Repulsiones de la asistencia
a la escoba de tu proclama.
Neurosis de reverencias
a las personas que te aclaman
(que en mis costillas se clavan).
El impuesto de lo impostado
que te cobra el que te ayudó,
hasta el día en que tuvo claro
que buscás tela para tu sillón,
es un silencio torturador.
Y un cartel que es digno de oprobio
donde el barrio suda fulgor,
justifica el carácter obvio
del ajetreo de esta desazón.
Pervertido. Un paladín sin disimulo
de la grela que se limpian en culo
los que pretenden dominar
la efervescencia de este cuartel,
que se ha fundado con el fin de detener
tu voluntad de segregar.
Desfilando en la urgencia ajena
con aires de Gauchito Gil,
va el cachorro de las quimeras,
mascando huesos de vidrio servil.
Se midió la bragueta en ventas,
y el viento no le alcanzó.
Aplausos para la geisha
que se puso en tetas
su verso cabrón.