La Pequeña Orquesta Reincidentes presentó en Rosario su último disco «Miguita de pan».
A las 22 horas de un lunes 24 de mayo que parecía sábado, el teatro Lavardén estaba colmado por un público disímil. Un pibe punk al lado de un señor de camisa, niños, un grupo de actores, jóvenes diversos provenientes de distintos ámbitos, adultos, familias, muchos músicos.
La Pequeña Orquesta Reincidentes volvió una vez más a presentar su último disco «Miguita de pan» en Rosario, producido independientemente por la misma banda como todos sus discos, e intercalando temas anteriores para hacer un recorrido por su historia. Pero esta vez el ámbito del teatro Lavardén produce un clima distinto, especial, íntimo, acompañado de una acústica impecable.
La banda aparece sobre las tablas, tomando en sus manos algunos de los instrumentos que reposan ordenadamente sobre el escenario. A pesar de ser tantos los instrumentos, la banda se compone solamente por cinco personas, multi-instrumentistas.
Rodrigo Guerra toma un contrabajo eléctrico de puntal quilométrico, pero por él esperan también una tuba y un serrucho, entre los que alterna su voz. Guillermo Pesoa acompaña con su teclado, después lo hará con el acordeón, el banjo, o también su voz. Juan Pablo Fernández lleva la voz del tema acompañado por su guitarra, pero más tarde también será el turno del banjo, y de los coros. Santiago Pedroncini ejecuta el banjo, el cual alterna con guitarra, mandolina, trompeta, y acordeón. Y Alejo Vintrob, tras una nutrida batería, a la que suma percusión y coros. El tema que abre la noche es «Siete suelas», primer corte de «Miguita de pan».
Los instrumentos de rotan al finalizar cada tema, en azules que parecen detener por unos instantes el tiempo, el cual vuelve a correr con la primer nota que suena en el aire.
Una base sólida, potente, a cargo del virtuoso contrabajista Guerra, el cual sabe en que momento preciso utilizar su instrumento como percusivo; del teclado de Pesoa que teje hilos entre los sonidos; y la batería de Vintrob, a la cual agrega extraños elementos de los cuales logra sonidos insólitos. Las gargantas se alternan, y las guitarras de Pedroncini y Fernández, o el acordeón de Pesoa bailan las primeras voces de los temas.
Pequeña Orquesta Reincidentes es un conjunto de buscadores del sonido. Exploran en el aire, en elementos olvidados, en instrumentos atípicos, el sonido que describe y dibuja aquellas imágenes que colorean la poesía de sus palabras.
El baterista utiliza una rueda de bicicleta, la cual hace girar y rozar contra un platillo. Después toma un instrumento metálico el cual golpea con palillos o acaricia con el arco de un violín. El contrabajista golpea las cuerdas o la madera, al estilo de los tangueros, o frota el arco tras el puente, sacando un sonido sucio que impregna de color y carácter al tema.
En la canción «Liso», cuando la voz de Guillermo hace un silencio («afuera juegan las miradas de los que se van, los caminantes de la noche no se llevan bien…»), el arco del contrabajo pasa por las cuerdas y los graves llenan los huecos del pecho, hacen vibrar el alma de cada uno de los presentes, los que devuelven el sonido con un gruñido imperceptible de sus gargantas, terminando de componer la resonancia total. Y cuando vibra la cuerda del alma, es probable que los ojos se cierren, o incluso algunos dejen escapar su sal. Mientras, el banjo arpegia dulcemente junto al piano.
Más tarde llega el turno de «Miguita de pan». Empieza suave y tímido, una guitarra esboza la melodía mientras otra con slide acompaña con algunas notas. Se va sumando el piano… se animan más, se agrega el contrabajo. Aparece la batería. El contrabajo solea, con un arco que da la duración y vibrato suficiente a cada nota como para acercarnos al vértigo. Intensifican el volumen. Aparece la palabra: «Miguita de pan, tomáte el vino que se derramó en el descuido. Y contáme de todo lo que como vos, se derrumbó…».
Llega «De donde mella más», con el serrucho de increíble precisión, banjo soleando, y una batería delicada que va construyendo por detrás. Le siguen «El pasito», tema instrumental con aires de música griega, «Miedo a la oscuridad» con influencias de Kusturika, con la aparición de la tuba, y una sección de vientos a cargo de rosarinos: saxo tenor, trombón y trompeta. Con «Tren blanco» también acompañan los vientos.
Además de los temas de este último disco, nos pasean por varios de placas anteriores, como «Negro» («el agua no limpia esas manos… Negro sacáme esta gente de casa… Negro llenaste las ollas de miedo… Negro no metas los pibes en esto. ¿Acaso no ves? Mis ojos cansados, mi boca a las siete, que joven se vuelve al verte partir»), o «Mi suerte» («el que quiera guardar un secreto que aprenda a mentir…») con el particular acompañamiento de una mandolina ejecutada con arco.
Terminaron con «Gallo rojo, gallo negro». Las patas crispadas quedaron tensionando los aplausos, que no murieron hasta hacerlos volver al escenario. Después de tocar un par de temas más, eran tales los aplausos y aclamaciones del público que los músicos de la banda, acompañados por la sección de vientos, hicieron un tema acústico al borde del escenario. Como eso parecía no alcanzar aún, y el entusiasmo era muto tanto de parte del público como de los músicos, bajaron del escenario y siguieron tocando alrededor de la gente, saliendo al hall del teatro, subiendo las escaleras, y finalizando después de varios temas entre las butacas del primer piso. La sorpresa y alegría del público acompañó en palmas y ovaciones continuas, dando un cierre atípico al recital alrededor de las 12 de la noche.
Pequeña Orquesta Reincidentes: pintando la vida en historias, con letras intensas, construyendo algo real y transformándolo en etéreo a través de un emocionante tejido de sonidos.