Horacio Fontova y el bajista José Ríos presentaron «Fontovarios», con algunos clásicos y toques de folclore. La crónica de Mauro Apicella, para La Nación.
La música que se escuchaba de fondo no era la habitual para animar los minutos previos a un recital. De lo que parecía el audio de un documental de Animal Planet surgía el canto de pájaros que se fundía con el de insectos y alimañas de toda especie. Cada cinco minutos una voz en portugués ofrecía breves relatos de las escenas y acercaba algunos misterios de la fauna y la flora.
La idea era, cuanto menos, exótica; sólo faltaba imaginar la región amazónica o el Pantanal de Mato Grosso entre las butacas y el escenario. Porque si el que convoca es Horacio Fontova, antes y durante la presentación, cualquier cosa puede suceder.
Más allá de las aproximaciones al Brasil profundo, «Fontovarios» es, inicialmente, el resultado de la labor que Fontova lleva adelante junto al bajista José Ríos; una especie de inventario musical y humorístico que el Negro viene puliendo desde el último año y que representa, con la actuación del fin se semana, el paso previo a la publicación de su próximo álbum.
Con cierto aire colegial -pantalones grises, camisas y corbatas apenas asomadas por los suéteres escote en «v»- y una lista de más de 25 temas, Horacio y su socio saltaron con gran facilidad de una historia amorosa gay en los tiempos del rey Arturo a secuencias mafiosas en los años de la ley seca, y de allí, a los problemas de una bailarina árabe, o a «Los hermanos pinzones», en ocasiones con el sutil aporte en clarinete de Daniel Melingo.
La atracción del folklore
También sin mayor esfuerzo Fontova condujo el show hacia el folklore argentino, por el que se muestra cada vez más atraído después de fugaces incursiones, hace más de una década. La «Zamba de la toldería» (junto a Liliana Herrero), «La nochera» y «Vamos a la zafra» tuvieron nuevos colores gracias a leves licencias armónicas y el gran oficio del cantante para adentrarse con su voz en ese terreno tan poco habitual en su carrera. Además, para cerrar el bloque más telúrico de la noche, Herrero le regaló a modo de yapa su interpretación a capella de la bellísima vidala de Rolando Valladares «Subo, subo».
Los invitados y el vasto repertorio de historias y ritmos fueron buenos matices para los dichos de Fontova previos a cada tema. Porque sus constantes juegos de nombres y apellidos para dar con una connotación escatológica perdieron efectividad por la repetición. Otro de sus recursos fue la apelación a personajes retratados en archivos policiales: el Gordo Valor, la Garza Sosa y Barreda (el odontólogo platense, a quien le dedicó un tema). Aunque festejados por una parte del público, pusieron una cuota de anacronismo.
Distinto fue el caso de algunas canciones que él mismo compuso hace casi veinte años y que hoy recobran fuerza: «Me tenés podrido» o «Sacá la mano de la lata», en versión de milonga, menos festiva que la original, pero mucho más certera para subrayar el peso de sus palabras. En tónicas cercanas sonaron otras más recientes; una que dedica a los Estados Unidos («Famélica un día vas a estar…», pronostica), la canción de cuna «Nochebuena en Kabul», la irónica «Los argentinos», la explícita «Luna lunera» («yo no sé lo que hago con esta escopeta persiguiendo a alguien que no puedo hallar», dice al final).
Fontova tiene talento para alternar en un mismo personaje dos facetas que lo caracterizan. Por eso jugó, según su costumbre, entre el lenguaje soez de remates disparatados y las frases ácidas y punzantes que siempre consigue traslucir a partir del humor.