El pionero del punk criollo acaba de sacar su primer CD solista. Casado y con un hijo, evoca los tiempos de Los Violadores. La entrevista de Miguel Frías, para Clarín.
En un bar de Villa Urquiza, su barrio, Pil Trafa aprieta una servilleta de papel contra sus labios y, una vez que ésta se tiñe de sangre, la arroja con rabia en un cenicero desbordante de bollitos sanguinolentos. ¿Pelea callejera? ¿Autoflagelo a lo Sid Vicious? «Me corté afeitándome con una máquina eléctrica: soy un pelotudo», corrige el líder de Los Violadores, banda punk que nació durante la dictadura y pasó por varias muertes y resurrecciones. A los 45 años, Pil —gorra, aritos, jeans caídos, sin cinturón, aspecto de personaje de La naranja mecánica ya crecido— se parece y no a aquel muchacho que cantaba Viejos patéticos o 1-2 Ultraviolento.
Dos hechos le acaban de modificar la vida: el nacimiento de Ian, su primer hijo, y la salida de El monopolio de las palabras, su primer disco solista. «Lo mejor que me pasó en la vida fue tener un bebé. Y yo, que ni siquiera me había planteado casarme… Todos los papás podrán entenderlo», dice, con melosidad o madurez irreconocibles. Después, al hablar del disco —que marca, según él, el derrumbe argentino y la ferocidad colonizadora de Occidente— retoma el tono combativo.
«Uno sigue dando su testimonio, como lo hicimos desde el comienzo con Los Violadores —explica—. Durante el Proceso, le generamos una contracultura al rock argentino establecido, al viaje individual, al silencio».
¿Cuál sería hoy ese «viaje individual»?
La rave. La adoración a la marcha, el éxtasis, las bebidas energizantes. Es triste que los pibes adoren a un disc jockey. Las discotecas me provocan taquicardia. Todo es punchi—punchi: no hay comunicación. Igual, no quiero ser como el Spinetta de los 80, que decía que el punk no tenía que estar acá. Por algo existen las cosas, aunque no las soporte.
¿El rock nacional te sigue pareciendo «patético»? ¿Seguís pegándoles a Charly García y a Spinetta?
Los 90 no fueron fructíferos, pero el vacío post Redondos va siendo llenado por bandas interesantes, como La Renga. A Spinetta lo admiré mucho en Invisible y Pescado Rabioso. Pero cayó con el jazz rock, Jade. Creo que con Los socios del desierto volvió a algo más duro… García hizo cosas muy importantes, pero no me parece genial lo de los últimos años. Es loco, fue vanguardista, pero no es mi músico de cabecera. Lo respeto. Antes no lo respetaba. Estoy más grande…
En los 90, cuando Los Violadores se separaron, juraste que no iban a volver «a lo Serú Girán» y todavía siguen juntos. Dijiste muchas frases que…
Que me las tengo que meter en el culo, ¿no? Es verdad. En todo caso las pensé de verdad. Todos somos contradictorios: basta ver TVR. En los políticos es grave; en mí, no daña a nadie.
¿El lugar marginal que ocupaban en la música tiene alguna analogía con el que ocupa hoy la cumbia villera?
Puede ser. Yo rescato a la cumbia villera como música de los que no tienen nada. Las letras me suenan groseras, pero está bien que esa gente cuente lo que le pasa: las peleas con la policía, la villa. No me gusta fomentar la violencia, pero sí el choque contracultural. No diría que la cumbia villera es el nuevo punk. Pero digamos que me siento más cerca de la cumbia villera que de bandas como Turf, por ejemplo.
¿Empezaste a hacer música punk por ideología o por limitación artística?
(Ríe) Me atrajo el punk como respuesta a la opresión. Y también me ayudó a romper el mito de que para ser músico tenía que haber sido un pequeño Mozart. Yo escuchaba a Emerson, Lake & Palmer y sentía que no podía hacer eso. Después me llegó The Clash, Ramones, Sex Pistols… Lo bueno es que Los Violadores fuimos sus contemporáneos.
En los 90 la banda no funcionó y anduviste mal. ¿Tu mujer te rescató?
Sí. En un momento fue una novia-enfermera. Yo me pasaba el día con la botella de oporto y los jueguitos electrónicos; musicalmente perdido. Estaba en una corrida de locura, no servía para nada, me despreciaba. Ella me salvó: me enseñó a quererme.
En los 80 también vivieron excesos pero les había ido mejor…
En la banda corrió todo lo que corre en el rock. Pero destinos como el de Kurt Cobain te muestran adonde te lleva esa basura. El otro día veía a un dealer en un programa periodístico y quise patear el televisor. Lucrar con la enfermedad de otros es patético.
Alguna vez dijiste que la gran mentira del punk era la muerte joven. A vos te benefició esa mentira.
Algunos compraron, como Sid Vicious, la muerte joven. Yo estoy bien, dejame. El que se muere no hace nada. Jimmy Dean es un cadáver hermoso, pero alimenta gusanos. Para seguir combatiendo hace falta estar vivo.