porque nos explicó que veníamos de la influencia de la música afroamericana y por eso íbamos a poder saber interpretar lo nuestro, porque la baguala también partía de esa raíz del canto primal, algo que sale de las entrañas. Ella compartió eso con nosotros y para mí fue como un viento bendito que me llevó para su lado.
-A pesar de esa experiencia, ahora parece que estás metido más que nunca dentro de los ritmos de este continente.
-Yo no hablaría de meterme, sino de un camino de retorno. Vengo de montones de experiencias y por eso tampoco me considero un folklorista, porque no dediqué toda mi vida a eso. Pero uno es hijo de una matriz cultural, con muchas influencias y parte de un mestizaje muy rico que involucra a todo el continente. Por eso puedo abordar estos ritmos con mucho respeto. Aunque siempre me pregunto por dónde pasa eso de la identidad.
-¿Y por dónde pasa?
-Es difícil responder. Creo que va mas allá de la pertenencia a una etnia, son muchas cosas que nos van formando. Y para el músico consiste en encontrar esa síntesis entre el lenguaje musical y el poético. Por eso tuve que pasar por un proceso de redescubrimiento. Empecé a escribir poesía siendo muy chico. Descubrí la rima gracias a un libro de Gustavo Adolfo Bécquer que tenía mi madre. Pero a los 9 años empecé a estudiar guitarra clásica y la música me robó. Me adentré en ese océano y me encontré con Zeppelin, Raver, Joni Mitchell y Miles Davis.
-Hoy, ¿cómo te situás como artista frente a este panorama?
-Mis canciones se proponen como un flash de esta época, también como una mirada aérea de lo que nos pasa. Por eso abro el disco con «Dicen que dicen», que es como un grito de batalla. No me gusta la sensación de derrota. Hay valores intrínsecos que no tienen que ver con la banalización de los políticos. Me quedo con una frase que me dijo el otro día un argentino común: «Es cierto todo lo que se robaron, pero no hay que olvidarse de que todavía quedamos nosotros».