En el Luna Park cantó los temas de su disco solista y de Los Fabulosos Cadillacs. Fiel a su historia, se exhibió como un incorrecto, ácido y divertido anfitrión, imitando a Ricky Martin y a Gustavo Cerati.
Definitivamente -y aún más que el año pasado, cuando salió su disco solista-, el 2003 marca el quiebre para Vicentico: es el momento que se pone cómodo, muy cómodo sin la banda que lo acompañó durante 17 años, Los Fabulosos Cadillacs.
Eso ratificó en el Luna Park. Un estádio que vibró con las canciones de su álbum Vicentico: ya hay temas que empiezan a sonar atemporales y que todo el mundo conoce -y corea- de memoria.
Aún cuando en vivo sea una especie de contracara escénica de Cerati -a quien no se privó de parodiar con Cuando pase el temblor-, una especie de novio incorrecto, impresentable para cualquier suegra.
Bastón en mano o fumando cigarrillo (¡un Lanata crooner!), con frases del tenor de “me estoy dejando las tetas” o insultando, con su desgano a flor de piel, y con un humor que de tan irónico se vuelve ácido: allí está Vicentico cerrando el año en el Luna Park.
Cuando arranca con Vamos, un tema fácil y tranquilo, flota la sensación de cómo le gusta jugar con la música, con las melodías -y con su personaje-, con las canciones simples de su disco solista, aptas todo público, entendibles, coreables.
El recorrido abarca el cover de Algo contigo, la increíble Todo está inundado y la onda arabesca de Bajando la calle, apoyado en la base percusiva que se encolumna detrás de Dany Buira.
Entre tema y tema, entabla diálogos imposibles con el público: si le piden Yo no me sentaría en tu mesa dice que no se acuerda. Y hasta bromea e imita el cover que hizo Ricky Martin de Matador.
Cuando alguien grita “Los Fabulosos Cadillacs” él responde que “no hay que dejar expresar a las masas”.
Pero es evidente que Los Cadillacs aparecen: con el recuerdo fresco de la banda, temas como Saco azul, Demasiada presión, Vasos vacíos, Carnaval toda la vida tienen en vivo el calor de una nostalgia no tan lejana. Hits casi ineludibles para Vicentico.
Sin embargo, cuando toca una despojada versión de Gallo Rojo o cuando cierra con la desnuda reversión de Yo no me sentaría en tu mesa (sí, finalmente la hizo), vuelve a poner en claro que por debajo de todo este juego, tiene una gran voz.
Y sobre todo la gran capacidad para hacer lo que quiere en escena. Muy buenas canciones lo apañan.