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«Último bondi a Finisterre», Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota

  • Fernando Sánchez
  • 16 diciembre, 1998

U2 lo hizo. Madonna, también. ¿Por qué razón los Redondos no iban a poder sumarse a la «vieja nueva ola» de las secuencias y los loops? Al fin y al cabo, no deja de ser una buena noticia que, a partir de ahora, los Redondos puedan ser bailados en las raves…

Es probable que Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota sea. junto con Sumo, y quizá sin haberlo deseado, la banda responsable del boom del «rock chabón» que hoy invade radios y estadios argentinos. Infinitamente superiores a cualquiera de sus clones de los 90. los Redondos abrieron la puerta para que surgiera un subgénero dentro del rock nacional Y ahora que el monstruo ya camina solo, se animaron a algo que, en la superficie, se supone lo opuesto a sus raices rockeras.

Ultimo bondi a Finisterre se presenta como un deliberado acercamiento al pop. No es sólo cuestión de maquinttas: hay arreglos, gestos musicales y una producción sonora que se alejan de los vientos épicos y graves de antaño y que se acercan, con el cuidado de quien no acostumbra a dar pasos en falso, a una atmósfera más colorida.

El extraño packaging que diseñó Rocambole (redondo encargado de poner en imágenes la propuesta ricotera de turno) incluye, en el librito interno, un «Test para el colono virtual» que ofrece cinco opciones: 1) «no mutar»; 2) «mutar cuando sólo es nuevo lo que hemos olvidado»; 3) «mutar si dios es digital»; 4) «mutar si se piensa que el nuevo dios nos va a salir mejor»; 5) «mutar porque nos gusta el bondi a Finisterre y porque vale la pena la leyenda del futuro».

¿En qué opción se debe suponer que los Redondos decidieron hacer click? ¿En la quinta? No hay razones para estar seguros. Tal vez eligieron la primera y sólo se limitaron a decorar con chucherías tecno sus viejos rocanroles de siempre. Por lo pronto, la estética futurista a la Fútbol de Primera elegida por Rocambole para ilustrar el CD presenta una visión de «lo que viene» que resulta poco seductora.

Por eso es válido preguntarse: ¿será un cambio de verdad? Porque, en el fondo, las canciones nunca pierden el sello único e identificable —rock aguerrido, letras crípticas, tono heroico— que supieron acuñar los Redondos. Porque la voz del Indio Solari es única y personal -menos furiosa, más melódica, pero igual de intensa—. Y porque la guitarra de Skay Beilinson sonará, por siempre, redonda.

No hay que confundirse: por cada batería electrónica y cada sampler hay un buen solo de guitarra, poderoso y rockero. Por cada estribillo pop hay un aire denso que conduce directamente a Oktubre.

Ejemplos: está «Las increíbles andanzas del Capitán Buscapina en Cybersiberia» (especie de carnavalito candombero de base tecno que parece tener a Charly Alberti como baterista invitado), y también está «Scaramanzia», una de sus típicas baladas rockeras; está «La pequeña novia del carioca» (romántica, con bases del tipo Massive Attack); y está el rock irresistible de «Alien Duce»; está «Es toto-todo amigos!» (¿Prodigy según Patricio Rey?), y también «Estás frito angelito», slow rock que bien podría haber sido -también- parte de Oktubre. Y está «Gualicho», tema de guitarras acústicas y melodía pegadiza, acaso escapado de Canción animal, pero que no podría haber sido compuesta más que por los Redondos.

«Con lo que cuesta armar algún puto full y jugarlo en este paño. ¡Dios!» (de «Gualicho»). «Alien Duce adornó tu esclavitud y en un edificio en llamas te encanó» (de «Alien Duce»). Las cualidades de Carlos Solari como letrista siguen intactas: textos ambiguos, abiertos y a la vez herméticos, palabras que no existen (hasta ahora, pues en breve servirán a la prensa para poner títulos y epígrafes), sentencias que dicen todo y nada a la vez, sugerencias que cada fan creerá escritas sólo para él.

Es cierto que resulta difícil pensar en los Redondos sin mezclar sus virtudes rockeras con el fenómeno popular que encarnan en la Argentina. Cada canción, una vez ganada la calle, se vuelve himno, verdad revelada y hasta bandera de lucha. Y así se pierde de vista su verdadera identidad; que se trata, en esencia, de buenas canciones. Además, con discursos encendidos y una relación compleja con los medios, los Redondos han logrado que lo suyo exceda lo musical y estético y se convierta en un asunto social. Paradójicamente, su obra permanece ajena a toda polémica. Allí casi no hay referencias a las pasiones encontradas que despierta la banda entre el público.

En Finisterre (el disco) hay, sin embargo, algunas citas que despiertan curiosidad.

La primera frase del disco reza: «Mientras Walter invade nuestra fiesta, el Capitán Buscapina salda deudas.» ¿Quién es Walter? ¿Sidotti? ¿Bulacio? Y hay también muchas referencias al tiempo: «futuro improbable»; «freno temporal»; «pasado transpasado»… Los fantasmas redondos también tienen lugar en Finisterre (ese lugar-futuro virtual).

Con más de veinte años de carrera y diez discos editados, los Redondos pueden darse el lujo de entrometerse con ritmos e instrumentos inusuales sin perder personalidad, pero queda claro que lo que mejor les sale es el rock 8l roll, ése que supieron cultivar en sus años mozos. El tiempo también pasa para ellos, inexorablemente. Eso, a juzgar por este nuevo álbum —el último de la década- les preocupa. Se actualizan, coquetean, maquillan sus canciones —algunas buenas, otras nocon los sonidos del futuro. Y el futuro ya llegó. Finesterre mezcla pasado y presente. Y representa el dilema de cómo ser rocker y envejecer, sin perder la dignidad en el intento.

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