«Que no se apaguen las bombitas amarillas», dice la murga-camión de Jaime Roos, refiriéndose a esas lamparitas que lucen, modestas pero bellísimas, sobre los escenarios de los tablados de carnaval montevideanos. Esas mismas bombitas, pero amarillas, rojas y azules son las que iluminan el original acordeón-booklet (¿?) que trae «Me mata la vida», el disco que pone otra vez en la pista a La Portuaria, claramente el mayor logro artístico de Diego Frenkel en toda su carrera. En esa sintonía de aire popular y festivo, este álbum grabado y mezclado en la primavera pasada, presenta algo así como un paneo por las músicas folklóricas que más seducen a Frenkel, ritmos de aquí y de allá, y todo presentado con el touch del rock. Si apareciese un oyente nuevo, sin registro anterior de la banda, no dudaría en proclamar a La Portuaria como un típico grupo de world music. Para confirmarlo por si fuera necesario, hasta hay allí un tema, Ojos color del tiempo en dos versiones, una de las cuales está cantada en mapuche por Beatriz Pichi Malen, una talentosa artista argentina descendiente de esa etnia aborigen sureña.
En esta nueva versión de La Portuaria, Frenkel presenta como principal socio del emprendimiento al tecladista y acordeonista Sebastián Schanchtel, responsable de buena parte del aire que circula por los 15 temas del disco, y casi lógicamente co-responsable, junto a Frenkel, de la producción artística.
Si esta nueva etapa del grupo se ve coronada por el éxito, ese intangible que a veces viene y otra no, ya se verá; por lo pronto está seguro que este regreso de La Portuaria está bien justificado con una música fresca, directa, sugerente y bien tocada. En ninguna circunstancia eso es poco.