Patricio Rey, el fenómeno del año. Dueños del año de punta a punta, Los Redondos reventaron todo lugar donde se presentaron. Y Obras no fue la excepción; con un lleno absoluto Patricio Rey animó la gran fiesta de las bandas. Definitivamente triunfaron, algo que no pueden alcanzar sus detractores.
Hay un tipo con una remera donde puede leerse que «Luca lives in me». Hay una chica que pasa de mano en mano y de boca en boca como si fuera una botella de cerveza. Hay un mendocino llamado Diego que se vino desde tan lejos para verlos. Hay una belleza rubia de Barrio Norte que canta todos y cada uno de los temas apenas moviendo la boca, buscando un rincón para escaparle a la transpiración de un mecánico de Quilmes que salta, salta, salta y no para de saltar.
A saltar que se acaba el el mundo. «El que no salta es un ska», aúlla. Más tarde, enseguida, todas las diferencias de raza, sexo, credo y clase social se unifican una sola idea a la hora de proponer orificios anatómicos donde colocar el indulto, paredones para militares y destinos para los Bunge y Born.
De tales materiales está conformado este vasto ejército que no vacila en marchar junto a un nombre que no tiene cara pero sí música: el señor Patricio Rey. Y ahí arriba está su gabinete en plena sesión. Los Redonditos de Ricota, que le dicen. Fenómeno singular aparentemente inexplicable, condición que se presenta a lo largo y ancho de todos los «fenómenos inexplicables» que supimos conseguir. Conviene aclarar aquí que no supimos conseguir muchos.
Hacía mucho que no veía a Patricio & Co. Desde «Gulp!» en Paladium, sin ir más lejos. Debo explicar aquí que fueron muchas las veces que intenté ir a verlos. Pero la pasión de sus habituales seguidores siempre dejó afuera al infiel que venía a ser yo. Me llegaban eso sí, innumerables anécdotas y leyendas a medida que el culto crecía. Por eso, yo fui uno de los que se puso contento cuando me enteré que iban a tocar en el territorio conocido de Obras. Después, enseguida, me enteré que ésto equivalía a blasfemia y anatema para algunos de sus más conspicuos seguidores.
No llego a entender muy bien el por qué de esto. Me imagino que sus razones tendrán. Lo cierto -más allá del mito- es que en Obras estalló Patricio con sus modales de bomba cordial y sus salmos confundidos con uno de los pocos sonidos que, sí, se pueden calificar como argentinos con todo lo que esto implica. Skay y el Indio no tienen nada que envidiarle a las grandes duplas del rock universal, me parece. No estoy hablando aquí de calidad (concepto ambiguo) sino de pasión (sentimiento infalsificable). Hacía calor, era sábado a la noche y los cuerpos y los corazones bombeaban ricota. Había ricota para tirar al techo, me consta. Por un momento parecía otro país, u otra época de este país. «Una mezcla del optimismo del ’73 con el descreimiento de esta década que se acaba», quizo apuntar alguien por entre el cielo y el infierno de Obras. La pose de teorizador le duró poco, claro. A los pocos segundos saltaba como un poseído resignando su teoría a algún sociólogo que tal vez llegue algún día. Tal vez no.
Mientras tanto, antes del tiempo de las explicaciones racionales y del esclarecimiento del enigma, sepamos disfrutar del misterio con la tranquilidad que nos da el comprobar que, después de todo, Cristobal Colón tenía razón.
Rodrigo Fresán