«29 canciones y ningún hit», promociona Pez su nuevo disco, que será agradecido por los viejos fans de Ariel Minimal.
Mientras la mayoría de las grabaciones en vivo se justifican desde las necesidades contractuales, acá el principal argumento es el desperdicio que representaba el hecho de que los destellantes conciertos de Pez no hayan sido registrados y publicados. Cuando casi todos los discos en directo buscan que algún éxito olvidado vuelva a tener difusión radial, Pez promociona el contenido del suyo como «29 canciones y ningún hit». Mientras ésta clase de álbumes procura ser una puerta de entrada efectiva para enganchar nuevas audiencias, «Para las almas sensibles» parece más un gesto de cortesía hacia los fans viejos que un anzuelo para novatos. Y si la mayoría de los live records suelen mostrar a las bandas diluidas y fáciles de asimilar, éste disco no rebaja en ningún momento la complejidad detallista del grupo de Ariel Minimal.
El juego de las diferencias se podría prolongar por un largo rato. Es que Pez, a fuerza de proponer realizaciones artísticas que rozan el suicidio comercial, es la banda menos convencional del mainstream argentino. Además, su preocupación por desarrollar una estética camaleónica y una ideología independiente vapulea a la invariable pachorra cervecera que atoró a la música argentina durante los noventa. Y el virtuosismo de Pepo Limeres (piano eléctrico), Franco Salvador (batería), Fósforo (bajo), Ernesto Romeo (sintetizadores) y Minimal (voz, guitarra y composición) no se agota en la posibilidad onanista de demostrar lo-bien-que-tocan, sino que su talento desarrolla las canciones hasta hacerle experimentar melodías imposibles a los oídos de los escuchas.
La música de Pez se muestra como el dormitorio de un adolescente desordenado: un caos donde sólo el morador sabe (1) donde están las cosas y (2) que cada objeto está donde tiene que estar. Esa habitación alberga posters de ídolos («Caballo Loco», lisérgico homenaje a Neil Young), viajes místicos (la ópera esquizoide de 12 minutos titulada «Buda»), personajes suburbanos (el linyera observador de «La estética del resentimiento» o el vicioso nocturno protagonista de «El cantor») y la necesidad de pegar un grito para exigir paz, amor, libertad y «Respeto».
A lo largo del disco el ambiente se retrotrae, casi permanentemente, a los 70: en los riffs escalonados, en la atmósfera psicodélica y en los embates progresivos de obras que (en su mayoría) superan los cinco minutos. Algunas canciones quedaron un poco más aceleradas que en las versiones originales como «Desde el viento en las montañas…» o «Haciendo real el sueño imposible». Y «Miedo» y «Corazón Coraza» son lás únicas que aparecen desfiguradas. ¿Temas nuevos? Solamente «Para las almas sensibles» y «Despierto a un tiempo sin luz». Lo único lamentable es que no hayan rescatado ejemplos de la chispeante locuacidad que suele demostrar el cantante durante los shows (el único chiste está en el punteo de Minimal que cierra el disco).
Como demostrando que los medios de comunicación no son tan omnipotentes, a Pez (qué para los periodistas de rock desde hace casi una década es «la» banda) le llevó siete discos ganarse un espacio en el mainstream argentino. Y da la sensación de que este incipiente reconocimiento popular se fundamenta más en factores como el éxito comercial de Mars Volta y Queens of Stone Age, la aceptación a Los Natas o la decisiva intervención de Minimal en Los Fabulosos Cadillacs. Pero indudablemente lo más importante fue la creatividad y el trabajo de hormiga. Gracias a ese exigua labor de perfil bajo hoy cualquiera puede disfrutar de esta selección de armonías enredadas que extiende las fronteras de la música nacional. ¿Hacía donde? ni siquiera ellos lo saben.