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Un lujo

  • Guillermo Esteban Pintos
  • 20 febrero, 2001

Para delicia de los diez mil presentes, Luis Alberto Spinetta volvió a la escena con todo el brillo de su historia en una nueva fecha del ciclo de conciertos gratuitos «Argentina en vivo» promovido por la Secretaría de Cultura de la Nación.

Para delicia de los diez mil presentes, Luis Alberto Spinetta volvió a la escena con todo el brillo de su historia en una nueva fecha del ciclo de conciertos gratuitos «Argentina en vivo» promovido por la Secretaría de Cultura de la Nación. Ocurrió en el Anfiteatro Chacho Santa Cruz de San Rafael, Mendoza, en un programa que Spinetta compartió nada menos que con Gustavo Cerati, otra de las notables figuras del rock argentino de las últimas décadas. Según el comentario de Esteban Pintos, enviado especial del diario Página/12 al concierto, fueron «dos notables shows de música refinada, confortable y emotiva, nunca complaciente y mucho menos liviana». La nota completa de este periodista permite un buen acercamiento a este concierto que lamentablemente no se podrá ver completo por Canal 7 porque Spinetta, ya se sabe, no va con la TV…

Empezó muy bien y terminó mejor. El doble programa de una cálida noche de febrero en el sur mendocino -con permanente amenaza de lluvia, nunca concretada- cumplió e incluso superó las expectativas: a su tiempo y con sus particulares (y exclusivas) características artísticas expuestas a pleno, Gustavo Cerati y Luis Alberto Spinetta dieron dos notables shows de música refinada, confortable y emotiva, nunca complaciente y mucho menos liviana. Unas 10.000 personas estuvieron ahí para comprobarlo, en el sencillo pero cómodo anfiteatro de la ciudad autotitulada «el corazón de Mendoza». A primera hora, todavía con el sol alumbrando, Cerati reinventó su historia solista y también se reinventó a sí mismo, una vez más. Después, tarde en la noche, Spinetta dio cátedra con una renovada formación y demostró que, si es que alguna vez se había ido de todo en estos últimos dos (para él) traumáticos años, ya volvió. El doble programa que presentó esta vez el ciclo itinerante de recitales gratuitos Argentina en vivo 2 era evidentemente el más prometedor de todos los anunciados en su ecléctica programación. Pues bien, la promesa se hizo realidad: en cuatro horas de música para soñar, pensar, moverse y emocionarse, se condensaron décadas de legítima búsqueda artística en dos hombres cuyo lugar de bronce en una respetable historia -la del rock argentino- está garantizado. Aun a pesar de ellos mismos, seguramente.

Ya se ha echado mano a la conexión Spinetta-Cerati para tratar de explicar una tradición de canción con aspiraciones melódico-poéticas de altura, una de las marcas distintivas de la música popular argentina encuadrada bajo el rótulo «rock», tal como puede entendérsela y escucharla desde 1965 en adelante. Hay un hilo conductor que desde Almendra conduce hacia Soda Stereo, viajando en el tiempo y espacio, atravesando años de compleja realidad y estados culturales en un país siempre dispuesto al asombro. Y aunque ambos artistas naveguen contra la corriente de la sacralización de su obra, o incluso den a entender que reniegan de ella cuando ponen en riesgo su propia invención, el ADN beatle que los distinguió por siempre resiste. Si Cerati está deslumbrado por la ciencia y juega con en el laboratorio electrónico, o Spinetta endurece su música para plantarse ante una realidad estimulante (o insoportable, también), nada cambia. Sus canciones siguen vivas: un material maleable pero indestructible. En verdad, se trata de dos artistas que han marcado épocas, y que se mantienen vivos -con un pasado ciertamente glorioso a cuestas-, haciendo y deshaciendo sobre su propia creación, buscando límites que superar. Siendo artistas y no haciendo de.

En la noche del jueves y aún sin cumplir una expectativa de máxima, casi utópica, de organizadores, prensa y público (esto es: un encuentro sobre el escenario, la foto que no existe), los dos hicieron lo suyo con sobriedad, buen gusto y calidad de cracks. Lo son. Gustavo Cerati es un cuarentón eternamente joven, intrépido buscador de nuevos horizontes y con la suficiente lucidez como para siempre estar ubicado en el lugar correcto y en el momento indicado. Su aura de padrino alternativo lo mantiene vivo como para rodearse de una joven banda de músicos en ascenso -su ahijado Leo García, Fernando Nalé, Martín Carrizo- y siempre sintonizar con una estética y un sonido que parece listo a suceder mañana, pero ante todo está su respetable palmarés de compositor. Por eso puede permitirse apenas sobrevolar sus años de gloria pop con Soda Stereo (cuatro canciones, ningún hit de aquellos) y sí revisitar su obra solista, nutriéndose del tal vez injustamente menospreciado debut solista Amor amarillo y combinarlo con las recientes canciones de Bocanada, para completar un set compacto que alimenta con apariciones fugaces, pero bien decisivas de sus proyectos paralelos junto a Daniel Melero (sonó, impecable, «Hoy ya no soyyo» de Colores santos) y Flavio Etcheto («Tripulante», de Ocio, sirvió de introducción para «Final caja negra»).

En realidad, este show sucedió en un claro momento de transición para él. En plena preparación de un nuevo disco que editará antes de mitad de año, rearmó su banda para una serie de recitales (uno en Pinamar hace dos semanas, y éste) y tuvo el buen tino de rediseñar su acto a partir de una vuelta de tuerca sobre el repertorio de sus últimos shows del año pasado. El dato de la reconversión de «Verbo carne» -grandilocuente en su arreglo orquestal en la versión de estudio, sobreactuada en vivo al momento de su presentación-, con la que abrió su performance, resulta decisivo. La canción sigue teniendo su carga dramática intacta, tanto como un delicado desarrollo melódico, pero mutó hacia la oscuridad y cierto tono marcial propio de la distorsión guitarrera incorporada, que le sentó muy bien. Ese fue el clima que imperó a lo largo de las 17 canciones: más guitarras, menos clima de jam electrónico, aunque el material de Bocanada indique lo contrario. Cuando la festejada «Paseo inmoral», tal vez la gran canción para gusto popular de su período solista, echó a rodar y la banda se liberó de cierto manierismo que a veces la invade -la placidez entreabre la puerta de un tibio sopor, debe decirse-, Cerati dejó soltó al guitarrista rocker que lleva dentro y levantó al auditorio. Glam rock del siglo XXI, una letra sugerente y la sentencia «moviéndome lentamente» que se queda grabada, por sobre el galope elegante de una banda en combustión. Un bello y movilizador falso final. A la vuelta, entregaron la novedad incunable de la noche: «Final caja negra» en otro tiempo y formato instrumental, siempre atractiva, que resumió a su manera la cruza de gustos, caprichos e inspiraciones delartista. De la intro ambient-Ocio al desarrollo de la canción-Soda, en versión 2001 con partes iguales de máquinas y tracción a sangre. Todo un símbolo.

Mientras todo esto sucedía, el otro crack de la noche permanecía en su hotel de las afueras de la ciudad. Llegó cerca de las 23 al anfiteatro y casi inmediatamente salió al ruedo. La multitud permanecía como esperando una aparición: en cierto modo, la figura de Spinetta inspira ese respeto y veneración. Es popular sin tener que renovar con cada disco su stock de hits, simplemente porque no lo necesita: en el interior, inclusive, su público fiel y erudito se reduce notablemente con respecto al que tiene en Buenos Aires, pero aun así provoca una especial atención -mezcla de admiración y asombro- tanto en jóvenes de quince años como en sus congéneres de mediana edad. Spinetta acredita una imperecedera colección de canciones a lo largo de treinta años de carrera que lo hacen un ejemplar único, casi en extinción, de artista total. Ha superado los cincuenta, es abuelo y sobre el escenario se planta como un fiel representante de la especie perenne del rocker misterioso y seductor, eternamente joven. Continúa con el formato de trío con el que llevó su carrera desde la segunda mitad de la década pasada -Daniel Wirtz y el regresado Javier Malosetti- y a eso agrega, en algunos momentos de su show, a Claudio Cardone al piano. Con ellos, cumplió con ésta tres actuaciones hasta el momento, en lo que puede interpretarse como la presentación en sociedad de Los ojos. Su último disco, un disco de abandono y duelo, con canciones que perdieron filo y ganaron complejidad con respecto a la última cosecha de los Socios, pero conservando ese sabor único de la creación spinettiana.

Al igual que Cerati, también este hombre está en tránsito hacia un nuevo disco y así se permite combinar, entre recreaciones de canciones indestructibles como «Ana no duerme», «Me gusta ese tajo», «Los libros de la buena memoria» y «Despiértate nena», muestras del pasado y el porvenir. Con un delicado balance entre sutileza instrumental y explosión eléctrica, Spinetta imantó un anfiteatro que, sobre la medianoche, lucía ya algunos claros. Aun así, una cálida y respetuosa audiencia -para nada problemática, poniendo en ridículo un exagerado despliegue policial- permaneció escuchando y aplaudiendo, en ese orden. El segmento medio del show, cubierto por los estrenos «Llama y verás» y «El mar de llanto», en total unos veintipico de minutos de pura belleza, elevaron notablemente el nivel de por sí alto de una actuación inolvidable. Ambas canciones, que permiten pensar en un gran disco por llegar al público en los próximos meses, navegan en aguas territoriales del rock, el pop, el jazz y cierto aire soul, con exquisito gusto en los arreglos y un plácido desarrollo instrumental. Mientras el cielo se iluminaba con relámpagos, y una tranquila multitud escuchaba, cuatro músicos hacían más única una noche de por sí única. Spinetta está de vuelta. Y es una buena noticia.

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