Golpearon la puerta de la humilde casa.
La voz del cartero muy clara se oyó.
Y el pibe, corriendo con todas sus ansias, al perrito blanco sin querer pisó.
“¡Mamita! ¡Mamita!”, se acercó, gritando.
La madre, extrañada, dejó el piletón.
Y el pibe le dijo, riendo, llorando: “El club me ha mandado hoy la citación. Mamita querida, ganaré dinero. Seré un Maradona, un Rojitas, un Boyé. Dicen los muchachos del oeste argentino que tengo más tiro que el gran Bernabé. Vas a ver qué lindo cuando allá, en la cancha, mis goles aplaudan. Seré un triunfador. Jugaré en la quinta. Después, en primera. Yo sé que me espera la consagración”.
Dormía el muchacho y tuvo, esa noche, el sueño más lindo que pudo tener.
El estadio lleno un glorioso domingo.
Por fin, en primera lo iban a poner.
Faltando un minuto, iban cero a cero.
Tomó la pelota, sereno en su acción.
Gambeteando a todos, enfrentó al arquero y, con fuerte tiro, quebró el marcador.