Comentario del show en la Trastienda, a cargo de Mauro Apicella, para el diario La Nación.
Una manera de volver al barrio, ya en la madurez, para encontrarse con aquellas cosas. Palabras más, palabras menos, ésta fue la sensación del saxofonista Bernardo Baraj al verse sobre el escenario junto al resto de sus compañeros del grupo Alma y Vida.
Esa vuelta al barrio se hizo, por supuesto, con los temas más recordados del grupo y un estreno, «1º de diciembre». Una pieza instrumental recientemente compuesta que invita a pensar en la posibilidad de que la banda continúe unida, luego de estos recitales y del CD que publicarán con las grabaciones de los conciertos.
Pero lo cierto es que, a pesar del deseo, el grupo se reunió especialmente para esta única serie de shows que comenzó el viernes con «Don Quijote de barba y gabán», cuando el sonido de la consola no estaba del todo ajustado y los músicos todavía no se sentían cómodos sobre el escenario. Afortunadamente, no les llevó demasiado tiempo encontrarse íntimamente con sus mejores canciones y con el público de su generación, cómplice en todo momento de este reencuentro.
De ahí en adelante, Alma y Vida dio un recital potente y con un sonido refrescado por instrumentos actuales. Sin embargo, nunca se apartó de la estética inicial que lo transformó en un grupo original; aquel que contaba con una dupla poco habitual de saxo y trompeta, con un equilibrado manejo de la dinámica y de los cambios rítmicos, y estructuras musicales que propiciaban solos nutridos por diversos estilos para condimentar una propuesta que estuvo integrada al mundillo del rock nacional de los setenta.
Dentro de una lista de no más de quince canciones figuraron las baladas bien añejadas, como «Un hombre más», «Siempre el ocaso» y «Mujer gracias por tu llanto»; luego, «Me siento dueño del mundo», con alto voltaje rockero, y otros como «Para mí no hay jaula», «La gran sociedad» y «Pintaré de poemas la ciudad», donde se deslizaron cadencias soul. Hasta el estreno instrumental reflejó el espíritu de la banda. Se trata de una pieza desarrollada en terrenos de la fusión, protagonizada por los vientos.
Además de los instrumentos, que sólo con pulsarlos acercan los temas hacia el año 2000, el grupo cambió algunas versiones. «Salven a Sebastián», por ejemplo, que arrancó sólo con teclados y la voz de Mellino con giros muy bluseros hasta convertirse en un furioso hard rock. La propuesta también creció con el trabajo solista de Baraj, siempre prolijo, y de Barrueco, que llenó su guitarra de recursos técnicos e ideas, aunque no siempre logró la fluidez necesaria para conectarlos.
Pero más allá de estos aportes, no era una noche para los estrenos ni para embarcarse en nuevos atrevimientos musicales. Quizá por eso la nostalgia invadió rápidamente los corazones de los que estaban arriba y abajo del escenario. «Los melancólicos tomen la pastilla para la presión», bromeó el cantante (en uno de sus extensos monólogos) para anunciar los hits elegidos para el cierre del concierto: «Del gemido de un gorrión» y «Hoy te queremos cantar».
Con estos temas el combo culminó la primera noche del regreso. Un final obvio, pero que se adapta perfectamente a una reflexión de Mellino: «No volvimos para demostrar nada ni para vengarnos de nadie. Simplemente volvimos».