El segundo disco de Gabo Ferro confirma su talento imposible de encasillar.
En una entrevista, el padre Hugo Mújica dijo que «La pasión según San Mateo» (Bach) es la prueba de que Dios existe, y si Dios no existe, «La pasión según San Mateo» es Dios. Análogamente, se podría decir que sí hay algo surgido en la música argentina que permita aseverar la existencia de una fuerza superior, es la garganta de Gabo. Pero, en todo caso, se trataría de una entidad marxista, ya que si bien el artista canta, compone y escribe de un modo puro y angelical, no es un hombre que responda pasivamente a los dilemas sociales registrados por su retina. En la tapa (austero fondo blanco y ¡texto!) arremete contra el mercadeo de la imagen de los músicos y reclama poner en primer plano lo realmente trascendente: la música.
El segundo lanzamiento de Ferro confirma con creces que la cálida recepción del público y la crítica hacia su primer álbum no fue infundada. Hay algunas diferencias para con «Canciones que un hombre no debería cantar» (05); acá las instrumentaciones fueron registradas por una veintena de músicos en cuatro estudios distintos (aunque el tecladista Leopoldo Limeres, el guitarrista Claudio Lafalce y el contrabajo de Federico Ghazarossian son los nombres más repetidos en los créditos). Y a pesar de mantener la indiferencia comercial en el sentido hitero del término, Gabo se muestra más extrovertido y polifacético.
La placa comienza a liberarse de un modo limpio y pausado, como un amanecer. «Cientos de toros negros corren dentro de mi cuna blanca/ Me hacen hombre/ Me hacen agua/ Agua blanca», son las primeras palabras que susurra Gabo sobre una melodía construida por un piano y una guitarra acústica en la que un violín (Bruno Moller) y un trombón (Germán Cohen) aportan intensidad de colores. «Mi vida es un vestido» parece una canción de cajita musical en la que el autor habla de sí mismo como si fuera «un vestido descuidado/ Nunca de moda… nunca muy usado». Después hay un par de canciones («Beso al beso» y «¿Están dopados los enamorados?», donde el acordeón de Flopa está en primer plano) aptas para musicalizar los instantes más dichosos de una relación de pareja. La letra de «Costurera y carpintero» evidencia despojos de la tormentosa mirada del artista hacia la típica mirada sexista de Occidente. La voz de Gabo se luce en «Árbol de naranja», una melodía bella casi folclórica. Las tres guitarras de la Quimera del Tango aportan atmósfera de arrabal en «La cabeza de la novia cayó sin su velo», un valsecito con letra de policial que describe una historia entre dos mujeres que termina por mano de un novio «mancillado». Tras eso aparece un ruego estremecedor; «Dios me ha pedido un beso» es el título de un track de un minuto y medio en el que Gabo, a capella, achaca contra conceptos eclesiásticos. Le pega una colaboración de Florencia Ruíz en arreglos de cuerdas que le dan forma a «Nada», un pasaje relajante y punzante a la vez. Las instrumentaciones del Círculo de Guitarras de Buenos Aires en «Mirá quién llega Consuelo» logran emular el sonido de un teclado. Los Pez aparecen en «El agua sabe», un country rock intenso. Después hay una canción, «Si es hombre», que denuncia (con belleza) y se ríe (sin disimulo) de la violencia homofóbica de las instituciones militares. «Mi testamento en tu espalda» es una chanson francesa a la que le sigue «A un puente sobre un río», canción crepuscular que dibuja apaciblemente hasta que las palabras empiezan a formar ideas violentas para describir un paisaje onírico cargado de símbolos.
Gabo sigue siendo un heredero natural de Miguel Abuelo, pero en sus creaciones demuestra una habilidad congénita para evitar ser encasillado. Las consecuencias de haber consumado semejante placa son inciertas. Quizá Gabo esté caminando sobre una alfombra roja que lo conduzca irrevocablemente al templo de los solistas argentinos más célebres. Talvez, con las giras por Estados Unidos, esté jugando una carta que le haga ganar alguna clase de consagración en el exterior. Pero seguramente su próximo disco tendrá un obstáculo hasta ahora inédito: las demandantes expectativas de una audiencia, a esta altura, demasiado mimada.