El músico, que presentará “4 ½” el martes en Buenos Aires, cuenta que su próximo disco será la cara opuesta de “Hand. Cannot. Erase.”. Entrevista exclusiva con Rock.com.ar.
Si existe algún artista sobrenatural sobre la faz de la tierra, ese es Steven Wilson. Y no porque se transporte en ovnis o viva en el espacio exterior, sino porque escuchar sus trabajos es lo más parecido a una experiencia extrasensorial. Desde la belleza melancólica de “In Absentia” (2002) -de su banda “Porcupine Tree”- hasta el maravilloso “Hand. Cannot. Erase.” (2015), Wilson es uno de los seres vivos que mejor usa la emotividad como recurso artístico.
“Creo que la música melancólica sirve para que las personas sientan que no están solas en momentos difíciles. Lo mismo pasa con letras nostálgicas, que hablan sobre pérdidas y confusiones –dice del otro lado de la línea, mientras se prepara para pisar la Argentina-. Lo más hermoso de las canciones es que pueden hacerte entender que no sos el único, y que hay una experiencia humana compartida. Eso me pasa todo el tiempo, con lo que escucho y con lo que hago. Puede convertirse en algo bastante catártico”. Y se ríe: “Y gracias a Dios que es así… ¡porque igual no me saldría componer cosas alegres!”.
-¿Y no te resulta difícil estar algún día de buen humor y subir al escenario a hacer canciones nostálgicas?
-No. Para serte honesto, si llego a ese punto, dejo de tocar ese tema. A algunos los interpreté un montón, pero ya no los hago porque no los siento igual.
-¿Por ejemplo?
-Con ”The watchmaker” no me siento más conectado emocionalmente. Existe un punto en el que ya no sentís un vínculo sensitivo, y entonces los dejás a un lado. En cambio hay otros como “The raven that refused to sing”, “Routine” e “Index”, en donde siempre me retrotraigo al estado emocional primario. Y también puedo ver y sentir a la audiencia respondiendo a esas canciones. Cada vez que toco “The raven…” y “Routine” veo a gente llorando, y eso me impulsa a sentirme de nuevo así. No sé cuál es el secreto, pero me sucede mucho.
Al contrario de lo que parece, Wilson no es un ser triste. Otra de sus cualidades sobrehumanas podría ser la de saber lidiar con los sentimientos no tan positivos. “La gente se shockea cuando me conoce y descubre que soy una persona feliz –señala con suspicacia-. La música suele verse como el espejo de una persona, y yo la uso para hacer una especie de exorcismo. Si tengo un lado negativo, con depresión, soledad y melancolía… también tengo la oportunidad de plasmar todo eso en una canción y aliviarme. De esa manera puedo ser mucho más feliz”.
-En estas últimas entrevistas se te nota más positivo que en las de hace un tiempo. ¿Hay algo que haya cambiado en tu vida?
-Es interesante, porque no me había dado cuenta de eso. Pero tenés razón: artísticamente, estoy mucho más contento ahora que en los últimos 25 años. Básicamente hago lo que quiero, no comprometo mi arte de ninguna manera y mi cantidad de fans crece todo el tiempo. Así que es lógico que esté contento. Como músico, una de las cosas más complicadas es conseguir la libertad artística y a la vez una audiencia leal. Y yo lo logré.
La gran obra maestra de Wilson
El proyecto más ambicioso del músico fue “Hand. Cannot. Erase.” (2015), un disco basado en Joyce Carol Vincent, una mujer que permaneció muerta en su departamento durante tres años sin que nadie se enterara. Lo que a Steven le sorprendió fue que la inglesa no era una persona sin amigos o familia, sino todo lo contrario: unos meses antes de morir, Joyce cortó el contacto con todos y se recluyó… pero nadie notó su falta.
A partir del concepto del aislamiento, Wilson creó la que sería su obra maestra, que llegó al puesto número 1 de los rankings de la BBC y entró al top 10 en países como Finlandia y Suecia. El diario The Guardian la calificó con cinco estrellas, y la definió como “un material inteligente, conmovedor e inmersivo”. En ese disco Steven planteó cómo en esta era, al margen de estar todos más “comunicados” y viviendo en enormes megalópolis, nos alejamos cada vez más.
-¿Alguna vez pensaste en aislarte por meses o por años, como el personaje de tu disco?
-¡Oh, sí! Creo que la mayoría se lo planteó alguna vez. En el siglo XXI, más y más gente tiene esa idea de esfumarse del resto. Y eso es algo por lo que yo también paso. Todo el tiempo siento el impulso de “desaparecer” del mundo. Siempre tengo la duda de si debería alejarme de la música por unos años. Me pregunto: “¿Debería tomarme un tiempo?”. Mi pareja también me impulsa a que descanse, pero es algo en lo que no soy bueno (risas). Igualmente creo que ese sentimiento está en todos, porque día a día somos invadidos por estrés, tecnología e información.
-¿Cuándo fue la última vez que sentiste ganas de “borrarte del mapa”?
-¡Hace apenas unos días! La semana pasada estuve en Chile con algunos momentos libres, y constantemente pensé: “No quiero dejar mi habitación…”. Parte de la vida de gira consiste en estar con otras personas, sean de la banda, del staff o seguidores. Tenemos fans esperándonos afuera del hotel ahora mismo, ¿sabés? Y hay veces en las que no siento ganas de estar con gente. En estos días tuve el impulso de estar bastante recluido y de no hablar demasiado. Ese sentimiento siempre está.
-¿Viene acompañado de tristeza y de melancolía, o simplemente disfrutás quedándote solo?
-Creo que lo último. Nunca estuve bajoneado, y creo que la chica de “Hand. Cannot. Erase.” tampoco. Me parece que aislarse fue una decisión que ella tomó: se sentía más completa al excluirse del resto. A veces tengo ganas de estar con gente y otras no, y me siento muy feliz con mi propia compañía, con una mirada más reflexiva. Al ser un artista paso gran parte de mis años en público, así que realmente disfruto de los momentos de soledad.
-Los trenes suelen aparecer bastante en tus letras. Además del tema de Porcupine Tree, en “Happy returns” cantás que “los años pasaron como trenes”. ¿Qué importancia tuvieron en tu vida?
-Bueno, crecí cerca de una estación de ferrocarril. Cuando era chico los escuchaba viniendo y yéndose, y ese sonido me da mucha nostalgia. Para mí representa la posibilidad de escaparse, de dejar algo y de irse a otro lugar. En aquel entonces veía a los vagones como un símbolo de viajar, de alejarme de mis posesiones más cercanas. Así que, como dijiste, muchas veces usé las metáforas de los trenes. También pueden aparecer de manera opuesta, como el concepto de estar “varado” en algún lugar, o sin posibilidades de huir de una situación. En “Happy returns” representan la idea del tiempo pasando, sin que nada realmente suceda. Habla de la inercia en la vida y de estar paralizado en una situación, simplemente mirando los trenes yendo y viniendo.
Presente y medio
Para mitigar la espera de su próximo álbum, en enero de 2016 Wilson lanzó “4 ½ “, un disco con canciones inéditas y una reversión de Porcupine Tree (“Don’t hate me”). Los temas provienen de diferentes períodos: algunos fueron escritos durante las sesiones de “The raven that refused to sing” (2013) y de “Hand. Cannot. Erase.” (2015), pero otros son anteriores.
-“My book of regrets” está hecho desde el punto de vista de una mujer, y “Sunday rain sets in” también. Aparte de la historia de Joyce Carol Vincent, ¿qué te hizo componer así?
-Para ser honesto, ésa fue la razón principal. Es un desafío, y a mí me gustan: está bueno tener algo que haga diferente a cada proyecto. Pero la inspiración inicial fue el caso de Joyce. Así y todo, debo decir que incluso escribiendo desde ese lado, hay un montón de mí. Le puse muchas de mis experiencias, mis sentimientos y mi autobiografía. Creo que el sujeto podría considerarse “universal”, porque esas sensaciones se comparten en la humanidad. Es de lo que hablábamos antes: el aislamiento, el miedo, la nostalgia, la pérdida y el lamento son algo común. Así que el hecho de que el personaje fuera mujer no cambió mi manera de escribir, pero a veces necesito esos “retos” para que las cosas sean distintas y me empujen hacia adelante.
-En la portada de “4 ½” hay dos mujeres. ¿Tienen alguna relación con la chica de “Hand. Cannot. Erase.” y su amiga?
-¡Sí! Lo que amo de esa tapa es que hay una nostalgia impregnada. Cuando la miro no puedo determinar si la foto fue sacada hoy o hace cien años. Tiene esa cuota de ambigüedad que me gusta. De alguna manera, es una imagen que quedó “perdida en el tiempo”. Está atada a ese recuerdo por la niñez y el pasado. Así que sí, está conectada con los personajes de la canción “Perfect life”.
-En “4 ½” incluiste varias tomas en vivo, como por ejemplo la de “My book of regrets”. Aunque la habías grabado seis o siete veces en una prueba de sonido, ¿por qué elegiste la versión con el público de fondo?
-Porque hay una química y una vibración que solamente tenés cuando tocás frente a una audiencia, y es una atmósfera que no podés replicar sin la gente. No pensaba usar esa, y creí que iba a quedarme con una de las de la prueba de sonido. Pero de repente, cuando la tocamos en frente a todos, ellos le sumaron una electricidad extra. Tenía más energía y se escuchaba distinta. Técnicamente era igual de perfecta, pero se sentía mejor. Busco que mi música tenga las sensaciones justas.
-“Happiness III” es una canción simple que escribiste en 2003, pero que recién salió ahora. Hace un tiempo dijiste que siempre tenés sospechas cuando componés algo “sencillo”. ¿Por qué?
-Miles de personas hacen música pop todo el tiempo. Y eso está bien, pero la idea del típico tema de tres minutos es un cliché. Es difícil crear algo así y que sea diferente del resto. Hay billones de canciones que siguen ese patrón. Así que cuando lo hago, siempre pienso: “¿Qué tiene mi tema que sea distinto de los demás?”. Eso me angustia. En cambio, me siento más cómodo cuando compongo algo con estructuras complejas, porque tengo la certeza de que va a sonar novedoso. A esa canción estuve retrabajándola y redefiniéndola por años, y la grabé con tres grupos distintos hasta que quedé satisfecho. Por eso quedó el número en el título.
-Algo similar te había pasado con “Lazarus”, de Porcupine Tree, que tu compañía discográfica te había pedido que acortaras porque sonaba muy extraña.
-Sí, y esa primera versión está online. Tenía una sección peculiar en el medio, y como dije antes, soy suspicaz cuando escribo algo muy simple y directo. A “Lazarus” le había agregado ese interludio extraño porque sino me parecía muy “normal” (risas). Los del sello me habían dicho: “Tenías un tema precioso, ¿por qué lo arruinaste con ese puente?”. Yo no suelo prestarles atención, pero en ese momento creí que tenían razón. Ahí me di cuenta de que la simplicidad también es importante.
-Siempre querés que tus discos funcionen como viajes cinemáticos. ¿Creés que lograste eso en “4 ½”, al margen de que sean canciones de diferentes épocas?
-Este álbum no intentaba contar una historia, pero incluso así traté de que se sintiera como una travesía. Trabajé muy duro para darle un hilo conductor. No soy el mejor músico, cantante ni compositor, pero sí soy bueno haciendo discos que te impulsen a una aventura y que al final puedas aprender algo más sobre vos mismo. Aunque éste no tiene un concepto, me parece que igual se da.
El humano detrás del artista
Wilson es abierto sobre sus sentimientos, pero no suele hablar de su vida privada. Más allá de lo que plasma en la música, se desconocen detalles de sus vivencias personales, y tampoco acostumbra a explayarse demasiado en las entrevistas. Pero a veces ocurre todo lo contrario.
-En el documental de “Insurgentes” (2008) dijiste que lo que más te daba miedo de tener hijos era la posibilidad de perderlos. ¿Atravesaste algo así?
-(Piensa). Todos conocemos a alguien que perdió a un pariente joven. Y yo no creo ser capaz de lidiar con eso. No sé cómo hacen los que les sucede algo así. Tengo experiencias que pueden sonar triviales, pero para mí no lo son: amo a los animales tanto como amo a los humanos, y me fue extremadamente complicado superar la muerte de las mascotas con las que crecí. Ahora tengo una perrita y es el amor de mi vida, y sé que en algún momento no va a estar más. Ése será uno de los peores días de mi existencia. Así que no puedo imaginarme cómo sería tener un hijo y que se me enferme, o que tenga un accidente. ¿Cómo dejaría de preocuparme por esas cosas? Tengo apegado ese sentimiento de miedo.
-¿Creés que nunca vas a tener hijos?
-Exacto. Y no sólo por eso, sino porque tampoco me veo como la persona adecuada. Mi pareja coincide conmigo, así que directamente no lo intentamos.
LO QUE VIENE
-Sé que tenés un montón de ideas para tu próximo álbum: te gustaría que fuera contemporáneo, electrónico y a la vez con guitarras más fuertes. ¿Cómo vas a juntar todo eso?
-Bueno… todavía lo estoy armando (risas). Compuse varias canciones, pero por ahora me gustan dos o tres. Quisiera que se despegara de “Hand. Cannot. Erase.” y que fuera más universal. Es complicado mirar el mundo hoy y no horrorizarse por lo que pasa: sea el terrorismo, la pedofilia, el Isis o Donald Trump (risas). Así que va a ser la otra cara de la moneda de “Hand…”. Ya tengo escrito un tema que dice que un terrorista vive al lado tuyo, ¡y que ni siquiera lo conocés! Y es cierto, ni te imaginás que tu vecino puede estar planificando algo horroroso. El próximo disco va a tener un concepto ecléctico sobre el mundo en el que vivimos. Probablemente haya algunas grabaciones en vivo, como las de “4 ½”. Es algo con lo que volvería a experimentar.
-Planeás lanzar algo importante cuando cumplas 50 años, en noviembre de 2017. ¿Va a ser esto?
-Sí, es la idea, así que todavía tengo margen (risas). Pero, al igual que los trenes, el tiempo pasa rápido.