Noche de fiesta en Obras. Noche de música, color y poesía, en estos tiempos difíciles en los que se regatea el sentimiento, y el arte se reduce a la simple ecuación de ser o no rentable, un espectáculo como el que protagonizaron Gilberto Gil y Charly García ayuda a seguir creyendo, a seguir gozando de la música, de sus palabras y sus sonidos.
Un concierto cancelado y otro a medio llenar hablan de una crisis que, finalmente, se abate sobre el espectáculo local obedeciendo a una lógica —lamentable— inexorable. Pero las consideraciones son otras, no podemos detenernos a rastrear los motivos por los cuales hubo mucha gente que tuvo que privarse de esas horas de fiesta. Gilberto Gil y García formaron una buena combinación. Ambos coincidieron en identidades musicales e iguales luchas. Ellos, cada uno en su país, representan un determinado tipo de compositor e intérprete profundamente comprometido con su arte y su realidad. Todo funcionó naturalmente, cada uno hizo lo suyo poniendo lo máximo de su talento al servicio de un espectáculo conjunto.
Gilberto Gil es un compositor noble, simple en su decir y profundo en su contenido. Su música tiene la carga emocional de los ritmos telúricos de su país, a los que inteligentemente agregó un sonido típicamente estadounidense, con una inclinación funky en la que brota constantemente la devastadora rítmica brasileña. Su show fue un ejemplo de profesionalismo y entrega, desde el primer músico hasta la última lámpara de iluminación, todo constituyó un bloque contundente para dejar su mensaje, a veces intimista, a veces explosivo. Cantando con su conocida entonación y apelando constantemente al uso de monosílabos, Gil se mostró como un showman consumado que en ningún momento descuidó la comunicación con el público. No falló ninguna de sus mejores canciones: las eléctricas y rítmicas «Realce», «Ela», «Saraa-miolo», «Marina»; y las versiones acústicas, intimistas de «Superhombre-una canción», «Toda muchacha bahiana» y «No llores más».
Charly García, acompañado de Pedro Amar, realizó un show cálido, nítidamente emocional, donde desfilaron algunas de sus mejores obras —ya atemporales—. «No te dejes desanimar» (de la época de la Máquina), «Inconsciente colectivo», «Rasguña las piedras», «Desarma y sangra», y un muy buen tema del próximo álbum constituyeron un collage que, lejos de constituir una nostalgia alienante, se tansformó en una fugaz visita a la inocencia del pasado.
Charly García y Gilberto Gil protagonizaron uno de los mejores espectáculos que se han visto en Buenos Aires en lo que va de esta temporada. En estos tiempos de futuro incierto, no es algo para desdeñar.