Llega una nueva edición del festival porteño de cine independiente, en el que año tras año se pueden ver varios títulos dedicados al rock y a la música. Será del 1 al 13 de abril y acá seleccionamos algunas películas que valen la pena. La programación completa y las entradas se consiguen en la web del Festival.
Pavements
Dirigido por Alex Ross Perry, el film combina archivo, ficción y música en un retrato poco convencional de Pavement.
¿Qué pasa cuando una banda que definió el sonido indie de los años 90 regresa a los escenarios y un director con una mirada nada ortodoxa decide capturarlo? “Pavements”, el nuevo largometraje de Alex Ross Perry, se propone responder a esa pregunta con una propuesta que, fiel al espíritu de la banda, esquiva toda convención.
Estrenada en el Festival de Venecia en 2024, la película parte del regreso de Pavement a los escenarios en 2022 para construir un relato que mezcla géneros, texturas y capas narrativas. Perry, uno de los nombres más personales del cine independiente estadounidense actual, intercala material de archivo, grabaciones de ensayos, imágenes detrás de escena y escenas ficcionadas sobre el rodaje de una película inexistente titulada Range Life —como uno de los clásicos del grupo—. El resultado es una suerte de metapelícula: un documental con forma de musical, de biopic apócrifa y de exposición de museo, todo al mismo tiempo.
Lejos de buscar la hagiografía o el homenaje solemne, “Pavements” funciona como un espejo de la música de la banda: sarcástica, experimental, imprevisible y cargada de una extraña sensibilidad. El montaje, clave en el enfoque de Perry, permite que las distintas piezas encajen sin necesidad de seguir una lógica lineal. Como sucede con muchos de los discos de Pavement, el placer aparece en los detalles, en la manera de bordear la ironía y la emoción sin caer en la fórmula.
Para Alex Ross Perry, conocido por películas como Listen Up Philip o Her Smell, el trabajo sobre el lenguaje cinematográfico siempre fue una constante. En Pavements, esa exploración llega a un nuevo nivel. El film no busca explicar la historia del grupo ni enumerar sus logros. Prefiere hacer algo más interesante: capturar el caos creativo y el encanto elusivo de una banda que nunca se dejó encasillar.
Glastonbury
Dirigido por Julien Temple, el documental recorre la historia del festival más longevo del planeta a través de cinco décadas de música, barro y locura colectiva.
Glastonbury no es solo un festival. Es un fenómeno cultural que nació en 1970, mucho antes de que los megafestivales fueran moneda corriente, y que sigue vigente medio siglo después como una de las citas musicales más importantes del planeta. Esa experiencia única, caótica y gloriosa al mismo tiempo, es la que intenta capturar Glastonbury, el documental dirigido por Julien Temple que se aleja del formato tradicional de película de conciertos para ofrecer una mirada total y caleidoscópica del evento.
Lejos de centrarse en un solo año, el film recorre más de tres décadas de historia a partir de registros propios, imágenes de archivo, grabaciones caseras y material profesional. Hay fragmentos de shows, entrevistas, testimonios de fans, organizadores, trabajadores, vecinos, autoridades e incluso infiltrados. Temple, reconocido por sus documentales sobre el punk británico y videoclips emblemáticos de los años 80, le imprime a la película un montaje vertiginoso que no se detiene demasiado en una canción o artista, sino que prefiere reflejar el espíritu general del festival.
Entre los muchos momentos musicales que desfilan por la pantalla hay escenas de Nick Cave and the Bad Seeds interpretando “Red Right Hand”, Pulp haciendo “Common People” y Björk con “Human Behavior”. También aparecen Radiohead, aunque no se escuchan canciones completas: la película no intenta replicar un set en vivo sino más bien transmitir el vértigo del recorrido entre escenarios, los contrastes estilísticos y el caos amable de miles de personas conviviendo durante días entre el barro, la música y la intensidad sensorial.
El film tampoco evita mostrar las otras caras del evento: hippies alucinados, punks borrachos, ravers en éxtasis, nudistas sueltos y hasta carteles que ruegan no defecar entre los arbustos. Esa honestidad, sumada a una banda sonora tan ecléctica como el festival mismo (Toots and the Maytals, Melanie, Terry Reid, Coldplay), convierte a Glastonbury en una experiencia inmersiva, incómoda y fascinante.
Como sugiere uno de los textos promocionales, esta película es lo más cerca que ha estado jamás el cine de capturar la verdadera esencia de un festival. No es perfecta, no es limpia, no es predecible. Pero sí es Glasto, man.
Gorillaz: Reject False Icons
Dirigida por Denholm Hewlett, la película documenta tres años clave en la historia del proyecto creado por Damon Albarn y Jamie Hewlett, incluyendo los discos Humanz y The Now Now, y su gira mundial más ambiciosa.
En Gorillaz: Reject False Icons, el mundo virtual y el real se funden en una experiencia cinematográfica inmersiva que revela el detrás de escena de una de las bandas más influyentes y singulares de las últimas décadas. Dirigida por Denholm Hewlett –hijo de Jamie Hewlett, el artista visual que cocreó Gorillaz junto a Damon Albarn–, la película acompaña al grupo a lo largo de tres años intensos de actividad, creatividad y viajes alrededor del planeta.
El film recorre el proceso creativo de los aclamados discos Humanz (2017) y The Now Now (2018), y se adentra en las sesiones de grabación, ensayos, camarines y escenarios de una gira internacional que llevó al colectivo musical por Europa, América del Norte, América del Sur, México y su propio festival Demon Dayz tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos.
Más allá de los shows y el despliegue escénico, la película documenta la intimidad de una banda única, que desde sus orígenes rompió con todos los esquemas: personajes animados en vez de músicos visibles, colaboraciones inesperadas, y una estética visual y sonora que evolucionó disco a disco, abriendo nuevos caminos en el cruce entre música, tecnología e imagen.
Jamie Hewlett describió el film como “la primera experiencia inmersiva en el mundo de Gorillaz y su familia extendida”, una promesa que Reject False Icons cumple al mostrar el funcionamiento interno de un proyecto que nunca dejó de reinventarse.
Desde su irrupción con “Clint Eastwood” –canción que, según contó Albarn, nació del sonido pregrabado «Rock 1» de un órgano Omnichord Suzuki de 1981–, Gorillaz se consolidó como una verdadera usina creativa. Esta película captura ese espíritu de laboratorio permanente y ofrece, por primera vez, un acceso total al universo de los íconos falsos que redefinieron el concepto de banda.
Teenage Superstars
La película documental recorre la escena musical escocesa de los años 80 y 90, cuando bandas como The Jesus and Mary Chain, The Pastels y Teenage Fanclub reescribieron la historia del indie rock con guitarras ruidosas, melodías brillantes y estética DIY.
Ni gaiteros, ni whisky, ni monstruos del lago Ness: para toda una generación, Escocia significó el epicentro del indie rock más vibrante y original del planeta. Ese que surgió en habitaciones desordenadas y salas de estar prestadas, entre adolescentes sin recursos pero con una urgencia expresiva imparable. Teenage Superstars, dirigida por Grant McPhee, documenta con agudeza y emoción esa escena irrepetible, y la eleva al lugar que merece en la historia de la música.
Narrada por Kim Deal y con la participación de referentes como Thurston Moore (Sonic Youth), la película se apoya en entrevistas actuales, grabaciones de archivo y momentos icónicos del under escocés para contar cómo se gestó un movimiento musical que impactó incluso en íconos como Kurt Cobain. Bandas como The Jesus and Mary Chain, The Vaselines, The Pastels, Teenage Fanclub, Primal Scream, Soup Dragons, Shop Assistants y BMX Bandits formaron parte de una oleada sonora que combinó distorsión, dulzura melódica y actitud punk.
El documental es la continuación natural de Big Gold Dream (2015), la obra anterior de McPhee que abordó la era de los sellos independientes Fast Product y Postcard Records. Esta secuela arranca donde aquella terminó: el traslado de Orange Juice a Londres dejó un vacío en la costa oeste de Escocia que fue rápidamente ocupado por una nueva camada de artistas, con Stephen McRobbie (The Pastels) como figura central de una red de bandas unidas más por la amistad y la intuición que por el virtuosismo musical.
La escena que retrata Teenage Superstars nació entre discos de Syd Barrett, girl groups de los 60, flyers artesanales y una visión estética tan lo-fi como provocadora. Los testimonios recuerdan performances caóticas, declaraciones incendiarias (como The Jesus and Mary Chain proclamando que Joy Division eran “una mierda”), arte de tapa deliberadamente “horrible” y una energía contagiosa que cambió las reglas del juego.
En paralelo, el film muestra cómo estos sonidos encontraron eco en el exterior. Cobain, por ejemplo, idolatraba a The Vaselines al punto de invitar a Eugene Kelly al escenario con Nirvana en el Reading Festival. Mientras tanto, BMX Bandits aparecían vestidos como dandis frente a señoras de compras en Glasgow, y Bobby Gillespie se besaba con alguien frente a las cámaras sin perder ni un segundo de su pose punk.
Con una estructura ágil, un montaje efectivo y una sensibilidad particular por los detalles visuales, Teenage Superstars evita caer en los lugares comunes del rockumental. Es una carta de amor a una escena hecha de pasión y precariedad, de ruido y ternura. Un documento imperdible para entender cómo un puñado de adolescentes sin expectativas terminó influyendo a buena parte de la música alternativa de las décadas siguientes.
Oasis: Supersonic
Con material de archivo, imágenes inéditas y declaraciones en off de sus protagonistas, Oasis: Supersonic recorre los primeros tres años de una de las bandas más explosivas de los años 90. Sin maquillajes ni nostalgias innecesarias, el documental revive el ascenso vertiginoso de los hermanos Gallagher desde las calles de Manchester hasta Knebworth Park, el escenario de sus shows más multitudinarios.
Dirigido por Mat Whitecross, Supersonic se sumerge en la vida del grupo británico con una construcción visual notable. Entrevistas con Liam y Noel, grabaciones caseras, animaciones, titulares de prensa, registros de estudio y escenas en vivo se entrelazan sin filtros ni presencias en cámara, dejando que las voces narren por debajo de una avalancha de imágenes que no da respiro. Porque los Gallagher grababan todo. Todo.
El foco está puesto en el primer tramo de la banda: desde su formación y el lanzamiento de Definitely Maybe hasta el doblete de Knebworth en 1996, un evento que reunió a 250 mil personas en dos noches y que selló el reinado de Oasis como la banda más grande del planeta en aquel momento. El documental evita referencias al resto de las bandas de su época, no hay contexto musical general ni repaso por el Britpop. Esto es una historia sobre Oasis, y solo Oasis.
La película retrata con brutal sinceridad los egos, excesos, peleas, frases icónicas y declaraciones misóginas, infantiles y, muchas veces, indefendibles que marcaron a Liam y Noel Gallagher. Dos hermanos conflictivos, provenientes de una infancia difícil –sin padre, con violencia familiar y escasas oportunidades– que encontraron en la música no solo una salida, sino un imperio. “Mi padre despertó el talento en mí a hostias”, dice Noel, en una de las frases más duras del film.
La visión que ofrece Supersonic evita caer en la santificación de sus protagonistas. Por el contrario, los muestra como son: caóticos, arrogantes, adictos a la fama y al descontrol. Pero también talentosos, carismáticos y auténticos. Esa mezcla improbable, esa contradicción permanente entre el deseo de decirlo todo y la torpeza emocional para hacerlo, es la que define a Oasis y la que sostiene el relato del documental.
Entre anécdotas salvajes, declaraciones polémicas y un soundtrack infalible, Supersonic no solo documenta la historia de una banda: captura el último gran momento del rock de estadios antes de la llegada de internet, las redes y la corrección política. Como dice Noel: “Ya no pasa que gente pobre de barrio triunfe sin control. Por eso hoy no hay bandas famosas”.