El nuevo disco de Pez es una muestra de la vasta productividad de Ariel Minimal: canciones más simples que de costumbre, pero con la misma belleza.
¿Será contagiosa la opulencia compositiva? Minimal comprueba que sí. En los últimos tres años grabó dos placas solistas, dos con Pez (uno doble en vivo) y tres con Litto Nebbia y la Luz (uno de ellos, el flamante «Palacio de Flores» de Andrés Calamaro, uno «normal», y otro triple y de blues). Y todas sus intervenciones delatan que su vida está atravesada por la felicidad y marcada por la dicha de sentirse realizado. El guitarrista está haciendo más música que nunca y cada disco editado es un placer para cualquier clase de oídos.
«Hoy» empieza con «Toda la mañana», un mid tempo limpito y acusticón que, salvo honrosas excepciones, se plantará hasta el final de la placa. La primer frase comenta que «si ésta agua está viva la quiero probar» y después se dibuja una escena de puro amor hippie con palabras de aliento eterno: «siempre hay gente de mierda pero no por ellos yo voy a parar». El segundo tema y primer corte de difusión es «Bettie, al desierto», una historia de huidas y transformaciones escrita a medias entre el guitarrista y el poeta Fabián Casas donde el piano eléctrico de Pepo Limeres tiene una presencia preponderante tanto en la intro como en el solo. «Los lados B» es otro cuaderno de recuerdos acústico de Minimal, calcado al «Compañera» de su reciente placa solista («Un día maravilloso…»); en este caso comenta momentos de su infancia: la merienda frente a la televisión, esperar el 50 con piyama abajo del pantalón y un conmovedor autorretrato: «jugué campeonatos, nunca fui campeón/ soy el wing derecho que nunca perdió la ilusión/ y corrió hasta que no hubo más cancha». «A buscar» trae una psico placidez superior al Alplax donde está encerrado el concepto central del disco: «despertar al sol acariciándolo/ y darme cuenta que hoy es todo lo que hay». «Difícil de conseguir», también firmada por Casas Minimal (¿para cuando el disco a dúo?), está armada sobre una melodía acuática y envolvente ideal para una letra que retoma cuestiones filosóficas como la materialización de «las fuerzas eternas de la vida» y que termina remarcando que «todo es natural, ni vida ni muerte, ni principio ni final».
«El viaje» cambia el sonido del disco. A partir de entonces aparecen los temas cien por cien firmados por Minimal y la banda se pone más tempestuosa y nocturna. Allí el violín de Federico Terranova y el cello de Alfredo Zucarelli desatan bríos, y la letra indaga en el sentido del paso del tiempo comentando que «no corro una carrera, esto es más parecido a pasear». «Al espacio» es un psico blues que incluye un solo zapado y entrega una soberbia poesía del guitarrista acerca de la concepción de su hija recién nacida: Mina. Los aires se condensan en el jazzito llamado «Rompevientos», cargado con los metafóricos versos del amigo poeta de la banda, Hernán. Después llega «La sin nombre», chacarera distorsionada e inquisidora que obliga a reflexionar con frases como «no existe la gloria sino te rendís ante el amor» y «si al final no quedás ni en el aire»; la pieza sostiene la cumbre energética del álbum: un solo arrollador con mucha cuerda estirada y piano desquiciado donde el baterista Franco Salvador se luce. «Melodías sanadoras» recrea cierta calma campesina a través de unos aires folkóricos que se funden con el urbanismo característico de la banda.
Sobre el final retoman la cuestión de la vida y el paso del tiempo a través de otra composición existencialista: «La verdad». La canción empieza acústica y serenada, pero cuando vuelven las cuerdas de Terranova y Zucarelli le aportan suspiros orquestales; traes ello la melodía que estalla en una zapada donde toda la banda descarga una cuota de vigor que en vivo, seguramente, será demoledora. «Tiembla» es la primer canción compuesta íntegramente por Franco Salvador que graba Pez (aunque antes había compuesto «Telarañas», el instrumental que abre Frágil Invencible); se trata de un momento fogonero donde Minimal canta con la única compañía de una acústica. Y llega el punto final, la solemne zapada de diez minutos que también bautiza al disco. Otra vez Fabián Casas firma versos para dejar una escultura armoniosa sobre la necesidad de afecto y también aparecen los coros de Flopa, la guitarra intoxicada de Felipe Barroso y la armónica de Checho Marcos.
Pez presenta una hora de música tranquilita, pausada y hogareña, más minimalista que nunca y más amable con el oyente circunstancial que con el fan de la vieja guardia. De hecho no faltarán los que se queden con ganas de distorsión, solos revirados y progresismo musical. Pero ¿cuánto vale el dibujo de un sol amaneciendo hecho canción?