El grupo de thrash volvió a la Argentina después de casi diez años, en el primer show de su gira sudamericana. Lecciones de profesionalismo thrash. Fotos de Lucas de Quesada.
«Están un poco más feos que la última vez», bromea Bobby Blitz. Y desafía: «¿Quieren más metal? Entonces vengan a buscarlo». Acto seguido, Overkill arremete con “Goddamn trouble”, justo en la mitad del concierto. Y sí, puede que estemos menos lindos que en su última visita: al fin y al cabo pasaron casi nueve años, algo que Blitz remarca durante todo el show.
¿Por qué el vocalista sabe que estamos más feos? Porque mira mucho a la audiencia. Cuando no le toca cantar, va detrás de los amplificadores y observa al público, mientras toma varias botellas de Stella Artois. Es casi como si Bobby no sospechara que, en efecto, todos lo están viendo y que no está oculto bajo la sombra de ningún equipo.
El mismo comportamiento sigue David Linsk, que lastimosamente tiene problemas con su guitarra en dos canciones (“Only you” y “Elimination”) y se refugia detrás de los cabezales del bajo. Mientras, un técnico lucha con los nervios del primer show de la gira.
Pero la banda lo afronta de la manera más profesional: tanto el bajista D.D. Verni como el violero Derek Tailer hacen como si nada pasara y tratan de distraer a las 700 personas que hay en El Teatro de Flores.
Aunque, a veces, lo malo se transforma en bueno. Acto seguido, el baterista Jason Bittner (la última incorporación) improvisa un solo de batería y los tres se unen en una jam con aires jazzeros. Una canción antes, el drum tech había tenido que cambiar intempestivamente un repuesto del hihat, pero eso sí que había pasado desapercibido.
Este profesionalismo es una de las cosas que destacan a Overkill de las otras bandas de thrash. A eso hay que sumarle una seguidilla de 19 discos de estudio y las ganas evidentes de comerse el escenario, aún después de 40 años de carrera. Es cierto que nosotros estamos más feos. Ellos, en cambio, son cada vez más buenos. Y así vale la pena esperar casi una década.
Fotos: Lucas de Quesada