Influidos por diferentes músicas, los grupos Buenos Aires Negro, Angela Tullida, Romina y los Urbanos y La Quimera del Tango, revelaciones del último festival de tango, encarnan una corriente con actitud y letras nuevas. La nota de Gabriel Plaza, para La Nación.
Una extraña canción porteña se adueña del paisaje sonoro en estos días. Grupos que circulan en la periferia del tango y del rock, en la frontera de una identidad musical construida a fuerza de escuchar a Palo Pandolfo, Bauhaus, Tata Cedrón, Fito Páez, Angel Vargas, Spinetta, Rivero, The Clash, Goyeneche y Manal, y donde se cruzan las guitarras eléctricas con melancólicas melodías, postales íntimas y portuarias, crónicas descarnadas de la ciudad, odas al alcohol y viñetas de una identidad multicultural, que dibujan otro territorio musical posible.
Angela Tullida, Romina y Los Urbanos, Buenos Aires Negro y La Quimera del Tango, que dieron la gran sorpresa en las dos últimas ediciones del Festival de Tango de Buenos Aires, juegan en esos márgenes estilísticos que los transformaron en bandas de culto. Editan sus discos de forma independiente y saltan sin prejuicio de un ambiente a otro tocando en bares, fábricas, teatros o hasta peñas, donde se mezclan tribus y generaciones, con un espíritu urbano que da forma a una nueva canción, al borde de todo.
Hijos díscolos
Rehúyen de cualquier etiqueta y se sienten hijos díscolos y generacionales del rock nacional de los setenta. Como el octeto Buenos Aires Negro cuyo primer disco, «Turra vida» (del que vendieron cerca de dos mil placas), movió el avispero de la escena tanguera por la crudeza de sus letras y esa energía musical que sale del cruce de guitarras eléctricas, percusión, bandoneón y trompeta. Otros, como Romina y los Urbanos, que debutó con un muy buen disco de canciones potentes y oscuras bautizado «El cielo acá», y Angela Tullida, que lleva grabados dos discos y tiene un público creciente, se sienten cercanos al movimiento pop y dark de los ochenta. Rodrigo Guerra, Gustavo Semmartin y Santiago Fernández, que integran La Quimera del Tango, llevan una especie de doble vida que les permite tocar en la Pequeña Orquesta Reincidentes y Me Darás Mil Hijos y hacer sus tangos propios en festivales o acompañando a Palo Pandolfo.
-¿Se sienten más cercanos del tango o del rock?
Rodrigo Guerra (La Quimera del Tango): -En un punto nos sentimos rockeros y tangueros, y a la vez tampoco sentimos que formamos parte de algunos de los dos ambientes. Nosotros podemos tocar en el festival de tango con La Quimera y al otro día juntarnos a zapar Hendrix con la eléctrica sin culpas.
Gonzalo Fabbri (Angela Tullida): -Nosotros siempre le cantamos a todo lo que tenga que ver con la desgracia, la tristeza, el espíritu del vino, el puerto y a cosas orilleras y despreciadas, y eso por lo general nos vincula con una estética más trágica que tiene que ver con el tango. Pero la música que sale acompañando eso está más emparentada con el rock. Pero no somos ni tangueros ni rockeros, incorporamos todo tipo de músicas en nuestra propuesta.
Peche Estévez (Buenos Aires Negro): –Creo que somos muy tangueros porque justamente no nos calzamos el peluquín ni queremos salir a imitar a nadie. Mi historia tiene que ver con el rock nacional de Manal o Alas, que tenían un espíritu muy tanguero.
Romina Grosso (Los Urbanos): –Todavía me acuerdo de que en la escuela primaria me enseñaron “El día que me quieras” y “Melodía de arrabal” y no me los olvidé más. Siempre sentí que el tango era parte de mi identidad. A la vez soy de una generación rockera que creció escuchando el lado más oscuro de Palo o las canciones de Charly García, Fito Páez o Spinetta.
Podría ser una nueva canción, con otros códigos e influencias, en busca de una identidad perdida, o simplemente una fotografía de esta época. Eso retratan las letras de estos grupos, donde cierto pulso desprejuiciado del rock experimenta fugazmente con el tango, o viceversa, como si fuera una relación promiscua de primos hermanos. “No nos planteamos si hacemos tango. Hacemos lo que hacemos, que es el sonido de Angela Tullida, donde hay una música deformada que tiene bases en diferentes estilos, entre ellos el tango”, dice Gonzalo, que en su pluma sintetiza ese espíritu noctámbulo y perdido del grupo, donde confluyen la melancolía del acordeón con el brumoso clima portuario de la chanson francesa y la oscuridad de Nick Cave.
Rodrigo Guerra, de la Quimera del Tango y autor de canciones lunfardas que caminan por el borde de la parodia, encuentra la clave de esta generación: “Creo que a varios nos pasó que cuando éramos chicos hicimos rock de forma natural, pero que después uno sigue en la búsqueda de una identidad que sea porteña y eso es muy difícil. Importamos una cultura y una filosofía hecha bajo otro cielo y estamos formados por eso. Tenemos una gran familia de referentes donde pueden entrar desde Joe Strummer hasta Aníbal Troilo.
–¿Percibieron prejuicio en el ambiente por lo que hacen?
Rodrigo Guerra: –Hay gente que sigue preocupada por ser tanguero full time o rollinga full time. Pero por suerte se va perdiendo ese interés porque todos seamos perros con papeles en el tango.
–¿Sus letras se pueden considerar nuevos tangos?
Peche: –Mis letras hablan de la historia prohibida del tango, es ponerle voz a los que no tienen voz. No sé si será el tango de mañana, pero me gusta salir a cantar mis temas en vez disfrazarme de Gardelito. ¿A quién puedo conmover haciendo otra vez una versión de “Naranjo en flor”?
Romina: –La primera canción que escribí fue un tango, “Soy triste”, pero nunca me propuse hacer tangos, no me interesa ese formato tradicional. A la vez siento que seguimos por ese camino para encontrar una personalidad. Lo que no entiendo es por qué en el tango se sigue haciendo revisionismo y me pregunto cuándo va a salir el tango del futuro.
Guerra: –Con la Quimera y en Reincidentes el tango está. Pero también creo que es un género que quedó congelado cuando negó a su hijo pródigo, que era Piazzolla. Si el tango hubiera seguido vivo no sabemos cómo sería. Ahora está siendo recreado, pero no es lo mismo recrearlo que continuarlo.