El 17 de este mes editará “Para los árboles”, un álbum hecho de canciones reposadas. Es poético y no tiene una musa. La crítica de Germán Arrascaeta para La Voz del Interior.
En su nuevo disco Para los árboles, Luis Alberto Spinetta consolida su salida del eje power trío a la manera bombástica y refinada de Los Socios del Desierto. Ya en Los ojos (1999), suscripto como parte de la producción de ese grupo, había vuelto a los teclados, a los remansos instrumentales y a su propensión de jugar con la electrónica. Una manía que conserva desde Privé, un disco de los ‘80 al que, por lo menos, hay que calificar de visionario. Y la vuelta a una versión más refinada del estigma Jade (jazz rock en clave de canción pop o experimental), se había consolidado en Silver sorgo (2001), un ensayo sobre el “forraje argentino” en el que el “Flaco” se luce cantando al unísono con Grace Cosceri, su entrenadora vocal. Este, el de contar con una voz femenina, es otro guiño heredado de Privé.
Para los árboles, se insiste, consolida el retorno de Spinetta a este tipo de canción reposada aunque con pretensiones de resultar trascendental. “A mis canciones hay que entenderlas como un bien social portador de belleza intangible”, supo manifestarle a Spinetta a este diario. Y bueno, de eso consta Para los árboles, una obra menos dedicada; es decir, sin una musa de carne y hueso. Habla de amor el disco, sí, pero como excusa para rogar por un futuro mejor y para plantarse como un artista que nunca renunciará a lo bello. “No podré olvidar la lucidez”, se oye en la balada Cisne, que precede a otra llamada Sin abandono, la de apertura, construida sobre un medio tiempo electrónico, acústicas y pianos.
Halo lunar es funk & soul elemental en lo instrumental pero de una sensibilidad spinettiana que promueve calidez, no sexismo. Luego viene Yo miro tu amor, indicado por la compañía Universal, editora del álbum, como corte de difusión. Se trata de un blues pesado aunque con un solo golpe de bombo (un solo beat, en la jerga electrónica), percusión casi étnica y guitarra noise. Raro, muy raro. Pero magnético.
Pop a su modo
Con A su amor, allí, el disco entra en su terreno más pop. Pero ya sabemos lo que puede ser pop en el caso de Spinetta: un ritmo sincopado aunque atenuado, más ruiditos marca Mono Fontana, voces sobregrabadas, coros de Cosceri, prosa iluminada.
El ritmo deja de ser medio con Agua de la miseria, que operaría como una suerte de No te alejes tanto de mí (Mondo di cromo) o Abrázame inocentemente (Silver sorgo). Este tema tiene la misión de poner ritmo en la mitad de una obra cansina. Pero aquí lo que se dice se tutea con la desesperanza: “Para qué vivir así,/ si ya no tienes fe en tu hermano…/ Ya no me digas que vendiste tu amor,/ que fundiste tu amor…/ No me digas qué se siente en la eternidad/ sin una gestión de tu corazón”, canta Luis. La pelícana y el androide hoy son Dos murciélagos y la sintonía consiste en un “Yo te digo que te escucho/ cuando me hablás”. Vidami tiene el aire de una zambita y Ciénaga dorada es la balada más anodina. Néctar, en tanto, propone una entradora progresión de arpegios, un estribillo casi pop y la siguiente imagen: “Soñé que era gelatina/, un esqueleto sin organización… Te llevas mi néctar”. El lenguaje del cielo es un acústico y pianísimo que podría haber entrado en Estrelicia (de Spinetta para MTV, concebido en la era Peleritti, su menemismo personal), y dice: “Las horas caen llevándose/ todo lo que el viento me habló”. Para los árboles se cierra con Tu cuerpo mediodía, un canción tan hermosa como breve, hecha con otra guitarra noise y lánguidas vocalizaciones. Belleza, a lo que Spinetta nunca renunciará.